El libro del carnal Marcelo

Pocos publican una autobiografía a los 63 años, a menos que sean políticos retirados, famosos o hayan vivido acontecimientos especiales. Los políticos en activo que se atreven a escribir acerca de sí mismos a esa edad es porque tienen fines inmediatos de capitalización política. Es el caso de Marcelo Ebrard, quien publicó recientemente El camino de México.

         Es obvio, decía, que el excanciller publicó el libro para promocionarse y armar la gira más extensa que se haya organizado sobre presentaciones de textos autobiográficos, novelas o ensayos.

         Tiene a un estupendo maestro de la propaganda, a don Andrés López Obrador, quien ha presentado sus libros en todos los municipios de México. Su libro A la mitad del camino, que recoge los logros en sus primeros tres años de gobierno, le ha generado regalías por más de tres millones de pesos.

         No es casualidad, tampoco, que el libro de Ebrard se llame El camino de México, lo cual suena a continuidad del texto de AMLO.

         El libro de Marcelo Ebrard lo leí de tapa a tapa y, contra de lo que yo me esperaba, que sería un libro aburridísimo, resultó atractivo hasta la mitad, en donde narra su infancia, la presencia entrañable de su abuela, y sus anhelos por ingresar en el Colegio de México, institución de alta exigencia en donde fue aceptado para estudiar Relaciones Internacionales.

         En ese sentido, El camino de México rehúye del mamotreto que fue México: un paso difícil a la modernidad, y que solo pude leer 107 páginas, de las 1300 que contiene ese librote de Salinas de Gortari, y que resultó aburridísimo, porque ni siquiera contiene chisme del bueno.

         Hay un libro de memorias políticas que he disfrutado y que es sumamente extenso en páginas, igualmente de chismes y buenas anécdotas, que es del Alazán Tostado, Gonzalo N. Santos, quien en 980 páginas, recogió sus dichos, sus fobias y sus pasiones posrevolucionarias, que se resumen en su frase “la moral es una árbol que da moras”.

         Ebrard, por supuesto guarda la compostura, y como su fin es promocionarse para alcanzar la candidatura de Morena, su apuesta principal es justificarse, sobre todo del derrumbe de la Línea 12 del Metro. No deja, sin embargo, de echar piedras a su principal contendiente, Claudia Sheimbaum a quien, sin mencionarla, la culpa de la falta de mantenimiento como causa principal del accidente que dejó 27 cruces en la estación de Los Olivos.

         El excanciller, quien ha tomado la iniciativa en este proceso de elección interna de Morena a la presidencia de la República, se describe como un estratega social, entregado a su trabajo de tiempo completo. No duda en calificarse de workaholic, metódico, constante, alérgico a los golpes bajos y a los insultos a funcionarios cercanos o a políticos opositores.

         Tampoco duda en ponerse las tres medallas que decía su maestro Jesús Reyes Heroles que debía tener todo político, a saber, cabeza, corazón y carácter: “Corazón para entender intereses superiores a los egoístamente individuales; Cabeza para obrar con frialda, saber eludir muchas asechanzas,  saber eludir trampas; y Carácter, porque hay gentes con mucha cabeza y con mucho corazón, pero que no tienen carácter , y el carácter en política es muy importante: tener carácter para saber que lo pueden insultar a uno, que lo pueden calumniar a uno, y nunca perder la cabeza”.

         Hay que reconocer que Marcelo Ebrard es agradecido con los maestros que lo formaron, algunos de los cuales han sido criticados por el presidente Andrés Manuel López Obrador, como Sergio Aguayo, Soledad Loaeza y Porfirio Muñoz Ledo. Es, sobre todo, generoso con su mentor principal: Manuel Camacho Solís. No deja a un lado, por supuesto, a Andrés Manuel López Obrador.

         El libro, decía, es entretenido. Está bien escrito, y según su autor, no lo escribió un fantasma, sino que lo hizo él mismo en su vieja máquina de escribir Olivetti.

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