Media jornada en el Registro Civil

Hace un mes saqué cita en el Registro Civil de Tuxtla Gutiérrez para aclarar la doble captura de mi acta de nacimiento, la cual generó dos CURP; uno terminado con 08 y otro, con 16.

         No me había dado cuenta del error, hasta que intenté renovar mi pasaporte y entonces me dijeron que mi CURP no estaba certificada, que fuera al Consejo Nacional de Población, el famoso Conapo. Ahí me explicaron que la falta de certificación se debía a que contaba con dos CURP. Para corregir el dato debía de ir al Registro Civil.

         Hice mi solicitud de cita en esa institución, que me la dieron para el lunes 19 de junio a las 8:40 de la mañana. Llego con 20 minutos de anticipación; no vaya a ser, me digo, que por tardero, reprogramen mi cita para agosto.

         A la entrada encuentro a un capataz que pregunta si tenemos cita. Los que no traen la hoja impresa con la hora establecida, los envían a una cola enorme, y los demás, con el papel en mano, entramos con rapidez.

         “Con la eficiencia propia de este gobierno, en media hora habré aclarado la confusión de la doble captura de acta, que debió haberse hecho en tiempos priistas o panistas, porque el Gobierno de la Transformación es muy competitivo”, pienso.

         El capataz, que decide quiénes entran en el Registro Civil, me envía a la ventanilla 3, pero al llegar ahí me dicen que ahí no es, que vaya al Departamento de Informática, porque ellos son los responsables de capturar las actas.

         Allá voy y camino por un laberinto de paredes sucias, con siglos de abandono. Para entrar al Departamento de Informática, hay que jalar un pedazo de alambre, de una puerta enmohecida a la que se le ha caído la chapa. Empiezo a dudar de la eficiencia del gobierno.    No pierdo mi ilusión, sin embargo, con que sea un trámite rápido: “Ya quedó, usted disculpe”. Pero no. Una señorita me manda a la ventanilla 5. Ahí, un señor huraño, me reenvía al Departamento de Aclaraciones de Acta, en el primer piso.

         Camino cargando mi esperanza por el gobierno más probo y eficiente de la historia. Pregunto por el último de la cola y me coloco a su lado. Somos 13 en esa fila que se sumerge en baños de vapor de 40 grados del Registro Civil.

         Para hacer soportable este sauna, los solicitantes empezamos a conocernos. Después de una hora juntos, ya sabemos de dónde somos y a qué venimos.  

A mi lado está Santos Verdugo, que viene de Siltepec, para aclarar que no se apellida Berdugo, como está en su acta, sino Verdugo, con V. Ha llegado aquí después de hacer una travesía por el Soconusco. En Mapastepec, donde vive, le negaron el apoyo de Bienestar por la confusión de su apellido. Se fue entonces a Siltepec, en donde nació, pero no le solucionaron el problema. Le dijeron que tenía que viajar a Tuxtla. Eso sí, le dieron copia del libro en donde fue registrado. “Allá todos son amables; en cambio aquí son muy groseros, van muy aprisa, lo mandan a uno de aquí para allá”, me confía, y yo asiento con mi experiencia mañanera.

El directorio del Registro Civil, en donde aparecen los funcionarios de esta institución, está lleno de polvo y telarañas. Pareciera que nadie se apiada de darle un escobazo, mucho menos un brochazo. Un ventilador que cuelga en el techo no funciona. Me escurre el sudor como un río y me empapa la ropa. Pienso en un pozol frío de cacao, que venden aquí cerca, en el Mercado Viejo.

         Antonio, que está a dos lugares del mío, viene de Ocosingo, a donde fue a sacar una copia del libro de registro de su esposa, quien en su acta de nacimiento aparece sin sexo, y eso, aun cuando las luchas feministas sean épicas por el género, le ha traído problemas administrativos. Antonio dice que los trámites de corrección de acta debieran hacerse por internet. Con eso se evitaría la pérdida de 23 jornadas de trabajo de quienes ahora hacemos fila; además de los gastos de traslado, porque más de la mitad viene de municipios foráneos.

         Una hora después han atendido a cinco personas. Me quedan siete por delante. Una vecina de la fila me comenta que ha viajado de Tecpatán. Me muestra el libro de registro, en donde aparecen letras apenas legibles. Su acta no consigna el lugar de nacimiento.

         Este edificio tiene los plafones caídos y las paredes sucias. Creo que no ha sido pintado desde su terminación, cuando Absalón Castellanos Domínguez lo inauguró con alegría provinciana a principios de los ochenta. Hay que reconocer que la austeridad republicana aquí ha sido acatada: una cubeta de pintura sirve para depositar la basura y recoger el agua de las goteras.

         Al llegar, pensé que este asunto se resolvería en media hora. Muy pronto he descubierto que hay que tener paciencia de siglos para ser atendido. Ahora somos 31 que hacemos fila en el Departamento de Aclaraciones. Cuando llegan nuevos solicitantes, creen que hay dos o tres personas y tratan de colocarse en el primer pelotón. Muy solícitos y con regusto les decimos que se vayan al final de la cola, en el lugar treintaytantos. Hay cierto gozo en señalarles la fila culebreante que no avanza. Si pasan cinco personas por hora, con los más de 30 que hay ahora, la última tardará 6 horas en ser atendida. Casi una jornada completa.

No hay que salirse de la fila. Hay que aguantarse las urgencias de ir al baño y hasta las ganas de dormitar.

A las once llega una señora colocha, muy amable, que empieza revisar documentos. Sonríe, orienta, pero también expulsa. Santos Verdugo pasa la prueba, como si participara en el juego del calamar. Antonio, que venía a aclarar el acta de su esposa, lo descartan. Le falta carta poder, le dicen. Me toca el turno. La señora colocha y amable me dice que estoy en la fila equivocada, que aquí no se resolverá mi problema, que eso le compete al jurídico, y voy con el jurídico, y me dice que no, que es un asunto de informática, y regreso al punto de inicio, cuando llegué aquí antes de las 8:40 de la mañana para ver la doble captura de mi acta de nacimiento.

Me mandan entonces a la ventanilla 3, en donde ya había estado antes, y esta vez, después de explicarle mi caminar por estas oficinas, un muchacho amable, me dice que él puede solucionarlo, que yo escoja con qué CURP quedarme: si con la 08 o la 16. Opto por la primera.

Salgo, listo para el pozol del medio día, alegre de haber sobrevivido al sauna del Registro Civil, en donde hay entreverados empleados serviciales, atentos y eficientes, y otros, insolentes, a los que no les ha llegado aún los valores de la 4 Transformación. Sonrío.

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