Ofrenda al sol de mediodía

Casa de citas/ 641

Ofrenda al sol de mediodía

Héctor Cortés Mandujano

 

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No un réquiem, sino un treno escribe Luis Daniel Pulido en su más reciente libro de largo título: De esto va el rayo que ilumina el cielo y las canciones de rock y la noche que cae en Coyoacán, México (Pinos Alados Ediciones, 2023).

Treno sobre la muerte de Marco, también hijo de Vicente Pulido (p. 8): “Extraño tus palabras y tu cariño/ de hermano mayor”.

Luis Daniel vivió parte de su vida sin saber que Marco, su hermano, existía (eso se lee entre los entretelones de los poemas), hasta que recibió de él un correo electrónico (p. 9): “Hola, soy Marco, y te escribo/ desde Mascarones,/ es un día cualquiera…”.

La muerte, quiero suponer, es como una piedra que cae en el centro de una poza –la vida–; la implosión ocurre en ese punto, pero se forman olas que ordenada y caóticamente (en toda revoltura hay orden) golpean las orillas. Hay, pues, primero, un hachazo tremendo y luego, conforme los días pasan, cuchilladas sucesivas…

La muerte, el violento pedrusco cayó sobre las aguas calmas del corazón de Luis Daniel un sábado por la noche y él sólo atinó a decir (p. 10): “no es cierto,/ no es cierto,/ no es cierto”. Y a partir de esa negación surgieron como afirmaciones los poemas que constituyen este breve volumen y que, dada la pena inmovilizadora, hacen que el poeta diga (p. 11), “lo mío no es un proyecto de vida”.

 

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El título de libro, de estas marejadas que golpean corazón adentro, son las líneas finales del poema (p. 14) “Breve heavy metal contra la tristeza”.

 

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Hay una biografía al soslayo en estas páginas, aunque, en algunos poemas, Luis Daniel parece sólo escribirle a su hermano muerto y que cada lector adivine, si puede, las referencias ocultas, lo que hay detrás de la escenográfica virtud del sepia (Roberto Rico dixit). Eso es el dolor, al fin y al cabo: vestimenta sobria, rostro sin maquillaje, concentración, purísima soledad, alejamiento, noria que da vueltas y vueltas, veleta incesante cuyo movimiento absurdo es girar sobre sí misma.

El dolor es personal y, salvo algunas señales, no se ve externamente: no se pueden sacar las vísceras para que hablen, el corazón para que grite. Estamos atados al potro de la tortura y no hay quién corte las amarras (pp. 17-18): “Quise hablar con alguien del dolor de tu muerte,/ de lo que me cuesta caminar y los cortocircuitos/ que no me permiten alcanzar el teléfono […] Pero sobre mi tristeza no hay tiempo,/ si arde a 460 grados o se reescribe en una nota/de despedida… da lo mismo […] A nadie le importa mi tristeza ni la de nadie”.

El dolor es soledad (p. 22): “Extraño los días pasados,/ cuando estabas./ Hoy sólo está la piedra,/ la tumba de mi madre y de mi padre/ y la gratitud del perro que se acerca/ y come a mis pies”.

 

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El hermano le contó sobre su padre, lo hizo sentir parte de su familia (p. 27): “Hubo contigo cielos abiertos,/ vueltas a casa, un padre campeón/ en el Frontón México […] Hubo contigo recuerdos […] Nunca más la soledad a eso de las seis de la tarde,/ ni el dragón de abismos de la madrugada”.

Se espigan los datos biográficos en este libro (p. 28): “Mi padre me tuvo a los setenta años/ y a ti, hermano, te conocí grande también”. Por eso, por hallar de algún modo de nuevo al padre en el hermano, dice Luis Daniel: “Cierro los ojos y abro el arco de las oraciones/ Y disparo una flecha al cielo”.

 

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Luis Daniel Pulido, desde hace años, me envía lo que escribe. Leí este libro poema a poema, mientras los escribía, conforme salían de la lobreguez de la ausencia, y me pareció un raro y continuado ejercicio de tristeza. Vi a Daniel varias veces en esos días y no hablé, a propósito, con él, de la muerte. Poco le podía decir: nunca he visitado la tumba de mi padre y no sé dónde enterraron a mi mamá. No hay diálogo posible entre un buzo y una estatua. Dice el poeta a su hermano muerto (p. 31): “A veces te leo y te veo en todas partes/ y me dejo caer al piso,/ poco a poco,/ hasta morir yo también”.

 

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“Marco, el grande” (p. 33): “Nada se escapa de tu recuerdo […] Nada es ajeno a tus palabras […] Nada pasa sin ti […] Nada soy sin tus palabras […] Me paro frente al monte alto donde vivo,/ y el canto de los pájaros acompaña el grito donde te nombro”.

 

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Hay, en este libro, como paréntesis, algunas prosas donde se cuenta por qué Luis Da

Ilustración: Héctor Ventura

niel es solitario, por qué dejó la escuela, por qué su rayo es el rock, por qué se entregó mucho tiempo a la violencia. Son paréntesis a la muerte, pero no a la soledad, no a la tristeza.

Después se vuelve al duelo, aunque ya con una verdad entre las manos (p. 47): “La vida sigue –lo sé”. Y eso sirve para llegar a la aceptación, al alivio de luto (p. 50): “Yo también doy gracias totales,/ por lo que me diste: largos días lluviosos,/ postales, eclosiones, estirpes, barcos/ y dinosaurios y dos sobrinos maravillosos”.

Al final, qué bueno, la vida se impone y la muerte se vuelve poemas, libro, y se deja las noches de insomnio y de dolor, y se rinden ofrendas ya no a la luna sangrienta, sino al verraco y enjundioso sol de mediodía.

De nuevo.

Aunque al final se bajen los escalones para hallar lo más oscuro del panteón, y decir otra vez la canción triste como salmo: “Que muero”.

 

[Texto leído en la presentación de De esto va el rayo que ilumina el cielo y las canciones de rock y la noche que cae en Coyoacán, México, de Luis Daniel Pulido, el viernes 19 de mayo de 2023, en Telar Teatro, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.]

 

 

 

 

 

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