El ballet violento de Jorge Zúñiga

Un ballet violento (Coneculta Chiapas, 2016), de Jorge Zúñiga (Tuxtla Gutiérrez, 1988) es un libro de derribes, llaves, empujones, ironías y genialidades. El humor como recurso literario y la mirada desquiciante sobre una realidad sangrienta y huidiza.

            Ha sido para mí un grato descubrimiento encontrarme con este autor que ha construido una voz propia marcada por la alegría de contar historias, que nos dobla el brazo, nos hace volteretas, nos palanquea, y ya de plano nos quita la máscara o nos corta la poca y diminuta cabellera.

            Egresado de la Licenciatura en Letras Hispanoamericanas, Jorge Zúñiga juega con personajes desolados y marcados por la pasión desbocada y los destinos caprichosos. No solo eso, juega también con el lector, que pronto se ha metido la penumbra de los cuadriláteros, entre rudos y técnicos, en giras interminables por arenas y bares de mala muerte.

            Este escritor fascinante, que apenas rebasaba los 26 años cuando publicó Un ballet violento, escribe con desparpajo e irreverencia. El pretexto es la lucha libre, que describe con agilidad reporteril, y sus protagonistas rotos en los desbarajustes de la vida, el alcohol y las violencias.

            No encuentro antecedente alguno entre los escritores chiapanecos; quizá Marco Aurelio Carballo. Sus influencias deben estar en otro lado, en Ibargüengoitia, en Monsreal, en Monsi, en revistas de comics, en películas y en series.

            Iniciar con un libro de esta calidad, no hace más que confirmar que estamos ante un escritor que dejará sus palabras tatuadas para señalar nuevas rutas en la literatura. Un ballet podría convertirse en una serie o una película, porque es de inicio un texto literario bello y entretenido.

            Jorge Zúñiga sabe contar y sabe entretener, sabe encajar las piezas y zurcir la historia con frescura, mostrar llaves de la lucha libre, sus viradas, sus jalones, giros y enganches, y también las historias en penumbra de los vestidores sucios y malolientes. Rudeza y técnica para manejar las palabras y construir una historia fascinante, con toda la actualidad de la música norteña y de los narcos que había que encontrarlos antes en los estados de Occidente y del Norte del país, y no como ahora en que conviven en nuestro espacio cotidiano.

            Furia es, en El ballet violento, el luchador arquetípico que goza del furor del triunfo y de la derrota constante. Desde la voz de la Torre escudriñamos el cuadrilátero, los vestuarios, los gimnasios y las cantinas en donde conviven los luchadores. La Torre se abre paso en el cartel que anuncia los combates de Furia, Dr. Miedo, Gato Pardo, Cien Manos y el Cavernícola.

            La Torre viaja y combate en todas las arenas del país, pero va detrás del rastro de Furia, su mentor, y detrás de sus propios deseos de autodescubrimiento de una sexualidad subrepticia que no se atreve a dar el rostro.

            Aunque la Torre lucha sin máscara, debe ser el más incógnito de los luchadores. No se descubre ante nadie. Calculador, sabe que un pequeño desliz y sería colgado en la picota de los mampos y los inadaptados.

            Las historias reunidas se entrecruzan, se superponen para armar un rompecabezas literario. Jorge Zúñiga juega el prestidigitador, y logra una obra fresca, ingeniosa y brillante.

            Después de leer Un ballet violento, he tratado de conseguir otras obras de este autor. Pude comprar Los días animales. Me falta Pulps, texto que ganó el Premio Nacional de Novela Negra Una Vuelta de Tuerca 2019. No sé cuántos libros ha escrito Jorge Zúñiga, pero ojalá se aferre a su vocación con disciplina y coraje.

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