La sana vida y la larga muerte

Montañas de Chiapas. Foto: Ángeles Mariscal

Desde hace décadas la preocupación por prolongar la vida se constata en actitudes y discursos que empujan a llevar una supuesta vida sana. Inquietud vinculada con el papel de los saberes médicos ensalzados por su carácter científico, aunque con perspectiva histórica se sabe de los muchos errores dichos y cometidos en nombre de esa cientificidad. La propia disciplina médica y las ciencias sociales los han expuesto y, de forma cotidiana, se observan cada día cuando cambian las opiniones sobre los beneficios o perjuicios de alimentos y bebidas, por solo citar un ejemplo.

Así, los errores y contradicciones cometidos y que se siguen reproduciendo trazan los caminos por recorrer para tener certezas y, en este caso, para lograr una mejor y prolongada vida. En definitiva, llevamos años entendiendo que una vida “supuestamente” sana, caracterizada por la eliminación de ciertos hábitos alimenticios y cotidianos, la realización de ejercicio físico, y la supresión de actividades sociales consideradas viciosas, debe tender a prolongar la vida. Una presencia en esta tierra que nadie duda que muchos seres humanos deseen puesto que la alternativa todas y todos la conocemos.

La prolongación de la vida se convierte en una obsesión desmesurada para uno mismo y para quienes te rodean. Las críticas al sobrepeso, las malas caras ante quien fuma o quien pide una cerveza, en vez de un agua mineral, resultan cotidianas. Y lo mismo puede decirse de quienes quieren prolongar artificialmente la juventud cuando ya han llegado al sexto piso de la vida, o que no dudan en estirarse pieles o realizarse cualquier tipo de tratamiento que, a través de la modificación de la apariencia, oculte la verdadera edad ante la sociedad. Una edad que es imposible dominar cuando de lo que se trata es del real funcionamiento del propio cuerpo.

Cuando digo que tengo 60 años muchas personas me dicen, no sé si de forma automática o reflexiva, aunque pienso que es más la primera, que estoy joven. Ante esa afirmación no habría que olvidar que la expectativa de vida en México, para el caso de los varones, es de alrededor de 72 años, mientras que para las mujeres es de 78. Mi reflexión personal es que tengo la edad que tengo y, lógicamente, estoy más cerca de abandonar este mundo que de pertenecer a él. Lo contrario es un autoengaño.

Lo que no cabe duda es que en la actualidad la vida se ha prolongado, en comparación con tiempos no tan lejanos. Hoy la longevidad es bastante común, tanto si es por los cuidados propios o por las mismas condiciones de vida mejoradas para ciertos grupos sociales. Sin embargo, llegar a una avanzada edad no significa contar con las mejores condiciones físicas o mentales para ello. Enfermedades de la vejez, extrañas no hace demasiados años, hoy aparecen como frecuentes. ¿Quién no conoce a personas con demencia senil o alzheimer? Esta última enfermedad considerada un tipo de demencia que conduce a las personas afectadas a perder su memoria y trastocar su comportamiento cotidiano.

En definitiva, la prolongación de la vida, en ciertas circunstancias, no significa esa buena vida deseada, sino que implica una larga muerte. Sin ser especialista creo que la artificiosidad de ciertas formas de extender la existencia no puede más que llevar a duraderas agonías donde un ser humano deja de ser tal en sus funciones vitales.

Leer los últimos días de vida de ciertos novelistas que admiro, como Sándor Márai e Imre Kertész, por solo mencionar a estos referentes personales, es un ejercicio de lucidez y consciencia de lo que significa el deterioro físico y vital, aquel que resulta imposible detener por el paso del tiempo. Confiar en que aceites, dietas, exceso de medicamentos u operaciones detendrán ese paso del tiempo no deja de ser un autoengaño, o una prolongación artificial de la vida. Argucia que puede ser cruel para uno mismo y para quienes te rodean.

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