La felicidad tiene alas

Casa de citas/ 669

La felicidad tiene alas

Héctor Cortés Mandujano

 

Mayormente conocido como autor de historias infantiles-juveniles (La historia interminable, Momo…, las más difundidas), el autor alemán Michael Ende (1929-1995) ha abordado varios géneros (teatro, ensayo, cuento) no siempre para el público de menor edad. El espejo en el espejo (Alfaguara, 1986) es una colección de cuentos que no sólo requieren a un lector maduro, sino también experimentado y conocedor de mitos fundamentales, porque a ellos alude constantemente.

No los titula. En uno de los primeros alude, evidentemente, a Dédalus y a Ícaro. Éste va a volar, va a escapar del laberinto, porque ha confesado a su padre que es feliz y sólo los felices pueden volar. Cuando va al lugar de donde emprenderá el vuelo lo aborda un mendigo que le pide que se lleve con él (p. 23) “una pequeña parte al menos de mi desdicha”; una mujer le pide que se lleve con él parte de su odio en la red que lleva, a la que prende “una pequeña cruz sepulcral de hierro” y “a partir de ese momento la red se hizo cada vez más pesada”, porque los que lo encontraban le prendían cualquier cosa a la red: “un zapato, una prenda de vestir o una estufa de hierro, un rosario o un animal muerto, una herramienta o hasta una puerta”. Ícaro, como en la mitología griega (p. 25), “supo que nunca volvería a volar, que nunca podría ser otra vez feliz y que, mientras durase su vida, permanecería en el laberinto. Pues ahora formaba parte de él”.

Un viejo y un estudiante conversan en otra historia. Ven unas aves volar sobre el pantano. Dice el viejo (p. 30): “¡Sí, sí, la querida naturaleza! Esa sigue su curso sin más. Nuestras dificultades le importan un bledo. Además tampoco tiene que tomar decisiones como yo”.

En otro cuento, un hombre visita una exposición llena de objetos que no parecen artísticos (p. 130): “En medio de la sala contigua hay una lata sobre un pedestal de madera. Se trata de una lata corriente, cilíndrica, cerrada por todos lados titulada Lata”. Pero hay allí un crítico, que todo lo explica (p. 131): “¡Esto –dice el crítico, señalando la lata con un dedito diminuto– es una obra maestra! […] Esta lata cerrada por todos lados expresa la imposibilidad perfecta de cualquier comunicación. Nada interior sale fuera, nada exterior alcanza el interior. El artista nos comunica de manera impresionante que no existe ninguna posibilidad de comunicación para nosotros. Y el medio de este mensaje es totalmente convincente”.

Ilustración: Alejandro Nudding

El último cuento también hace alusión al mito griego del laberinto, el minotauro, Ariadna y Teseo, a quienes por supuesto no menciona. El héroe que entrará al laberinto a matar al monstruo es un torero (fina ironía) y le pregunta a la muchacha si no debe darle algo (en el mito Ariadna da a Teseo un hilo para que pueda guiarse, para que no se pierda en el laberinto). Aquí, la muchacha dice al torero (pp. 260-261): “¿Te refieres a un ovillo de hilo que te servirá para volver después de llevar a cabo tu hazaña? No te servirá de nada, amigo, pues en cuanto se cierre esa puerta detrás de ti no sabrás nada de mí, ni yo de ti. No sabrías siquiera lo que significa el ovillo inútil en la mano y lo tirarías. […] Pero no alcanzarás nunca a aquel a quien quieres matar, pues cuando lo hayas encontrado te habrás convertido en él. Tú serás él, la primera letra, el silencio que precede a todo. Entonces sabrás lo que es la soledad”.

 

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Nadie necesita ser víctima de su biografía

George A. Kelly,

citado por Guillem Feixas

 

Leo Personalidad. Significados personales y sentido de identidad (2019, Emse Edapp, S. L. y Editorial Salvat), de Guillem Feixas i Viaplana. No es posible explicar todo el contenido, pero algunos apuntes pueden hacerse.

Por ejemplo, enunciar los cinco factores de los rasgos de la personalidad, que van del nivel bajo al alto. Son pares y extremos (p. 25): Extraversión versus introversión (de la sociabilidad a la timidez, por poner sólo una característica de ambos niveles); neuroticismo versus estabilidad emocional (del tenso al calmado); apertura versus cerrazón a la experiencia (del curioso al realista); afabilidad versus antagonismo (del cooperativo al desconfiado) y ser consciente versus sin propósito (del responsable al irresponsable).

También es bueno señalar la llamada “tríada oscura”, que denotan características malévolas (p. 34): Narcisismo (sentimiento de superioridad, por citar sólo una característica), maquiavelismo (manipulación de los demás) y psicopatía (falta de sentimientos de culpa y remordimiento); a estos tres se ha sugerido agregar el sadismo (placer en causar dolor ajeno).

En el desarrollo de la personalidad, influyen determinantemente los estilos de apego infantil, que se dan entre los niños y las niñas con los que se llaman cuidadores (que pueden ser o no sus padres). Pondré el tipo de apego y alguna característica del cuidador, nada más (p. 57): Seguro (el cuidador es disponible, afectuoso); evitativo (el cuidador muestra rechazo hacia el niño); ansioso/ambivalente (el cuidador es poco sensible a sus necesidades) y desorganizado (el cuidador no está del todo presente).

Dice Guillem (p. 54): “Las personas más sabias de nuestro futuro y las más trastornadas, las que tendrán mejores salarios y las que serán más pobres, las más violentas y las más dialogantes, las que vivirán más años y las que enfermarán y morirán de forma temprana fruto de sus hábitos poco saludables, todas ellas, ahora mismo son bebés”.

[No viene al caso, pero me sorprendió hallarme aquí con un aforismo que Guillermo Fadanelli pone como suyo en su libro Dios siempre se equivoca. Fue de los que más me gustó y corresponde, según Fiexas, a Kurt Lewin (p. 94): “No hay nada más práctico que una buena teoría”.]

 

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En Memorias de mi niñez (Colección Austral, 1951), Goethe cuenta algo que yo había leído, si mi memoria no falla, en La inmortalidad, de Kundera. Es sobre una experiencia de su infancia (p. 12): “Tiré un plato a la calle y me produjo un extraordinario regocijo verlo en pedazos. […] Fui tirando a la calle toda mi provisión de fuentes, platos y pucheros. […] Corrí a la cocina […] y fui trayéndome toda la hilera de platos que había en el vasar”. No lo castigaron. Tenía cuidadores amorosos, que protegieron su libertad, su alegría. Entre otras cosas, por eso fue lo que fue.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

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