Hacer frente a los dolores cercanos. Algunos colores, aromas, formatos de la resiliencia

 

Por Jes Ciacci
escrito para la edición en español de GenderIT (febrero de 2024)
Ilustraciones de Natalia Vargas para GenderIT

Un recorrido por las experiencias vividas, los espacios compartidos y los procesos desarrollados de forma individual y colectiva para habitar los temas de tecnologías, feminismos y justicia climática y la construcción y fortalecimientos comunitarios.

Comencé a escribir este texto de una forma completamente caótica. Quizás porque mi acercamiento a los temas de los que hablaré son desde una ruta con muchas bifurcaciones y muchos más tránsitos recursivos. Mientras lo hacía, recordé sentir una y otra vez que “llegué tarde” a muchas conversaciones y reflexiones que hoy me son esenciales.

Dedico mucho tiempo vital a construir colectividad y comunidad, pero es poco frecuente que escriba de mis propias experiencias “más allá” del trabajo sobre tecnologías. Compartiré algunas preguntas comunes para pensar los procesos, las búsquedas que he(mos) caminado desde el deseo de hacer justicias-otras. No me considero experta siquiera en los temas de los que hablo, pienso, investigo y vivencio diariamente. Al menos no con la acepción en la que hoy se usa este concepto de “persona experta”. Me resulta un lugar incómodo cuando alguien más me nombra desde la “experticia” por ser una posición que marca desde el inicio (¿intencionalmente?) una distancia entre las personas. Me dispongo a escribir sin (esa) experticia pero con algunas experiencias vividas y varios espacios compartidos donde me he formado tanto para habitar los temas de tecnologías, feminismos y justicia climática como los de construcción y fortalecimientos comunitarios.

Por momentos me reconozco en un trenzado de intereses que me posibilita atestiguar resonancias. Me encontré con las discusiones mantenidas entre conservacionistas de la naturaleza y defensores de la tierra remixadas en el territorio internet. O reflexiones sobre la construcción comunitaria en colectividades “técnicas”. Parece que hacerse preguntas es más bien una característica humana y entonces pienso que resulta de mucha inspiración y aprendizaje voltear a ver con ojos curiosos la experiencia de procesos alejados de las tecnologías digitales y las formas hegemónicas de poder.

También quisiera decir que en este texto citaré con frecuencia las palabras de otras tres personas en quienes esta vez me apoyo para tejer las mías propias: Nadia Cortés, filósofa y practicante narrativa con su participación en el Seminario Diseminar pensamientos disidentes desde los feminismos y los transfeminismos; Jacinta Egaña Kaulen, dramaturga y actriz desde Silencios Fisurados; Anaís Córdova-Páez, transhackfeminista abortista andina, desde un intercambio de audios asincrónicos que mantuvimos, a petición mía, para poder sumar un poquito de su experiencia aquí.

La ruta trazada en línea de puntos

Intento recordar desde cuándo me importan las formas de ser/hacer colectividades. Las historias de vida compartidas me dan pautas que, al repasarlas, ayudan a mirarlo. El camino que me trajo a cuidar procesos comunitarios se siente como un camino de ida. Desde la primera vez que empecé a experienciar procesos transformativos, restaurativos, de construcción se han sucedido más y eso nos habilita a fortalecer desde la experiencia las diversas teorías en las que me formo a veces junto a las colectividades que habito: círculos y procesos restaurativos, comunicación noviolenta, prácticas narrativas. Recuerdo como una decisión personal y ¿de la edad? cuando sentí que responder desde el enojo no era una reacción con la que me siguiera sintiendo cómoda. Lo fue. Elijo no regresar allí, aunque me quede tan fácilmente aprendido y cercano. Las situaciones en las que la impotencia aparece siguen existiendo. La propia impotencia por momentos aparece. La reconozco, la miro, le agradezco lo que me ha enseñado, a veces le hago caso. La nombro para que no me tome.

En muchos pueblos de Chiapas no preguntan ‘cómo estás’ sino ‘cómo está tu corazón’. Importa saber cómo está nuestra esencia, nuestro espíritu porque “si tu espíritu fluye, tu corazón y tus emociones están en paz”.

Me digo que lo personal es político cuando lo pongo en una conversación más grande en la que mi experiencia no sea necesariamente la protagonista. ¿Cuán político, cómo se mide? Dice Nadia Cortés: “creo que las herramientas teóricas son fundamentales para ‘ampliar’. Veo la teoría como ‘prótesis’, es decir, como instrumentos que nos permiten generar acercamientos diferenciados a las cosas. Pero esas teorías vienen de puntos que no son neutrales. Es decir, geopolíticamente se construyen desde lugares, hablando de blanqueamiento, que normalmente son lugares donde no nacimos nosotras, nosotres, nosotros. Las teorías no son neutrales y la producción del conocimiento está relacionada con estructuras de poder (…) No todo tiene que ser pensamiento racional, entonces ¿cómo creamos teoría encarnada? ¿Cómo creamos cosas que son diferentes y que alimentan estos proyectos? Las Prácticas Narrativas son una serie de preguntas que nos permiten escuchar desde lo que se llama como curiosidad genuina.” Quiere saber cosas como “¿qué pasó?, ¿cómo lo hiciste?, ¿quiénes estaban contigo?, ¿dónde estabas?, ¿cómo estaba el clima este día?” Es importante reconocer el saber que hay en la experimentación. Desde ahí me hace más sentido aprender de las teorías, discutir con ellas, caminarlas en la práctica.

La primera vez que participé en un proceso que hoy llamaría restaurativo fue en 2014. Fue difícil, incierto, novísimo y ¿un fracaso? No lo sé, depende de lo que pongamos dentro del éxito. En un sentido amplísimo fue “importante” y fue exitoso. Sobre todo porque puso en el centro a las personas, nos dejamos acompañar por apoyos externos, hubo un compromiso de diversas personas y colectividades que caminamos ese espacio y porque fue un aprendizaje colectivo sobre lo que implica “sostener” un proceso que busca la transformación. Es pesado, extendido, a muchas personas participantes nos llevó a lugares profundos del ser. De muchas maneras fue una experiencia de la que sigo, seguimos aprendiendo. Una experiencia que, si bien hoy no nombraría “exitosa” desde los resultados, sí lo haría desde construir un proceso que caminó la restauración. El “éxito” no llegó desde las responsabilidades personales para nombrar y aceptar el daño realizado, pero sí desde el hacer colectivo. Jacinta Egaña dice de su propio proceso, que “cuesta mirar algo de lo que tengo tan poca referencia en términos de éxito o fracaso, incluso si lo viera así, la transformación positiva de los agresores nunca puede ser el único indicador de éxito. Los avances de nuestros movimientos no pueden medirse en nuestros agresores”. Cuando me encontré con Silencios Fisurados por casualidad, lo sentí profundamente generoso y brutal, potente, compasivo e inspirador para apapachar el tránsito “amorfo” que es la sanación desde la restauración. Al leerlo siento que puedo respirar hondo. No estoy diciendo que ese haya sido siquiera una de sus intenciones. Solo que así lo recibí yo. Desde allí lo recomiendo y vuelvo a él cada tanto.

Decía que la primera vez que formé parte de un proceso restaurativo fue en 2014. Después (y antes) hubo otros espacios, otros procesos, otros dolores. Constato cómo muchas, muches, muchos de nosotres crecemos rotes. Esas rasgaduras son difíciles de llevar mientras hacemos torpemente para nombrarlas e intentar “subsanarlas”. La pura existencia no se cuestiona, los dolores no se cuestionan, pero ¿cómo se (re)ubican en el mapa de nuestras historias? Mientras, reconozco que no acepto caminar un conflicto desde otro lugar que no sea desde el contexto que habita y los dolores situados de las violencias interconectadas.

Estando en medio de uno de los conflictos cercanos que más he acompañado y nos ha transformado pregunté a algunas ancestras: ¿cómo hiciste para sostener la vida? Fue una pregunta que surgió desde la curiosidad genuina de reconocer cómo se convirtieron en las mujeres que fueron, que son, sobreviviendo a los dolores que querían imposibilitarlas. Sus respuestas nombraron el hacer para sí y el hacer compartido. No fueron respuestas lineales. Pero ahí están, ahí estuvieron, y son de las personas que más he visto transformar el dolor en vida.

Me recuerdo en mi camino de hacer identidad donde hubo muchas preocupaciones que atender. Fui haciéndome a una práctica cotidiana que respondía a la necesidad de defenderme… ¿de qué?, ¿de quiénes?, ¿cuándo era ‘legítimo’? Esas prácticas, ¿todavía son dignas para mi? No he dejado tampoco de hacerme preguntas básicas para intentar desenmarañar esa “identidad”. Ahora mismo pienso que la identidad no es un lugar de llegada sino apenas el inicio. La forma que elija para nombrarme no me enviste sin más de las formas en las que deseo ser. Aún implicará moverme, desaprender, reconocer nuevos sentidos y sinsentidos para poder honrar ese lugar desde el que elijo nombrarme. El propio concepto no me es suficiente, no determina mis relaciones. ¿Qué camino he/mos caminado hasta ahora y dónde encontrado/desencontrado? Me da un respiro saber que sigo moviéndome.

Honro los haceres en los que lo personal es político al mirar el dolor más allá de mí misma, misme, mismo asumiendo que “siempre respondemos”, como se dice desde las prácticas narrativas, y también que en la vida adulta hay responsabilidades compartidas. No equitativamente compartidas, claro. Allí es cuando darse una vuelta a reflexionar en torno a nuestros privilegios se me hace imprescindible. ¿Qué nos condiciona y qué nos posibilitan esos privilegios? ¿Cómo no poner nuestros dolores mezquinamente sobre los dolores de otres? ¿Cómo nombrarnos desde lo situado de nuestras identidades? Entiendo que al hacerlo conciencia se posibilitan vínculos.

Me repito que por muchas experiencias, talleres, libros, pláticas o terapias que haya llevado, atender mi propio conflicto no puede ser opción. El dolor ya es suficientemente robusto. Un solo cuerpo/mente/espíritu no puede además ser quien guíe su propio proceso restaurativo, transformativo, de mediación, de identidad preferida o la forma que elijamos para mirar la rotura que estamos atravesando. Por eso los procesos colectivos y comunitarios me resultan tan valiosos.

Las prótesis teóricas y las teorías encarnadas

Quienes lleguen a este texto quizás puedan también reconocerse cuando digo que nos crecemos en contextos patriarcales, coloniales, capitalistas. Desde estas lógicas el “éxito” se mide en ganar (discusiones, premios, dinero). Esto que solemos nombrar como “sistema” insiste en sacar de las conversaciones la “reproducción de la vida”. Cuando lo personificamos, la ruta es “a por más” aunque no sepamos dónde nos va a llevar. En su libro Esferas de la insurrección, la psicoanalista brasileña Suely Rolnik sostiene que el inconsciente colonial es expropiación de la fuerza vital, abuso de la vida humana y de los ecosistemas. Habla de las micropolíticas para descolonizar el deseo. Pienso que transformar los dolores vividos en fuerza vital es también una micropolítica potente y revolucionariacon la que podremos fortalecer los procesos organizativos, colectivos y sociales de los que somos parte.

Pienso en lo imprescindible que me resulta que haya colectividades sosteniendo procesos de sanación. Pienso en personas concretas y en el “deseo” de que haya otras personas junto a ellas para sostener su vida de una forma en la que las prácticas mezquinas que alguna vez yo vivencié, no se sigan reproduciendo e impactando dolorosamente en la vida de más personas. No puedo ser protagonista de los procesos de transformación de quienes me lastimaron, pero deseo profundamente que haya quienes sí puedan estar sosteniendo esas vidas, compartiendo esos caminos y esas responsabilidades, para que esas transformaciones ocurran. Mientras, yo estoy sosteniendo procesos propios y de otras y puedo estar allí sin que estén vivas miles de emociones que vienen desde otros dolores. Creo que toca mirarnos a nosotres mismes para mirar a les demás, para habitar las colectividades que quiero hacer. Hay un movimiento de compromiso personal y colectivo que necesita suceder.

Anaís Córdova-Páez narra su experiencia al poner en práctica la metodología de crítica y autocrítica que viene desde el feminismo kurdo: “no soy especialista en Jineolojî pero cuando lo conocí a través de las compañeras (kurdas), ha sido todo un proceso de aprendizaje y de probarlo y atreverse.” Y entonces, ¿cómo es hacer crítica, autocrítica? “Significa poner tu responsabilidad antes de poner cualquier crítica sobre la mesa. La crítica (que harás) va primero recubierta de cómo tú eres responsable de que esa acción, ese ‘nudo’ (porque no queríamos llamarlo como algo negativo), sucediera. Y cuando pones tu responsabilidad entonces puedes decir la responsabilidad de las otras, lo que tú sentiste. Pero al tú ponerte en el centro y poner también tu responsabilidad, la visión va a ser siempre más constructiva porque tú ya estás diciendo esto parte de un lugar donde yo soy parte del nudo y es más fácil ver por dónde hay que ‘tirar’. Y las otras personas que también están involucradas puede ser más fácil visualizarlo.”

Recuerdo las primeras veces que empezó a tomar sentido aquello de que somos seres políticos, que la política no nos es ajena, porque hacemos parte de la sociedad. Más que eso me importa pensar que somos relaciones y cada relación está atravesada por dinámicas de poder. Desde la Comunicación Noviolenta (CNV) se nombra el poder como relacional: un proceso dinámico, que cambia en función del contexto y en la propia interacción donde cada relación es una relación asimétrica de poder. Para caminar procesos la CNV propone cuatro componentes: se invita a observar los hechos sin juicios, reconocer sentimientos y necesidades, hacer peticiones concretas (a nosotres o a otres). Right use of Power pone como valores-guía la integridad, que en sus palabras implica “alinear el impacto con las intenciones”, y la compasión, que definen como “apoyarnos en nuestro poder, permanecer en nuestros corazones”.

¿Qué estamos buscando alcanzar con los espacios que proponemos? ¿Qué buscamos con las formas en las que los estamos haciendo? Un reto es hacer nuestros ensayos de vida comunitaria desde el cuidado del corazón colectivo. Cuenta Anaís Córdova-Páez que la crítica desde la responsabilidad “es teóricamente lo que debe pasar, pero no es fácil porque estamos criadas en función de volver a la crítica sin la responsabilidad. Esta educación judeocristiana nos ha enseñado siempre a culpabilizar, a victimizar. No nos ha enseñado a aceptar que somos sobrevivientes, que somos personas con capacidad de acción. Hay un montón de grupos que se han acercado a pensar otras maneras de accionar, pero para pensar de todas maneras de accionar hay que probar otras metodologías, es decir, si no quieres llegar al mismo lugar tienes que ir por otros caminos. Es simple pero difícil. Y muchas veces no tenemos esa intención. Solamente queremos quejarnos”. Los objetivos que nos proponemos son las guías para saber cómo vamos a caminar hacia ellos. Se puede llegar a esos objetivos de diferentes formas. Me gusta pensar que esas formas también se van a transformar y que se vale cambiar los objetivos cuando los anteriores ya no nos representan.

Y continúa: “había una regla que era ‘no hablar de culpas’ y ‘escribir los nudos’. Fueron interesantes esas posibilidades que se daban al ir colocando los nudos e ir tratando de subrayar las responsabilidades. Y en ese momento, cuando tú colocas las responsabilidades y te pones en el medio como parte de la acción, entonces hay un algo que es difícil de romper. No es un ejercicio perfecto, no es un ejercicio que resuelva la vida. Sino que practicarlo significa una actitud de querer resolverlo, una actitud de querer buscar otro tipo de posibilidad, de querer hacer otro tipo de procesos, de querer. Y eso es lo importante, que existe una voluntad también de aceptar tus propias vulnerabilidades”. Cuando pienso en los señalamientos recibidos, me resulta una obligación escuchar sin responder, o al menos respirarlos antes de hacerlo. Hace poco en un espacio de formación del que participé compartían una frase de Viktor Frankl, psiquiatra y filósofo austríaco judío, sobreviviente en varios campos de concentración: “entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad.”

Mi caminar quiere hacer que la distancia hasta mi respuesta sea más grande, espaciada, poner aire para encontrar las respuestas deseadas. En esos momentos el ego no me es útil. Necesito aire para reconocer lo que me corresponde y lo que puedo soltar. Partir de hechos para reconocer impactos y caminar afrontamientos. La propuesta de las Prácticas Narrativas nombra algo que me resulta tan valioso como difícil de realizar: la persona es la persona, el problema es el problema. No “somos” el problema. El problema no es nuestra identidad. El problema es el problema y nosotres lo estamos habitando de una o varias formas. Pero “no ser” el problema significa que puedo “ser” algo más, además del problema. Hay un espacio de dignidad allí. No somos pasivamente lo que nos decimos/dicen que somos. Y eso nos da tanta agencia como responsabilidad. Entonces no soy, pero sí actúo y ese actuar, enmarcado en un conjunto de historias, es mi responsabilidad. Además, dice Anaís Córdova-Páez, “a veces tenemos que aceptar que no todo podemos resolverlo nosotras y que no siempre vamos a tener las mejores metodologías, entonces hay que llamar a profesionales y eso también es difícil… el decir ‘me entrego a que me devuelvan la pelotita a ratos’, ‘me entrego a no saber cómo se va a resolver’, ‘me entrego a entregar el poder’. Y eso también implica otro tipo de confianza: confianza en el proceso, confianza en lo que queremos construir, y un montón de crítica personal para preguntarnos ¿quién soy?, ¿qué hago? ¿por qué reacciono así?»

Desde la tierrita común, los haceres con otres

Las calles y formas de vida de los alrededores se han recrudecido en los últimos años. El mundo duele, mucho. Las formas del horror que adopta el patriarca-capitalismo son asfixiantes. Los dolores propios también duelen, mucho. Me propongo no reproducir aquello que duele aún en el reconocimiento de que en el hacer habrá traspiés. El caminar de paradigmas de colaboración es largo, pero gustoso. Mis lugares preferidos siguen siendo los del hacer. Siguen siendo los que me invitan a poner el cuerpo, aunque duela la espalda y el peso a veces no se acomode parejo. Mis lugares preferidos siguen siendo los que me invitan a acallar la soberbia y dar paso a la escucha. Mis lugares preferidos siguen siendo lo que me permiten ensayar sabiendo que habrá errores porque estamos haciendo. ¿Cómo se cuida en el error? ¿Cómo en el diálogo? Las colectividades donde decidimos practicarlo son esenciales y son colectividades que están vivas, que están siendo, que las escucho tener estas mismas dudas y prácticas. Y esas resonancias que no son “expertas” sino experienciales me dan una enorme bocanada de esperanza. El saber es colectivo, por eso el saber es conversado y la conversación hace saberes.

No tengo certezas, pero no tengo dudas de que las colectividades y comunidades son los espacios donde la vida se reproduce. “Creo que la construcción colectiva significa el probar, parar, regresar a ver, volver a probar. Y eso toma mucho tiempo. Tenemos que aprender a ser pacientes. También implica estar en una apuesta política que te permita decir esto no se trata solamente de mí, sino que se trata de lo colectivo”, dice Anaís Córdova-Páez. Creo obstinadamente en ello y lo elijo cada día. Incluso con las diferencias que ¡claramente! tenemos dentro de las colectividades que habito, me importa no propiciar la “respuesta inmediata”, sino desde el poner mis emociones en conversación para reconocerme y caminar, para que ¿funcione? Lo dejo en forma de pregunta como una forma de resonar con la frase de Nadia Cortés: “Yo no sé si quiero que las cosas funcionen. Yo quiero que las cosas me den dignidad, no que funcionen. Por eso me gusta la palabra dignidad y la dignidad también es situada. O sea, no pienso que la dignidad tiene que ver con lo que para mí es la dignidad. Creo que la dignidad es un diálogo”. Hay un cambio de paradigma en pensarlo desde allí. ¿No?

Hace poco, durante un espacio de fortalecimiento institucional, escuché decir que tener un piso común puede ser también “tener el entendimiento del otre, no necesariamente llegar a consenso”. Esa forma de nombrarlo identificó una fisura deseada que celebra convivir(nos) desde la diversidad. Significaría reconocer lo que pone en valor esa colectividad y cada persona en ella, para poder cuidarlo de manera diferenciada. Seguimos ensayando formas de estar desde el entendimiento. Me esperanza atestiguar cómo diferentes personas y grupos, en diferentes contextos, realidades y territorios estamos hablando, sentipensando, cuestionando y practicando formas que nos permitan hacer fuera de las imposiciones y aprendizajes que traemos aprendidos del sistema. Cómo, aún cuando las fracturas emergen, ensayamos conversaciones cercanas, presenciales, de escucha, de responsabilidades, de reconocimiento. Se intenta recoger los (des)trozos, mirarlos con ojos y corazón curiosos para ir (re)armando el espacio. Desde algunas propuestas ya no se habla de “resolución o transformación de conflictos”, sino de “atención al conflicto”. Quizás porque sin mirar, sin prestar atención, no hay más caminos que puedan abrirse. Luego, si la “atención” no ha tenido la “resolución” que nuestras expectativas habían puesto allí, podemos cambiar(nos) la forma de esa colectividad. Quizás también soltarla junto al reconocimiento de estar haciendo nuestros mejores ensayos para practicar la resiliencia.

Podría ser valioso también reconocer nuestros lugares de enunciación. E invitarnos a la “escucha sin juicio” como propone la CNV. Algo por demás complejo porque hemos aprendido a escuchar sin hacerlo. Nadia Cortés lo nombra como una escucha intervencionista. ¿Qué significa eso? “Significa que tenemos una escucha mucho desde el juicio. Cuando estamos escuchando a alguien ya se está pensando si estamos de acuerdo o no con esa persona. Y eso hace que el otre se pierda. Para mí no hay que aprender ni siquiera una teoría hay que aprender formas de estar o hay que desaprender formas de estar. Y desaprender formas de estar no significa volver a una tábula rasa donde ahora tengo que ser neutral. Nunca voy a ser neutral. Yo soy ese acontecimiento colectivo de todo lo que ya me pasó. Y cómo todo lo que ya me pasó va a estar presente cuando escucho. Pero lo visibilizo y decido ponerlo en pausa por la generosidad de un pensamiento otre que le dé lugar al otre.”

Para hacer tierrita común me quedo con los ensayos, los entendimientos, el ponernos en pausa. Y, como también sostiene Suely Rolnik, con “politizar el malestar”.

Caminar los conflictos

Celebro las muchas propuestas que existen hoy para reconocer y caminar los conflictos. Traigo prestada a Jacinta Egaña cuando, ante la violencia encarnada se pregunta “¿qué cosas y condiciones habían alrededor para posibilitarlo?” Recojo una vez más aquello de que “cada relación es una relación asimétrica de poder” para nombrar que en las asimetrías suele haber fracturas. La forma en la que nos damos la vuelta para mirar esas fracturas, materializa cuánta resonancia hay (o no) en los haceres con otres. Para Nadia Cortés, “unas de las cosas que creo importante poner ahí es criticar la forma en las que nos relacionamos, ponerle preguntas a esas formas: ¿de dónde aprendí a relacionarme con que tengo que descalificar o que tengo que atacar? ¿de dónde viene ese discurso que aprendí? ¿En qué lugar me posiciona eso? ¿Qué posibilita? ¿A qué lugares nos lleva? Pienso que hay que lidiar con eso, hay que hacernos cargo de que es una forma de pensar bien hegemónica”.

Aceptar que una “atención” no terminará en una “resolución” puede ser desesperanzador. A veces, en el atender reconocemos que lo que nos separa no es el conflicto nombrado sino cómo nos acercamos a él. No es un rechazo a nuestras identidades o existencias sino a los haceres. Pero es fácil “tomárselo personal” y acabar haciendo revoltijo en el conflicto. Es la forma en la que hemos aprendido a responder. En la plática con Anaíz Córdova-Páez encuentro un hilito más para tejer: “Hay muchos sentimientos que atraviesan el probar otro tipo de procesos de resolución de conflictos. Uno de esos sentimientos es el dolor y es movilizador. Eso implica que nos ha dolido tanto, tantos destrozos de distintos procesos que estamos abiertas a probar otras formas diferentes de camino. Cuando nos llegó Jineolojî y la propuesta del método de crítica y autocrítica veníamos de procesos colectivos muy fuertes que se rompieron y eso fue muy triste, de muchas maneras. Había muchas ganas de que las relaciones cambien y de que se construyan por otro lugar, un lugar que no puede seguir siendo el lugar de las relaciones de poder entregadas desde el patriarcado como han sido siempre instituidas. En ese contexto teníamos ganas de hacer otras cosas y teníamos al mismo tiempo mucho dolor. La pregunta fue: ¿Qué vamos a hacer ahora que pueda ser diferente?” Mientras, otras preguntas tocan a la puerta: ¿qué otras cosas dejamos de hacer en el mundo cuando atendemos un conflicto? ¿Cuándo es “suficiente” atención?

A veces vamos tejiendo porque queremos cobijarnos, compartir manta y calor, a veces construimos para tener un espacio un poco más amplio en el que compartirnos con otres y cobijarnos allí.

La ilusión manifiesta de construir(nos) con barro

No entiendo los haceres y saberes en individual, neceo las colectividades. Los significados de las palabras también se construyen en la colectividad que habitamos. Y para eso me parece importante el “estar”, con tiempo y disposición. La co-construcción de la que se habla desde muchas propuestas teóricas sobre los procesos comunitarios las he vivido en el “mantenerse”. Participar de procesos comunitarios es intenso, un aprender constante. Suceden conflictos que atender con frecuencia, algunos se resuelven como deseábamos, algunos salen por caminos diferentes pero todos necesitan que los miremos y es ahí donde más aprendizajes sigo teniendo. También aprendo de la voluntad viva de querer atender y transformar comunitariamente. Reconozco la identidad como un acontecimiento colectivo, un devenir colectivo. La identidad es lo que somos, soy porque somos.

Me importa habitar haceres políticos otros donde la experiencia propia colectivizada se transforma en un saber fundamental en mi vida. Y donde reconozco que los problemas no van a cesar pero elijo diversificar las formas de hacer para “mantenerme en el problema”. Los cuidados son diversos, la vida se sostiene desde la diversidad: si miramos el primer espacio natural más cercano a nosotres podremos comprobar fácilmente que cuanta más diversidad, más vida. La vida, además depende de la cooperación, no de la competencia. La vinculación mutualista entre las raíces de los hongos y las plantas es la interacción más común entre especies en la biosfera. Escucho a Nadia Cortés decir que “nos faltan políticas y éticas y formas de construir conocimiento más paradojales. Más que apunten a la contradicción y a esto que dice la Haraway de ‘seguir con el problema’, entender que los problemas no van a cesar (…) la vida no está hecha cuando hay un pensamiento monolístico porque tal cual se acaba el pensamiento, se acaba la posibilidad de creación. Prefiero pensamientos diseminantes que pensamientos que cultivan hacia el monocultivo.”

Me importa hacer tejido social que se inspire en esa vinculación mutualista. En esa micorriza que es la simbiosis entre un hongo (mycos) y las raíces (rhizos) de una planta. En ese microorganismo rhizobium que habita en las raíces y hacen simbiosis con las plantas para fijar nitrógeno, hacer suelo, y permitir la siembra.

Hace poco alguien de mi alrededor hablaba de los espacios bioconstruidos como una interfaz de comunicación con nuestro entorno, su continuidad, su conexión. Me importa construir con ese suelo hecho barro, que nos permite hacer casa común, casas vivas, que crujen y se reconstruyen con cada nuevo ciclo. Que nos permite un reaprender constante, (de)construir para (de)construirnos. No es solo una metáfora. Hacer casa (común) en barro es dedicación, hacer con nuestros cuerpos personal y colectivo, hacer con otres. La permacultura y la agroecología proponen formas de cultivar la vida basadas en la interrelación, evidenciando el poder de la observación del entorno y la transformación. Tal y como sucede en la “magia” de darle tiempo a nuestras mierdas que, cuando reciben atención en su cuidado y nutrición, con el tiempo serán abono. Es bello senti/hacer que nuestras mierdas, en lugar de sacarlas rápidamente de nuestras vidas para contaminar las aguas que luego nos beberemos, se pueden quedar más o menos cerca nuestro, mientras la humedad y las bacterias la transforman en abono con el que luego podremos crecer algunos de los alimentos que nos nutran.

¿Qué entiendo por cultivar la vida basadas en la interrelación? ¿Qué quiero reproducir del mundo que reconozco? Para que esa observación, escucha, diálogo, transformación sucedan, necesito estar presente en los espacios que quiero habitar. Poner mente, cuerpo y espíritu para hacerlo posible. Quisiera reproducir las grietas, lo crujiente, las pequeñas bifurcaciones, los intersticios, las fisuras que fortalecen vinculaciones, los lugares donde se puede hacer crecer otras formas de relación entre nosotres y con los entornos. Quisiera reproducir todos esos lugares que nos dicen una y otra vez desde la heteronorma capitalista que “no sirven para mucho” porque no se pueden hacer “a gran escala”. Justo ahí hay una distancia política esencial: los lugares del hacer colectivo los prefiero medianos, cercanos e interconectados en lugar de inmensos, lejanos y desconectados.

Me importa reconocer cuán colonizados están nuestros haceres, neceo lo cercano y la práctica de caminar con firmeza a construir desde el barro una forma de ejercicio del poder basado en una escucha constante y un diálogo permanente. Creo que la descolonización del poder se facilita en los procesos colectivos diversos, porque nos reflejan.

Me importa reconocer a las amigas políticas y las amigas de la vida, a las familias elegidas y en las que vine al mundo. De cada una de ellas, y de muchas más vinculaciones, aprendo (por resonancia, disonancia, cortocircuito o diálogos -no- dialogados) cómo quiero hacer vida digna y qué ternuras poner en el centro para hacerlo posible.

Me importa reconocer que en este texto dejo muchas reflexiones y voces fuera. Y que el tejido que alguienes más iniciaron tiene un momento de reposo aquí y podrá seguir después. Me importa ‘hacer con’ y desde allí he intentado compartir. Seguramente en un tiempo más, cuando mi experiencia colectivizada de vida sea otra, cuando sigamos nuestros caminos y haya otras conversaciones, otros conflictos que atravesemos juntes, cuando haya más composta en nuestras vidas, podré regresar aquí a robustecer las palabras valorando esas nuevas vivencias.

Me importa cómo estamos, pero sobre todo, cómo seguimos. Quienes nos mantenemos en el problema, seguimos ensayando posibilidades otras y experienciamos la complejidad de los haceres en colectivo desde nuestras cotidianeidades, luchando por formas de posibilidad de vidas dignas. No tengo certezas, pero tampoco tengo dudas.

Referencias

-Comunicación Noviolenta: https://resuenacolombia.com/
-Colectivo de Prácticas Narrativas: https://www.colectivo.org.mx/
-Esferas de la insurrección: https://tintalimon.com.ar/libro/esferas-de-la-insurrecci%C3%B3n/
-Right use of Power: https://rightuseofpower.org/
-Seminario Diseminar pensamientos disidentes desde los feminismos y los transfeminismos: https://www.facebook.com/seminaria.semilla/videos/diseminar-pensamientos-disidentes-desde-los-feminismos-y-transfeminismos/2052748044874110/
-Silencios Fisurados: https://silenciosfisurados.wordpress.com/

@sursiendo

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