Una Diplomatura (Diplomado) de éxito

A través de la columna Encarte Crítico que amablemente publica Chiapas Paralelo, un medio de periodismo digital que ha contribuido a dignificar al ejercicio periodístico en Chiapas, he tratado en varias ocasiones de llamar la atención hacia la disciplina de la Antropología, sobre todo la Antropología Social, la Etnología y la Etnohistoria. Siendo Chiapas el habitar de sociedades en las que la antropología se ha interesado desde hace un largo tiempo, los lectores de un periódico como Chiapas Paralelo merecen estar enterados de las vicisitudes de una disciplina de las ciencias sociales que tiene una señalada importancia en América Latina y El Caribe. En ese tenor, me refiero a la segunda edición de la Diplomatura en Teoría Antropológica en Latinoamérica y El Caribe, que surgió por la iniciativa de Rosana Guber (Argentina), Juan Skewes (Chileno) y Esteban Krotz (Mexicano) en el año pasado. La primera edición de esta Diplomatura (Diplomado) tuvo un sonado éxito y mostró su particular importancia para renovar y actualizar a los profesionales de una disciplina de larga data en nuestros países. La Diplomatura puso y pone en contacto a antropólogas y antropólogos experimentados con las nuevas generaciones de profesionales que se desarrollan en los diferentes países de América Latina y del Caribe. Al lado de antropólogas y antropólogos que ya han recorrido un buen trecho, la Diplomatura hace viable un diálogo con las nuevas generaciones que garantizan la continuidad de la disciplina de las ciencias sociales con mayor presencia en nuestras naciones. La Diplomatura nos ha mostrado a quienes hemos tenido la fortuna y que la seguimos teniendo de participar como docentes, que estas nuevas generaciones poseen una excelente formación garantizando la continuidad de una reflexión plural que repercute en la vida de nuestras sociedades. Y es así porque una de las características más sobresalientes de las disciplinas de la Antropología en esta Nuestra América, es la de que los profesionales de ella nos ocupamos de analizar la situación y condición de sociedades y pueblos que en nada nos son ajenos. Vivimos en  contextos sociales de los que procedemos y eso marca una diferencia sustancial con las antropologías, digamos, metropolitanas. O para usar una terminología muy cara a Esteban Krotz, nuestra antropología es la del Sur en contraste con la del Norte. En los umbrales de la inclusión de la antropología como disciplina universitaria, uno de los “Padres Fundadores” de la misma en Inglaterra, Alfred Reginald Radcliffe-Brown, siguiendo las huellas de la sociología establecida en Francia por Émile Durkheim y su sobrino Marcel Mauss, definió a la antropología social como “una sociología especializada en el análisis de las sociedades primitivas” lo que se tradujo en que los antropólogos y antropólogas estaban concebidos profesionalmente para estudiar a pueblos no europeos, sobre todo de la Europa Occidental, dejando a los sociólogos ocuparse de las “sociedades civilizadas”. Eran los años de la expansión colonial y con ello se cubrió el hecho de concebir a los antropólogos como los estudiosos de pueblos sometidos al colonialismo, para afinar las estructuras de dominación colonial. Triste origen en verdad, aunque siempre hubo corrientes críticas que señalaban otros caminos a la disciplina. En cambio, en Nuestra América los antropólogos y antropólogas estudiaron y estudian a sus propias sociedades o a sociedades que les son cercanas como ocurre en Latinoamérica y El Caribe. No es casualidad que haya sido precisamente en nuestro contorno intelectual en donde se escribiera un libro como el de Severo Martínez, La Patria del Criollo, que discute las herencias coloniales de Guatemala o ese libro señero que escribió el caribeño Franz Fanon, Los Condenados de la Tierra. Como no es casualidad la severa crítica a las teorías de la asimilación aplicadas por el indigenismo como política de Estado hacia los pueblos originarios de esta Latinoamérica Caribeña en la que vivimos. Ahí están los planteamientos de un Pablo González Casanova, de Darcy Ribeiro o Roberto Cardoso, de un Alfonso Arrivillaga; o de Yanina Bonilla o Rosana Guber, o un Guillermo Bonfil y un Miguel Alberto Bartolomé o Alicia Barabas y Luis Campos. Y en general, la antropología crítica que se hace en toda Latinoamérica y El Caribe. Justo la Diplomatura en Teoría Antropológica en Latinoamérica y El Caribe permite articular las múltiples voces de una disciplina que defiende la variedad cultural de nuestros países al tiempo que demuestra que el problema central a superar es la desigualdad social, la intolerancia, el racismo, la discriminación. El desarrollo de la Diplomatura aludida es fascinante precisamente por la conjunción de voces, la pluralidad de la imaginación antropológica, la seguridad brillante de las nuevas generaciones y su apego a la orientación crítica de nuestra disciplina. Así, con una dinámica renovada, se ha iniciado el pasado viernes 12 de abril la segunda edición de la Diplomatura con 14 estudiantes que proceden de Uruguay, Argentina, Costa Rica, Chile, México y una estudiante procedente de Rusia. En muy poco tiempo se revelarán los resultados de esta Diplomatura no sólo en la docencia de las disciplinas de la antropología sino en su aplicación en la vida de nuestros pueblos.

Ajijic. Ribera del Lago de Chapala. A 14 de abril de 2024

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