La polarización

Claudia Sheimbaum

Por supuesto, mucha tinta correrá después de la jornada electoral del domingo pasado. Para todas las reflexiones, pienso yo, debería tomarse en cuenta la evidente polarización existente en país y se refleja en las charlas y chismes políticos que cada quien tuvo o tiene en su vida cotidiana.

Una de las cosas que ha caracterizado la forma de hacer política del presidente del país, Andrés Manuel López Obrador, es tensar la cuerda ideológica de todo un pueblo hasta llevarla a algunos lugares de discusión muy subidos de tono en el sentido político. Muy normal en los procesos de cambios, pero tal vez ahora muy intenso en las discusiones. Para bien o para mal.

Por un lado, puso las cosas en su lugar en las orientaciones políticas. Un país de profundas desigualdades sociales, a la menor provocación afloraron los dos bandos históricos que han estado en conflicto social, económico y cultural durante los siglos de nación independiente. El “fuera máscaras” no fue sino el aviso de que no habría simulación a la hora de “cambiar” de régimen; que esta vez el turno era para la gente más desfavorecida, la mayoría de México, los más pobres, a quienes los apoyos fluyeron y para muchas familias pudo ser la diferencia entre la pauperización extrema y una oportuna adquisición de sustento.

En el otro, ello significó, por primera vez, una terrible afrenta política de alguien que no pertenecía a las élites y desde el poder proclamó las ayudas y dejó de lado las otras clases sociales. Se le acusó de corrupto, populista, demagogo y sobrevino una sistemática Intervención opositora en la vida pública del país, sobre todo en los espacios cibernéticos y de redes, todos ellos con lenguajes incendiarios. Caldo de cultivo para el enfrentamiento, donde todavía no hay tregua y el encono sigue presente.

De esto, unos hablan de la madurez del pueblo México para hablar de política, los otros dicen que la presidencia ejerce violencia discursiva y no gobierna para tod@s. Es la pugna de los muchos Méxicos que existen, representado por dos bandos políticos y, quizá, dos clases sociales.

Pero en tiempos de elecciones, nada nuevo bajo el sol. La polarización política siempre sobresale y no se esconde, e incluso se demanda sea visible. Por eso llama la atención ahora, cuando los resultados hablan de una apabullante victoria de la izquierda, se intente anular la realidad del triunfo, dando por descontado que eso mismo forma parte de nuestros procesos electorales. El enfado poselectoral ya ha sucedido antes, muchas veces, y los ahora afectados parecen no darse cuenta que repiten las mismas prácticas. Es no recordar la historia, en otras palabras.

No es que no se pueda hacerlo, al contrario, la irritación también forma parte de un sistema demócrata, pero quien lo hace y no reflexiona tiende a repetir los errores. Ahora se pide nuevo conteo de votos y “resistencia civil”, cuando hace algunos años, quien pedía lo mismo (el actual presidente) fue tachado de revoltoso y de mal perdedor. Por eso, no hay mucha credibilidad ni originalidad en esta nueva cargada de la oposición.

Durante años, un poco mas de 30 años, he participado en marchas y manifestaciones, cierre de calles, paros en la universidad; fui observador de casilla, militante de grupos artísticos organizados políticamente (nunca en partidos), hice boteo, nos juntamos para hacer resistencias. En todas las elecciones sufrimos golpes demoledores y depresiones; gritamos fraudes a todo pulmón, y volvimos una y otra vez a salir a las calles.

Ya he comentado en este espacio que, en 1994, en plena efervescencia zapatista, con un asesinato de un candidato a la presidencia y un prominente político del partido del poder, en medio de una catastrófica devaluación de la moneda y crisis económica, la gente saldría a sacar al PRI. Y no. A las 9 de la noche, ya finalizadas las elecciones de ese año, con lagrimas en mis ojos vi que mis vecinos habían votado por quien yo creía una aberración política. Mi colonia y barrio, como el resto del país, habían votado por sus verdugos. Como no lo podíamos creer, en el futuro armamos sesiones enteras entre los amigos y colegas, noches dedicadas a eso, para saber y entender porque un campesino o indígena votara por quien le aseguraba ser pobre toda su vida. Cuando hablo de esta búsqueda de respuestas las indagábamos en las mas insólitas conjeturas, desde conspiraciones internacionales, hasta tintas mágicas que se desvanecían a favor del partido en el poder, y otras más. Ahora es un poco de lo mismo.

Lo que quiero decir es que las elecciones son bastante complejas y difíciles de comprender al primer intento. Además, son viscerales y, aunque se diga que no, la razón a veces no entra muy seguido en esos procesos; como tal, se vuelven pasionales, o como en este caso, de estupor y rabia, para quienes no vieron ganar a su candidata.

Donde más se observa eso, ahora mismo, es en las redes sociales (antes “benditas”, ahora casi proscritas por el poder presidencial). Durante los 6 años de la presidencia actual, algun@s tuiteros y “nuevos” actores políticos, de oposición, no dejaron de expresar cualquier opinión adversa en contra del gobierno. Igual al revés, pero creo no es lo mismo justificar que fustigar.

En las redes “se siente” el shock del resultado electoral, donde algún@s llaman a caos nacional y muchos más se preguntan qué pasó. Se decía que el dominio opositor estaba en el mundo virtual, pero traducido social y políticamente en una ilusión segmentada de la realidad. Las redes sociales no representan al mundo. Solo somos una pequeña parte de nuestros países con mayoría pobre, desconectada; la presunción de los followers o los likes, aunque significativos a la hora de hacer “tendencias”, no significan mucho en términos de votos. Más que una lección, eso ya es un dato puntual e inamovible en todos los procesos electorales.

Nadie esperaba el resultado tan apabullante de la izquierda, eso quizá explica un poco el estado de expectativa generalizada que se vive hoy en México que, de un lado, es sospecha de fraude por lo incierto del silencio, y del otro, sorpresa del contundente triunfo y cautela ante lo que viene.

En todos los aspectos, este domingo pasado el país cambió de coordenada política, tal y como la conocíamos antes, la de 200 años de vida independiente, donde al parecer los partidos políticos son solo pretextos institucionales para acceder al poder y no plataformas fijas de propuestas de gobernanza. Imperan otros códigos, otras formas de “hablarle” a la gente, las cuales las figuras políticas son eso, insignias y estampas en las cuales tod@s nos podemos ver, o no ver, pero teniendo como referencia la forma de llegarle al lenguaje de las mayorías.

Seremos gobernados por una mujer, la primera en la historia, con la confianza de que la polarización tan aguda en el país no sea más que una fuerza de debate intenso, a partir de los lenguajes políticos expresados, quizá, desde una mirada de género hacia el pueblo, o como bien dicen algun@s expertos, desde el cambio total del régimen histórico político mexicano, desde sus cimientos hasta sus acciones. Seguimos en la expectativa.

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