Una pistola para matar a Marx: Diario de Gombrowicz, 1

Casa de citas/ 694

Una pistola para matar a Marx: Diario de Gombrowicz

(Primera de tres partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

Aunque el escritor polaco Witold Gombrowicz (1904-1969) escribió varios libros premiados y célebres, la crítica ha señalado reiteradamente que su mejor libro es el que comentaré: Diario (1953-1969), de casi 900 páginas, traducido por Bozena Zaboklicka y Francesc Miravitlles (Seix Barral, 2005).

El libro está constituido por todo lo que Witold publicó en la revista polaca Kultura desde 1953 hasta que murió. Dice él mismo en sus Palabras preliminares (p. 15): “Es una escritura bastante desordenada, hecha de un mes para otro; seguramente me repito y me contradigo más de una vez. ¿Qué hacer? ¿Ordenarlo? ¿Pulirlo? Prefiero que no quede demasiado relamido”.

 

1953

Juega con los conceptos, las palabras, consigo mismo. Dice en el principio (p. 19): “Lunes, Yo. Martes, Yo. Miércoles, Yo. Jueves, Yo”.

Él “pertenecía” a un pueblo, pero le interesaba más su individualidad (p. 24): “Mi situación de escritor polaco se volvía cada vez más molesta. No me muero en absoluto de ganas de representar a ninguna cosa aparte de mi propia persona”.

No pone fechas, sino, nada más, el nombre de los días. Escribe (p. 47): “Exijo del arte no solamente que sea bueno, sino también que esté bien unido a la vida”.

Su diario está explícitamente escrito para ser leído, para ser publicado de inmediato. No hay la confidencia, sino la reflexión sobre lo que ve, lee, ve, escribe (p. 52): “Dios se ha convertido en una pistola con la que quisiéramos matar a Marx”, y al revés (p. 53): “Cuando hablas con un comunista, ¿no te da la sensación de estar hablando con un ‘creyente’?”.

Reflexiona constantemente sobre el artista, el arte (p. 69): “Y todo arte en general raya en el ridículo, la derrota, la humillación. ¿Acaso existe un artista que no sea, como dice Cioran, ‘un ambicioso, un derrotado agresivo, un amargado que es asimismo un conquistador’? ¿Es que habrá visto Cioran en alguna ocasión a un artista, a un escritor que no fuese, que no tuviese que ser megalómano? El arte, como ha dicho con toda razón Boy, es un cementerio: por cada mil personas que no han logrado realizarse y se han quedado en la esfera de una dolorosa insuficiencia, apenas uno o dos consiguen ‘existir’ de verdad”.

Ilustración: Héctor Ventura

Dice de los poetas (pp. 87-88): “El pota de hoy debería ser un niño astuto, lúcido y cauto. Que se dedique a la poesía, pero que sea capaz en cada momento de darse cuenta de sus limitaciones, fealdades, estupideces y ridiculez; que sea poeta, pero un poeta dispuesto en cualquier momento a revisar la relación entre la poesía y la vida, la realidad. Siendo poeta, que no deje por un momento de ser hombre y que no subordine el hombre al ‘poeta’ ”.

 

1954

Le preocupa el lenguaje (p. 107): “El estilista contemporáneo debe tener un concepto del lenguaje como de algo infinito y en continuo movimiento, algo que no se deja dominar. […] Al fin y al cabo el arte existe entre hombres vivos y concretos, o sea, imperfectos. […] Con las palabras hay que intentar alcanzar a la gente y no a las teorías, a la gente y no al arte”.

En estos dos primeros años de su diario, está en Argentina. Platica con un amigo, quien le dice (p. 110): “En Madrid uno está sentado en la mesa de un café, en plena calle, y aunque no le espera nada concreto, sabe que todo puede ocurrir: la amistad, el amor, la aventura. Aquí se sabe que no va a pasar nada”.

Reflexiona en esa misma página Witold: “No tenemos la catedral de Notre-Dame ni el Louvre, en cambio a menudo se ven en la calle unos dientes deslumbrantes, unos ojos espléndidos, unos cuerpos de formas armoniosas y ágiles”.

Explica cuál es su método de escritura. En el inicio hay mucho de provecho (pp. 121-122): “A las personas interesadas en mi técnica literaria les transmito la siguiente receta.

“Entra en la esfera del sueño.

“Tras lo cual ponte a escribir la primera historia que se te ocurra y escribe unas veinte páginas. Luego léelo.

“En estas veinte páginas habrá quizá una escena, unas cuantas frases sueltas, una metáfora que te parecerán excitantes. Entonces vuelve a escribirlo todo una vez más tratando de que esos elementos excitantes se conviertan en la trama y sigue escribiendo sin tener en cuenta la realidad, tendiendo sólo a satisfacer las necesidades de tu imaginación.”

Otra nota sobre el arte (p. 137): “Una obra de arte no es cuestión de una sola idea ni de un solo descubrimiento, sino que es el resultado de miles de pequeñas inspiraciones, el producto de un hombre que se ha instalado en su propia mina y extrae de ella mineral siempre nuevo”.

Aunque no da títulos, alude a libros que han trascendido épocas a veces con sólo un puñado de lectores (p. 146): “Algún día se sabrá por qué tantos grandes artistas han escrito en nuestro siglo tantas obras ilegibles. Y por qué arte de magia estos libros ilegibles y no leídos han pesado sobre nuestro siglo y son famosos”.

Más sobre la escritura (p. 154): “No me parece malo que los literatos escriban sobre sí mismos y polemicen entre ellos, con la condición de que sus personas sirvan de puente hacia cuestiones superiores y problemas generales. […] El escritor no escribe con ningún misterioso ‘talento’, sino… consigo mismo. Es decir, escribe con su sensibilidad e inteligencia, con su corazón y su mente, con todo su desarrollo espiritual y esa tensión, esa constante excitación del espíritu de la que decía Cicerón que es la esencia de toda retórica. No hay en el arte nada misterioso, nada esotérico”.

A Witold le gustaba observar la belleza de la juventud y veía en ellas posibilidades de desarrollar ideas, como ésta (pp. 173-174): “¿No deberían ser la belleza y la juventud algo desinteresado, que no sirviera para nada, un maravilloso don de la naturaleza, un coronamiento…? Sin embargo, en la mujer este prodigio sirve para ´procrear, está forrado de embarazo, y de pañales, su realización suprema implica la aparición de un niño, lo cual señala el final del poema. Apenas un chico toca a una chica, fascinado por ella y por sí mismo con ella, cuando ya se han convertido él en padre y ella en madre, de manera que una chica es un ser que aparentemente cultiva la juventud, pero en realidad sirve para liquidarla”.

 

1955

Por algo escrito en su novela Trans-Atlántico, aclara (pp. 195-196): “Deseo aclarar a quienes pudieran estar interesados en ello, que nunca, a excepción de unas aventuras esporádicas a muy temprana edad, he sido homosexual. Tal vez no sepa hacer frente a la mujer, no sé hacerle frente en el terreno afectivo, ya que existe en mí una especie de bloqueo sentimental, como si temiera el afecto…”.

Aunque vive en Argentina en los tiempos de esplendor de Borges (con quien no tuvo mayor trato) no se acerca al círculo de Victoria Ocampo, directora de la revista Sur. Ella, dice Witold (p. 198) “nadaba en millones largos y […] con su tenacidad entusiasta había conseguido hacerse amiga de Paul Valéry, invitar a su casa a Tagore y Keyserling, tomar el té con Bernad Shaw y hacer buenas migas con Stravinski. […] El insistente tufillo de esos millones, ese perfume financiero de la señora Ocampo que producía un cosquilleo un tanto excesivo en la nariz, no me invitaba a conocerla”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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