A cuatro años de su ausencia, Efra
Por supuesto que no. No vamos a caer en la frase sin sentido para decir ¨te extraño”. Chale, no. Lo que quiero decir es más simple, horrorosamente simple: escribo estas letras pensando en vos, porque tu aniversario es una especie de ritual para mí. Un recordatorio permanente de cómo hacemos las cosas más ordinarias, sin siquiera saber qué hacer con ellas pero, sobre todo, sin pensarlas como tales. Nuestra existencia simplemente fluye y ya. Suena aburrido y hasta cursi, pero es trascendental, y he ahí el aprendizaje de tu persona. Celebramos que hayas estado con nosotros el tiempo que estuviste. Hubiéramos querido fuera más, pero solo vos y esa cosa que se llama tiempo (“un misterio que ni Dios entiende…”) tenían organizada esa métrica tan perfecta, como lo es la vida y la muerte.
Hay que celebrar el momento, cuando convivimos, ese momento único que ahora está en nuestros recuerdos y en nuestra naturaleza, por más efímero que fuera. Ahí está la onda, mi querido Efras. Para nosotros, ese tiempo ahora es universal, no tiene fronteras tampoco límites históricos. No es el “ayer”, máster. Sino lo que perdura.
Tengo toda la total seguridad que estas palabras, para vos, un iconoclasta irredento, deberían sonar huecas y sin sentido. Vale, lo acepto. Pero tampoco soy tan chingón como vos: me cuesta expresar lo mucho que te extraño, ante tu semblante taciturno que te caracterizó, pero que cautivó a toda la ciudad de San Cristóbal y que me rebasa por completo. Es esa actitud tuya, sin palabras, para comunicar tanto y a tantos. Un contrasentido, digo yo.
(Déjame un por un trago, wey. Buscaré por ahí mientras también busco las palabras que puedan darme etílicamente lo necesario para brindar con vos)
Hay cosas que han pasado en esta parte del mundo. Obviamente, te echo de menos, cabrón, pero eso te lo digo en el campo poético, en el lenguaje invisible, del cual Martín me ha dicho que es como se comunica la gente de bien.
Martín me dijo que yo debía suplantar tu presencia en la presentación del libro de jazz. Me espantó. Tu lugar, master, diciendo las cosas que vos tenías que decir. Martín, con la ceremonia ritual por lo que lo caracteriza. Me dice, no con dolo, es más, con toda la sorna posible: es tu turno.
Cabrón, no soy tan jazzero. Es decir, entiendo el jazz como una forma musical exuberante en todo el sentido del término y mi acercamiento a éste se debe exactamente por ese motivo. Una música “antropológica” por definición. Diversa, ecléctica, híbrida. Muy contraria a la notoria sapiencia de master, del Efras en este campo.
Pero Martin, siempre jodiendo y poniéndome nervioso a cada tanto, me dice: subes y te tiras el rollo del clásico libro de Luc Delanoy, porque Efraín no sé qué, que ya lo debió haber leído como mil veces, y vaina y media. Ahí voy, master, a suplantarte. Hago lo mejor que puedo, pero cuando estoy ante el micro y hablando me acuerdo de algo que me dijiste alguna vez, quizá ni te acordás de seguro: que el jazz era una forma de rock más perfeccionada y puesta en entera libertad sónica. Teníamos, quizá dos mezcales adentro, y vos, como siempre, cuando decías esas frases lapidarias como si nada, y te quedabas como si nada, como si no fueran de este reino de la comprensión de nosotros, los mortales. Me quedé pensando todo el día en eso, antes de la presentación.
También, máster, en este lado del mundo, estamos haciendo cosas sobre el etnorock, seguimos, pues. Es una herencia que vos nos diste para discutirla y estamos en el ajo sobre eso. Es uno de tus legados, viejo, y esta chida la onda porque nos ha permitido ver muchas cosas de las que habíamos platicado intensamente cuando estabas con nosotros. Pero un chingo, y seguimos en la idea de la construcción musical como parte de la escena vital de una sociedad, cualquiera que sea.
Tengo un libro de vos, con tus notas, que Martín me obsequió luego de tu partida. A veces lo hojeo y estoy de nuevo en contacto con tu persona. A veces me olvido y listo. Estamos a mano. El recuerdo hace que estemos cerca pero también en sana distancia, en lo que se refiere a la vida cotidiana y nos hace descansar de las melancolías que nos hierven la sangre cada vez que tocan las puertas de nuestras sensibilidades.
Eso pienso, pero llego a San Cristóbal y todos sus pasajes me recuerdan a vos. Entonces, tengo que empezar de nuevo, tratar de hacer mi relato de Efraín Ascencio Cedillo desde la nostalgia, pero ya sin dolor (creo) y si con la certeza de que algo dejaste en esta ciudad que, a veces, parece tan huérfana, tan sola y definitivamente llena de recuerdos tan, pero tan chingones, que hasta cree uno que nunca te fuiste.
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