God save the Queen

Foto: @DiosSalveOK

El pasado 12 de octubre se presentó en Tuxtla el tributo a la banda Queen: God save the Queen, un show que consiste en un concierto de una banda de argentinos no solo tocando covers de la mítica banda, sino que la imitan en todo, creando una extrañísima atmósfera nostálgica, porque simplemente, con solo entrecerrar los ojos y abrir sin censura el espíritu musical, pareciera que estuviésemos viendo en vivo a la banda inglesa.

Cuando decimos que son imitadores tiene una tremenda connotación, porque no únicamente deben ser extraordinarios músicos para “fusilar” las canciones de uno de los grupos de rock más populares y conocidos de todos los tiempos, sino que, siendo lo que significa Queen para mundo del rock y todo el universo de calidad musical que lo sustenta, desde el perfomance básico de Queen (que es muy vasto y lleno de buenos clichés roqueros), hasta lograr prender al público que-sabe-que-no-son-los-originales, representa todo reto gigantesco.

El tiro que se avientan es muy temerario, por donde se le vea. Pero lo logran. Y con mucho. Un gran concierto que vale la pena cada peso invertido en el tributo.

No conocía ni remotamente a la banda argentina, además que nombrarla así es una contradicción porque ni se presentan como tal y, muy acordes a su papel, hablan en inglés british, todo el tiempo. Según la publicidad, la prensa especializada como la revista Rolling Stone y otros medios, hablan de ellos como la mejor banda imitadora de Queen. La leyenda urbana dice que incluso el vocalista, Pablo Paladín, audicionó para la banda real. Quien sabe, pero la historia es emocionante.

Tema aparte es Freddie Mercury. Nadie en su sano juicio sabe que se le acercaría al, quizás, mejor frontman del rock de todos los tiempos. Y Paladín ejecuta su papel, representa a Mercury con soberbia y majestuosidad. Aunque a veces se le nota sobre ensayado y con mucho estereotipo con respecto a cómo se movía Freddie en el escenario. El parecido, tanto físico como en los aspavientos como cantante y líder de la banda, es impresionante. No obstante, de todo lo dicho (que ya mucho) está el timbre de voz. De no creerse que haya alguien que pueda acercársele sonoramente al líder de Queen. Todavía hay más: también toca piano y la guitarra, faltaba más. No podía ser de otra manera. De ahí para adelante, todo fluye, es cadencia y recuerdo. El show prometido es una hermosa realidad.

Después del concierto comentaba que el evento era para gente conocedora de la obra de Queen, si bien fuesen para los hits más melódicos y conocidos (después de la película biopic, Bohemian Rhapsody, aún más), pero lo realmente entrañable fue estábamos impregnados en la nostalgia más pura y dura en tanto se veíamos ante nuestros ojos el video clip generacional, tan cercano en ese momento y tan delicado en su forma de atraparnos, aunque fuese una banda que no-es, pero al mismo tiempo, en el lapso de dos horas, en un ciudad del sureste mexicano, si lo fue.

El público, contra lo esperado por tratarse de un concierto de ese tipo, no fue exactamente el roquero quienes asistieron. Interesante fauna la que estábamos ahí. La mayoría roquera de cincuenta años, la generación que vivió el apogeo del grupo en los ochenta. Pero había más público que, en estética y comportamiento, no precisaba ser de la tribu, much@s burócratas con hijos adolescentes; al lado nuestro había una familia, esposo y dos pequeños en brazos durmiendo. Él, más prendido que ella, coreando y cantando casi todas las canciones. Adelante, una señora rubia, espigada, con el cabello rizado y suelto, vestida de cuero negro y botas altas, acompañada de dos jóvenes y un adolescente de cabello largo. No se sabía si les gustaba el rock o estaban ahí por coincidencia, pero todos comprometidos con el rigor de un concierto en forma.

Lo malo. El lugar, el Centro de Convenciones Expo Chiapas, no está diseñado para un concierto de música, por lo que el sonido a ratos demeritó un poco la calidad del show. A veces “rebotaba”, en otras se vició un poco. Las filas de los asientos estaban parejas, sin nivel alguno, o sea si una persona de adelante se ponía de pie, tapaba al resto, inevitablemente. Las bebidas caras, como era de esperarse, pero también se esperaba una propina para los que las servían, y nunca tenían cambio, haciendo medio bochornoso el intercambio mercantil etílico. Y unas acomodadoras de asiento (¿?) en un lugar no tan grande y tan irrelevante a la hora de buscar la fila. Por supuesto que te llevaban al lugar pero de igual forma exigían dinero extra.

Solo faltó lo del concierto de Los Caifanes, en el Foro Chiapas, donde cobraban la entrada al baño, con un público cautivo, después de haber pagado la debida entrada, ingiriendo bebidas y con unas inmensas ganas de orinar. Un hecho bastante miserable que contrasta con la posibilidad de tener eventos de alta calidad en una ciudad como Tuxtla.

Ojalá siga habiendo espectáculos así. A veces la capital de Chiapas se vuelve monótona y recurrentemente botanera, que no está mal, pero tampoco como la única forma de socializar y sentirse parte de lo que pasa fuera de Chiapas.

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