Normalidad

Foto: ISSSTE

Leo en la portada de un diario nacional caro las noticias. Ninguna muestra una nota acerca de la pandemia iniciada hace un año. Ya no es noticia. Al menos el sábado pasado y para ese diario. Contrasta esto con la cantidad de notas periodísticas realizadas hace un año. Millones de letras, frases, oraciones, opiniones, engaños, sorpresas, difuminaron redes, medios impresos y televisivos. Asimismo, millones de personas fuimos encerrados disciplinariamente por los Estados aquel marzo de 2020.

¿Ha dejado la pandemia ser noticia como para empezar a pensar o dar paso a la costumbre como usar el cubrebocas como bozal? Varias voces autorizadas lo ha dicho: tenemos que acostumbrarnos a su uso como parte de nuestra vida cotidiana. Algo así como si fuera además de una corbata o trusa, otra parte más de nuestra aburrida presentación. También las voces autorizadas y expertas han nombrado este cúmulo de efectos y comportamientos sociales que supuestamente deberán aparecer, como “la nueva normalidad”.

En la actualidad, acaso por costumbre o hartazgo, el sentimiento de contagiarse parece ser no tan letal, pese a continuar las muertes cavando tumbas, invadiendo angustias, alejarse del otro, individualizando las acciones…, situando al miedo en un lugar especial en las cabezas humanas. La misma incertidumbre socavando el miedo como arma de control social. Pese a que las vacunas llegaron para paliar un poco esa incertidumbre macabra de huir a encerrarse, huir del otro, huir de uno mismo, para pensarse primero en uno, para esperar los dispositivos enunciados y ordenados por el Estado, la anormalidad continúa. La anormalidad de ya no ser como antes. De sentirse “enfermos”. Contagiados. De la previa “normalidad” a la otra normalidad, la “nueva”, la enferma, permitió al Estado incrementar ciertos “síntomas” de sociedades vigiladas y monitoreadas, probados para forzar la costumbre con drones, estados de sitio. Puso al Estado en su lugar, reafirmando su presencia como el único capaz legitimado de ordenar el encierro de millones de personas en pocos días.

En “la nueva normalidad”, bautizada desde la OMS, ente principal de la movilización mundial y de los intereses de los monopolios farmacéuticos, hay la pretensión de que algunas cosas que estaban antes de la pandemia del 2020, no regresarán más. ¿O sea que el insistido y deseado por muchos, regreso a clases, no será más una realidad?  Hasta hoy, sólo realidad virtual. A un año de distancia pocos países han vuelto a esa “normalidad”, incluida las clases presenciales. Además, las vacunas deberían hacer un papel generador de certidumbre y de esperanza… de vivir.

Pero no es así. A un año los efectos derivados de la pandemia del coronavirus han fijado cambios y otros en curso. Nadie podría negarlo. Se activaron en los gobiernos, escuelas, empresas, fábricas, y la sociedad en general para luchar contra las muertes, minimizar contagios, aislar y encerrar. Medidas preventivas que han repercutido en todos los entornos sociales. Formas de adaptabilidad de una forzada y molesta forma de convivir y trabajar, de vivir y morir, de amar y odiar, de dormir y despertar… Hechos sociales nuevos proyectados, maximizados en las mentes y redes sociales, volver el temor y el miedo una costumbre, visualizar el consumo como una oportunidad práctica de acceso desde un celular o desde la casa, el afianzamiento desarrollado años atrás de la tecnología -la matriz central de las nuevas costumbres normalizadas-, como el descubrimiento de una nueva imprenta, se instala y pasa por obligado e incómodo zoomismo, por las terapias emocionales, o por las compras masivas en línea ya en curso pero ahora magnificadas oportunamente. La antesala de la “nueva normalidad” está construyéndose como “imposición de un disciplinamiento inmovilizador”, como opina mi amigo Robinson. Querámoslo o no, somos parte de esas vivencias, testigos aún vivos de esta contemporaneidad recreada, impuesta, para mutar hacia algo inédito.

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