Congreso, los límites de la paridad

Edificio del Congreso del Estado.

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La diputada presidenta de la Junta de Coordinación Política del Congreso local se vanagloria de que la próxima Legislatura, la LXVI, tendrá una composición inédita: 23 mujeres y 18 hombres. Sugiere que esa alta proporción de diputadas deberá darle al trabajo legislativo un sello particular, de género. Sin embargo, no es del todo certera la apreciación de Gloria Luna Ruiz, también presidenta de la Comisión de Ciencia y Tecnología.

En primer lugar hay que tomar en cuenta que la mayoría llegará al Congreso por efectos de la paridad de género que impone la ley, no por contar con una destacada trayectoria política. Tampoco hay que olvidar que las próximas legisladoras fueron propuestas por partidos políticos que poco tienen de democráticos en la selección de sus candidatos, sino que más bien toman decisiones verticales que dependen de las cuotas de poder de quienes los dirigen. Y, dos factores fundamentales: el Poder Legislativo en Chiapas –como en muchos otros estados— no legisla pues la mayoría de las iniciativas salen de Palacio de Gobierno; y carece de independencia del Poder Ejecutivo, es decir, actúa en función de los intereses del gobernador en turno.

Así que sin sólida formación y experiencia política, sin una agenda partidista clara, sin capacidad técnica para formular nuevas leyes, y maniatadas por la subordinación, las diputadas chiapanecas que tomarán posesión el 1 de octubre, difícilmente podrán incidir como género en los temas legislativos fundamentales que se traten en la Cámara, amén de que hay muchos asuntos que poco tienen que ver con perspectivas femeninas, por ejemplo la eliminación de la tenencia vehicular, el presupuesto de ingresos, la contratación de deuda o la privatización del Sistema Municipal de Agua Potable y Alcantarillado.

Está muy bien que haya más mujeres en el Poder Legislativo, al menos es importante en lo simbólico porque nos muestra que algo se está moviendo en la cultura política. Sin embargo, no hay que echar las campanas al vuelo, hay que darle su verdadera dimensión para poder sopesar los avances reales y a partir de ahí consolidar esas señales de cambio. No hay que sobredimensionar el fenómeno, hay que analizarlo para no legitimar la simulación.Hay que ser escépticos respecto a la creencia de que un Congreso con mayoría de mujeres cambiará la naturaleza y el ejercicio del poder.

En este caso, el género es una circunstancia no una fracción parlamentaria, es un acontecimiento importante del que quizá las mismas diputadas no tienen plena conciencia de su potencial. Incluso en temas en los que podría pensarse que tendrían su respaldo no existe garantía de que así suceda, como la despenalización total del aborto o el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales, pues su postura no depende sólo de su voluntad y criterio, sino de los principios que defienda su partido o de lo que en ese momento valore políticamente el Ejecutivo o de la presión que ejerzan los grupos de poder como la Iglesia.

Bajo estas consideraciones, se concluye que para que una Legislatura tenga un sello particular, sean hombres o mujeres los que predominen, no depende sólo del género, sino de la convicción que se tenga respecto a los temas trascendentales para el estado, de la capacidad de generar iniciativas y de persuadir a los opositores, de la habilidad para generar consensos dentro y fuera de la Cámara, de la inteligencia y combatividad para defenderlas, y de la voluntad de negociación.

La aportación más importante de la próxima Legislatura conformada en su mayoría por mujeres, quizá sea la de mostrarnos –pese a muchas resistencias— que hay una conquista efectiva de posiciones políticas relevantes, aunque en los hechos no veamos grandes diferencias de fondo. La enseñanza es que existe la certeza de que en el futuro esos espacios paritarios se tienen asegurados, que están ahí para que las mujeres –partidistas o independientes— los ocupen y le den contenido.

Por sus ataduras, por sus limitaciones políticas o por su endeble convicción democrática, difícilmente veremos en las próximas legisladoras un cambio de actitud respecto a sus antecesoras. Si acaso hay algún avance importante en la tarea legislativa en asuntos de igualdad de género o en la defensa de los derechos de las mujeres, sin duda se deberá al cabildeo y a la presión que ejerzan los colectivos civiles y feministas que están ante una coyuntura favorable para, cuando menos, poner en el debate los temas relevantes de su agenda.

 

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