El que dispersa la sombra

Casa de citas/ 373

El que dispersa la sombra

Héctor Cortés Mandujano

 

La verdadera expresión, podríamos decir, es la del árbol

Jerzi Grotowsky,

citado en Anatomía del actor

 

En Anatomía del actor. Un diccionario de antropología teatral (SEP, INBA y otras editoriales, 1988), un clásico de Eugenio Barba y Nicola Savarese (mi ejemplar es gran formato, lleno de ilustraciones y fotos), hay una serie de ideas que apuntan a muchas partes. Comparto algunas.

 

Ilustración: Juventino Sánchez

Aunque es, en sentido general, un diccionario, cada palabra se explica, se analiza, se estudia con un ensayo. La primera es “Anatomía” y escribe Savarese (p. 13): “La anatomía es la descripción de la vida a través de la ausencia. La anatomía celebra la pompa de las superiores geometrías de la vida de los cadáveres; por lo que la vida sólo puede llegar a ser objeto de conocimiento y de observación dejando de ser tal. Por tanto: la vida o se vive o se describe”.

Eugenio Barba dice en “Dramaturgia” (p. 51): “La palabra texto, antes de significar un documento hablado, manuscrito o impreso, significa ‘tejido’. En este sentido no hay espectáculo sin ‘texto’ ”. Dramaturgia, sigue Barba, no es sólo lo escrito, sino “lo que los diferentes actores hacen o dicen, como los sonidos, ruidos, luces, y transformaciones del espacio”.

La palabra “Gurú”, según Rosemary Jeanes Antze, tiene un significado que me encantó, poético (p. 115): “El que dispersa la sombra”.

En “Montaje”, Barba cita una línea de Laura, una personaja de El padre, de Strindberg (p. 150): “Es extraño, pero nunca he podido mirar a un hombre sin sentirme superior a él”.

 

***

 

Dice Alejandro Jodorowsky en su película Poesía sin fin (2016), a propósito de su madre (cito de memoria): “Era un cisne humilde, en medio de muchos patos vanidosos”.

 

***

 

En las últimas páginas blancas de un libro de Kafka, poseído de súbita inspiración, y con mi letra menos confusa (mayúsculas), escribí este cuentito que me salió de un tirón. No le puse título, pero ahora lo llamo

 

Mi asesino

 

Sin saber cómo entré en un mundo paralelo. Estaba dormido en mi cama y cuando abrí los ojos, sentí el frío terrible de esta montaña de hielo.

Lo peor fue que, al incorporarme, vi venir hacia mí a tres personas armadas con cuchillos y lanzas. Traté de hacerles entender a gritos (no me entendían, hablaban otro idioma) que yo era pacífico y no estaba armado.

La respuesta fue una lanza que pasó rozándome el brazo derecho.

Había que huir y eso hice. Corrí, corrí, corrí. Reconozco que, por mi fortaleza física, no fue difícil dejarlos atrás.

Comencé a explorar este mundo blanco. Puse un pie en una roca mojada, escarchada; me resbalé y mi cabeza se estrelló contra el piso helado. Me desmayé. Abrí los ojos y estaba en mi cuarto. Menos mal.

Hacía un calor espantoso. Me levanté, vi la hora (3:59 de la madrugada) y decidí bañarme. Tal vez por el cansancio, no me fijé que el jabón había caído, lo pisé y me di de nuevo en la cabeza, ahora contra la pared de mosaicos finos.

Entré de nuevo en aquel mundo, pero yo ya no era el perseguido, creí, sino el perseguidor.

Vi al hombre acostado y cuando comenzó a gritar, hice señas a mis compañeros para que se detuvieran y me dejaran avanzar solo. Intenté hablar con él para tranquilizarlo. No me entendía. Le sonreí y me dejó llegar a su lado. Allí saqué mi cuchillo y se lo clavé en el corazón.

Cuando sentí el dolor que me mataría, supe también que él y yo éramos el mismo, lo mismo. Pero era tarde. Los dos caímos para no levantarnos nunca…

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

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