La era de Messi y Ronaldo

Como en política, en el futbol no deberían importar las simpatías. Al menos en apariencia, porque antes de la cultura de masas -vía medios de comunicación- no era tan significativo. Actualmente, hay quienes sostienen sin dudar que en la parte de la venta de imagen e impacto de audiencias no hay de otra que vender “lo bonito” y la “buena onda” para apuntalar la calidad deportiva.

Lo dicho porque a quienes nos gusta el deporte y, en particular, el futbol, no deja de impresionarnos la etapa que nos ha tocado vivir en la saga deportiva de Lionel Messi-Cristiano Ronaldo, dos de los mejores jugadores de toda la historia del balompié. Muchos analistas han escrito y dicho lo ocioso que resulta ahora compararlos. Sin duda diferentes en su forma de juego, pero también similares en su contundencia a la hora de marcar los goles necesarios para el éxtasis fantasioso que representan cuando los vemos jugar. Toda una metáfora peliculesca del bueno contra el malo, pero cada vez más resulta una exultante competencia de eficacia, habilidad y genialidad en el campo de juego.

Decíamos que antaño no se necesitaba gustar y caer bien para demostrar la calidad de los buenos jugadores. Antes de Messi, en México existía una especie de argentinofobia, en parte por la maltratada idea cultural hacia los argentinos y en el otro lado por Diego Armando Maradona. En el país, por mucho tiempo, toda una generación nunca le perdonó a Maradona su forma de ser, independientemente de que en el futbol es y haya sido, junto a Pelé, los dos top tenmundiales ever-and-ever. Nadie hablaba de su presencia en el campo de juego, ni de lo que realizó como jugador. Simple y estereotipadamente, jamás cayó bien y punto, y casi siempre se hablaba más del brasilero que del pelusa. Pelé, el jugador bien portado, y Maradona, el respondón y malcriado. Pelé el institucional, alzando copas de cogñac con los directivos de la FIFA, y Maradona, el rebelde y cocainómano. Al respecto, en esas polémicas siempre dije que el futbol  no era un concurso de belleza ni de devoción cariñosa a cualquier jugador. Se juega y ya. Pero a la hora de calificar los logros futbolísticos de ambos jugadores nadie daba cuenta de ello y se iban por el celo de ver quien caía más mal que el otro. Esto aplica a Messi y Ronaldo.

Lionel Messi es un tipo callado, tímido, casi autista (según unos colegas argentinos), dedicado al futbol de cuerpo entero. Arquetipo de alguien que respira y vive para jugar. Pero a la hora de estar en la cancha, se dice, se hace lo que el quiere; el equipo de ordena de tal forma que cualquier esquema es para que el argentino se sienta libre de hacer lo que desee. No por nada es considerado por muchos como el mejor jugador del mundo en la actualidad, y con ese pedigrí, cualquiera dentro y fuera de la cancha, no tiene más que darle la entera razón. Incluso el entrenador, que para Messi sería una especie de comparsa de gestión administrativa del vestidor para

que todo fluya en armonía ante en el imperio del crack. Casi que no hay ninguna decisión que no pase por la aduana técnica del chaparrito argentino. Eso lo convierte en un tirano del futbol, o bien, un antidemocrático de las normas y roles elementales de este deporte.  Pero ¿eso importa? Por supuesto que no. Los resultados están a la vista: 30 campeonatos con el Barcelona y dos más con la selección Argentina Sub-20 y Sub-23, en los que el ha sido el rey indiscutido a nivel global.

Cristiano Ronaldo es lo contrario. Para la idiosincrasia latinoamericana, alguien que reiteradamente hable bien de sí mismo es, por lo menos, sospechoso y generador de la trascendente suspicacia muy a la nuestra: es un absoluto mamón. El ha dicho que lo critican por rico, famoso y guapo; que no hay mejor jugador que él. En medio de su autoestima elevada hasta los inalcanzables cielos, cada vez que le toca decidir un juego lo hace por el simpe hecho de que para eso está y para eso nació. Ejemplos: en la Champions Ligueel Real Madrid se enfrentó al Paris Saint Germain, equipo millonario que hizo contrataciones estratosféricas para ganar, precisamente, ese juego. Resultado global: 6 goles del Madrid contra 3 del París, eliminado fácilmente del torneo. Entre sus contrataciones estrellas fue Neymar da Silva, hasta hoy la transacción más cara de la historia del futbol. ¿Alguien se acuerda de él en ese juego? Nadie. No fue factor alguno para que impidiera la derrota del equipo francés. Pero el altivo y nada sencillito Cristiano Ronaldo metió la mitad de los goles de la victoria.

A mi no me cae bien Ronaldo. ¿Importa? Claro que no. Mi parcial y humilde opinión queda hecha trizas con la portentosa chilena que anotó hace una semana, e hizo parar la respiración de todo el mundo deportivo. La intensa competencia entre estos dos grandes hace que seamos afortunados porque, como quizá nunca antes, tenemos a dos deportistas de talla mundial dando lo mejor de sí cada semana, sin parar.

Algún día, con los nietos postrados ante nuestras añejas historias, diremos que pertenecimos a la generación de Messi y Ronaldo, esos dos canallas que tantas lecciones nos dieron en el futbol, pero una sobresale por todas, para ser un buen deportista no se necesita ser guapo, rico y famoso, ya de por sí consuelo de muchos de nosotros. O por lo menos antes de cobrar nuestro primer fichaje, aunque sea en la cascarita del barrio, que mucho vale.

 

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