Aromas que perduran

Foto: Archivo

Genoveva se arremangó el pantalón al salir al patio, el aroma a tierra mojada y el cielo grisáceo le indicaban que esa tarde la lluvia estaba por caer y de manera fuerte. Con algo de pereza refunfuñó por haber dejado el portón sin candado, justo ahora que se acordó de cerrar la lluvia se avecinaba.

Su presagio se cumplió, en cuestión de pocos minutos estaba empapada, ya ni siquiera  hizo el intento por correr, decidió disfrutar mojarse mientras caminaba al portón y de regreso a casa. El agua estaba fresca, el calor que había era muy fuerte. Ese olor a tierra mojada que tanto le encantaba la hizo evocar otros aromas.

Mientras iba caminando, se sintió afortunada de disfrutar de los olores, el de ese momento, pero también los de antaño. Recordó el de la abuelita Rosaura cocinando con leña, el café de olla era de sus aromas predilectos. A ese recuerdo se sumó el de la abuelita Beatriz cuando abría los pequeños baúles que tanto deleitaban a Genoveva, ese olor era muy peculiar, entre llaves y papeles, una mezcla bastante especial.

Y qué decir de los libros del abuelito Daniel, esos que tenían mucho tiempo de estar apilados en una mesa, siempre ordenados y con color amarillento, ese aroma que acompañaba cada charla matutina o vespertina… Recordó también a la tía Marbella, cuando cocinaba las tortillas de harina, qué delicia de aroma, tortillas recién hechas, al vaivén del rodillo.

Su travesía al portón se tornó más amena al recordar los aromas, cuando regresó a casa el olor a frutas de guayaba y melón le abrieron el apetito, antes fue por una toalla y por instinto la llevó a su nariz, inhaló ese olor a ropa limpia, otro de sus favoritos.

Se posó en la ventana, aún con su ropa mojada, siguió contemplando la lluvia y los aromas siguieron pasaron por su mente, era extraño, no los sentía, sin embargo, sabía que estaban ahí. Recordó el olor de cocinar tamales en los días de fiesta, en casa de la abuelita Marbella, el de libretas nuevas que fascinaban a Josué y Cristina, los traviesos de la casa, el de los tamales de frijolito tierno que su mamá preparaba, el de la colonia fresca que su papá solía usar, el de los dulces que olían a perfume y sabían delicioso… la lluvia siguió cayendo, su ritmo fue más suave, esa tarde gracias a la lluvia Genoveva recordó que hay aromas que perduran.

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