Crónica del infortunio

A la edad de Marcelo, ya era el candidato ideal del infortunio. Mi pasión futbolística había anidado en el equipo de la cementera más importante del país. Vivía el fútbol con la intensidad infantil característica, cuando de colores se tiñe la defensa de nuestros equipos. Casi al borde de las lágrimas sufría con intensidad las derrotas tanto como los triunfos.

Hoy que el fútbol se ha convertido un espectáculo para televidentes o teleadictos, nuestro deporte más popular apenas reconoce el esfuerzo y las proezas atléticas de los jugadores. Resulta un bien escaso la inteligencia y la fortaleza física de sus genuinos protagonistas. De los 90 minutos que dura el cotejo, si acaso tendremos unos 70 minutos de juego efectivo es mucho. Inundado de infomerciales, de la predisposición dizque graciosa y autorreferente de los comentaristas, el “muting” se convierte en el único mecanismo de defensa que tiene el respetable.

No he seguido puntualmente los partidos del actual torneo del fútbol mexicano, pero he visto algunos que no han estado tan mal ahora que ha iniciado la liguilla. Dicen que el Cruz Azul de Caixinha anda bien y puede dar la pelea por el título. Desconozco si esto es realmente así porque en los últimos años ha sido un equipo que le ha quedado a deber mucho a su afición.

El América del famoso “Piojo” Herrera no me parece nada extraordinario, pero los latigazos de velocidad que tienen sus delanteros ponen en peligro cualquier retaguardia. Lainez es un talentoso y muy joven jugador que será pieza clave en la nueva generación de futbolistas de la selección mexicana.

Aunque Oribe Peralta ya va en retirada, aún puede tener algunos destellos que amenazan  cualquier portería y horadarla a la menor provocación. La principal virtud de Peralta resulta de su compromiso con el juego que a menudo corona con certeros cabezazos.

Después de haber militado en las filas de los cementeros, me refugié en el equipo de los universitarios por el espíritu alegre, libre, propositivo y deportivamente leal que desplegaban en la cancha sus jugadores. Los pumas vivieron sus mejores momentos precisamente cuando el hoy técnico del equipo convertía en goles sus mejores lances. David Patiño es de la generación de jugadores talentosos surgidos de la cantera de los pumas como Luis García, Alberto García Aspe, entre otros. Previamente otra camada de futbolistas habían dejado huellas de sus proezas deportivas en el equipo universitario como Ricardo Ferreti, Jorge Campos o Hugo Sánchez. No pienso que sea equivocado afirmar que el equipo ahora dirigido por Patiño reactualiza la mística con que jugaban los pumas. Por esa razón llegué a pensar que su camino sería más largo del que ofrecían las condiciones objetivas de su plantel. Después de verlos jugar como lo hicieron contra Tigres me ilusioné de nuevo, como la primera vez que toqué el balón defendiendo la retaguardia de mi equipo escolar. Más aún, por primera vez, Marcelo y yo resultábamos rivales en un duelo entre felinos, pero como leal contrincante me dio un abrazo mientras sus Tigres sucumbían ante los osados unamitas.

En ocasiones, las grandes ilusiones no nos dejan mirar nuestro camino al infortunio. A mi compadre Luis y a mí, poco nos duró el gusto mientras hacíamos patente nuestra fidelidad por los universitarios, como cuando cada sábado defendemos los colores de la sección XVIII del ingenio de Mahuixtlán. Sólo el primer partido contra el América alimentó nuestras esperanzas y deseos de triunfo, porque el segundo fue literalmente un desastre. Mi compadre, más perspicaz que yo, me consuela ofreciéndome el dardo envenenado del sospechosismo y la inquina. “Compadre, me dijo, ese partido estuvo arreglado. No es posible que jueguen tan bien y al siguiente partido lo hagan tan mal”, sentenció.

No tengo manera de saber si esto realmente fue así, pero al ver al portero cometer tantos errores con un rival cuyos dueños controlan el fútbol nacional y poseen un amplio abanico de intereses económicos, resulta al menos una hipótesis plausible que algún tipo de interferencia extradeportiva haya hecho perder de manera tan abyecta al equipo universitario.

Si mi desencanto ya se había manifestado con el último encuentro de los Pumas y el América, el destino me aseguró que mi frustración aún no tocaba fondo. Los indigestos partidos del América y el Cruz Azul resultaron un baño de realidad tan frío como estos días. Con nuestra predisposición muy mexicana al sacrificio, tuve el atrevimiento de permanecer pegado a la pantalla en un juego carente ya no de espectáculo, sino de al menos algún destello de genialidad deportiva y un altísimo derroche de mediocridad.

Con el primer encuentro podríamos suponer lo que sobrevendría en cuanto a la calidad del segundo partido, pero frente al aburrimiento albergamos esperanzas de lo imposible en un juego que tuvo todos los méritos si de provocar aburrimiento se tratase. El último cotejo, no sólo fue peor sino que me provocó reiterados bostezos; ni los goles del América pudieron sacudirme en mi letargo. Las bromas por la voz carrasposa de Luis García fue lo más divertido del partido, cuando a los comentaristas los avasallaba el tedio.

Un portero tan experimentado como Jesús Corona, comete un error que fructifica en un gol inesperado que alimenta nuestras intrigas. La debacle sólo era cuestión de tiempo y, sin embargo, el América no pudo más que anotar otro tanto aunque con eso fue suficiente para literalmente sepultar las aspiraciones cementeras, si es que algún día las tuvieron.

Cruz Azul representa de manera dramática nuestra inveterada vocación al sufrimiento. Si viviéramos en otros tiempos, con orgullo afición y jugadores ofrecerían sus cuerpos al sacrificio por las derrotas. Uno de los futbolistas ingresa a la cancha hacia el final del encuentro, pero advierte que su destino es cadalso y se enfila con displicencia a flotar en el terreno de juego. Su actitud causa extrañeza entre los comentaristas, pero el espíritu de la derrota ha hecho añicos las esperanzas azules. Algunos corren desaforados como si les quemaran los pies, pero sin ninguna idea futbolística que defender. Los últimos 25 minutos del partido fueron el presagio de la capitulación frente al contrario, quien no tuvo que hacer mucho para vulnerar la retaguardia. Con un fútbol escaso de ideas se coronó quien más intereses económicos tiene que perder y, sin embargo, hizo lo mínimo indispensable no para agradar al respetable, sino para llenar las carteras de la televisora más longeva de México.

Mientras la afición del Cruz Azul se aplica los ungüentos necesarios para cauterizar las heridas, tendremos las fiestas de fin de año para olvidar el sabor agrio que nos deja el participar de una farsa deportiva que sólo alimenta nuestros deseos de buena suerte y gloria, aunque sea en la ingrata y penosa muestra de nuestra afición más intensa. El Cruz Azul y otros tantos equipos de la liga MX volverán de nuevo a las canchas alimentando otra vez nuestro hoy lastimado entusiasmo para aliviar la penosa carga que llevamos dentro.

Si el deporte más popular del mundo sigue siendo sobre todo un lucrativo negocio gobernado por los intereses económicos de los grandes corporativos mediáticos, habrá que esperar otros tiempos para que se nos brinde un mejor fútbol.

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