Compartiendo instantes en lo espiritual

Jorge Mayet

Una tarde soleada, de las que anuncian la llegada de la primavera y el acompañamiento musical del mantra Om Mani  Padme Hum, trajo a la mente y corazón de Inés una de las experiencias espirituales más gratas en su vida, la mañana en la que junto con su amigo Mario habían compartido la meditación sin proponerlo.

Inés recordó que ese día el plan era hacer un recorrido, hasta cierto punto algo turístico, a un pueblo cercano a la ciudad donde ella vivía. Mario estaba de visita y tenía gusto por conocer lugares pequeños, sin el afán de querer comerse los espacios en un solo rato. Más bien disfrutaba caminar por las calles menos turísticas, observando la cotidianidad de la población, escuchando sus sonidos, percibiendo sus olores, colores, paisajes,  rostros, incluso hasta sus miedos…

Cuando llegaron al pueblito a Inés le tocó hacer el papel de guía de turista, fue algo curioso porque ella tenía tiempo de no visitar el lugar y no recordaba el camino para llegar al centro. Entre una que otra pregunta con personas del pueblo, Mario e Inés se ubicaron.

El primer sitio al que se dirigieron fue al panteón, un lugar místico, sobretodo por el sincretismo presente. Recorrieron la poca infraestructura que quedaba de lo que fue una iglesia. Inés comentó algunas cuestiones referentes a las costumbres del lugar y Mario le sumó sus opiniones, tenía puntos en común con el lugar donde vivía por las influencias culturales. Al término de ese breve recorrido Mario hizo una especie de agradecimiento al espacio visitado.

Posteriormente, se dirigieron a la  pequeña plaza central para ir a la iglesia del pueblo. Mario había leído algo sobre esta iglesia en un artículo, tenía especial interés por conocerla. Inés le explicó las normas que debía seguir, especialmente no fotografiar al interior, de lo contrario la pasarían muy mal.

Entraron a la iglesia, había mucha gente, entre turistas y habitantes locales que, en pequeños grupos, estaban haciendo oración. Se escuchaban murmullos, rezos, cantos, estos últimos seguían  un ritmo algo nostálgico, como especie de plegarias.

Se percibía la luz que penetraba de las ventanas y se confundía un poco con el intenso humo que había, producto de muchas velas y veladoras prendidas.

Mario observaba atentamente, tenía ganas de acercarse a algún pequeño grupo para acompañarles en su oración, Inés le advirtió que eran prácticas muy familiares y que mejor buscaran un espacio para poder sentarse y observar. Así lo hicieron.

Se ubicaron en una de las esquinas cercanas al frente del altar, se sentaron en el piso  como la mayor parte de la gente. En su búsqueda por reconocer el lugar,  Inés observaba y trataba de recordar las veces que había estado ahí, no lo logró del todo. Al principio se sintió extraña, era la primera ocasión que permanecía más tiempo.  Miraba a Mario y lo percibía tranquilo, relajado,  entrando en ese ambiente místico que los rodeaba.

Finalmente, sin ponerse de acuerdo, cada uno aprovechó el espacio para hacer una meditación. Inés cerró los ojos, primero se sintió aturdida por los murmullos y cantos, luego comenzó a sentir su respiración y los ruidos quedaron en planos lejanos. Siguió respirando y fluyendo por varios minutos, sintiendo paz interior, hasta que un ruido fuerte la hizo volver a su presente y abrir los ojos.

Por su parte, Mario también había meditado, intercambiaron un par de miradas y algunas preguntas para saber si ambos estaban bien, habían logrando relajarse, ausentarse de ese mundo de gente sin salir de él sino conviviendo en él.

Decidieron que era tiempo de partir, la meditación había sido un regalo inesperado. Sin planearlo ese día,  más allá de su amistad, habían estado compartiendo instantes en lo espiritual. Mario invitó a Inés a que  hiciera el agradecimiento al espacio, por haberles permitido estar en él…

Om Mani Padme Hum… seguía sonando en esa cálida tarde, al tiempo que Inés nuevamente  agradeció ese regalo espiritual.

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