Una pausa en primavera

‘Mujer con sombrilla en jardín’, de Renoir.

Era domingo de convivencia familiar, Tabita había regresado de comprar lo que faltaba para el platillo de ese día. Mientras Meriem, su hermana mayor y Felipe, su sobrino, preparaban la comida, ella fue a abrir el portón de la casa. No tardaban en llegar la tía Clara y su familia.

Ataviada con una blusa color naranja, pantalón de mezclilla deslavada y sus tenis fue atravesando el camino que conducía al portón. El azul cielo de ese día le daba un toque especial al paisaje, mientras avanzaba observó que tenía el regalo de andar entre árboles de flores de mayo y bugambilias de colores que rodeaban el camino. Lucían espléndidas en primavera.

Llegó a la entrada, quitó el cerrojo y decidió quedarse ahí a esperar a la familia. Seguro no demoraban. Buscó un espacio y se acomodó bajó un árbol de flor de mayo, había sombra y se percibía el airecillo  matutino, además del aroma de las flores y una linda vista del paisaje.

Se percató que las flores que habían caído decoraban el piso como una especie de alfombras matizadas. Tomó algunas piedras y les comenzó a buscar formas. Recordó que de niña le gustaba hacer eso. Escuchó el trinar de los pájaros; el canto de las chicharras se volvía intermitente. Este último indicaba que el calor estaba aumentando. Nunca había visto una chicharra pero le impresionaba la potencia del sonido que emitían, iba de menor a mayor volumen y hacían pausas.

Siguió buscando qué otros elementos la acompañaban, encontró mariposas que revoloteaban de vez en cuando. El cerro que estaba frente a la casa era un vecino impresionante. Él era el principal testigo de la puesta del sol cada atardecer. Para Tabita ese cerro era el gran afortunado de terminar de ver el sol cuando se ocultaba.

Bajó la vista y frente a ella vio pasar algunas hormigas que llevaban cargando hojas secas, siempre le llamaba la atención la organización que tenían. Iban en fila, con un ritmo incesante. Estaba ensimismada tratando de descubrir a dónde se dirigían cuando,  a lo lejos, escuchó el ruido de un coche. Era un sonido conocido. Se levantó, abrió el portón y vio que era la tía Clara y compañía. Les saludo moviendo la mano derecha, al tiempo que se quedaba pensando qué rápido había pasado el tiempo. Siempre era necesario hacer una pausa en primavera para admirar los paisajes naturales y agradecer la vida.

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