Aprender a perder para ganar

Pintura de Pablo Picasso

El día esperado había llegado, Rebeca estaba ansiosa por saber cómo le había ido con su proyecto de campaña para el cuidado y preservación de las abejas. Esperó después de la comida para ver los resultados. Había trabajado arduamente por tres meses para diseñarlo y participar en la convocatoria emitida por la organización de temas ambientales. Los primeros tres lugares serían premiados, el primero con financiamiento para el  proyecto, el segundo con la contratación de servicios para asesoría por un periodo de seis meses y el tercero con un taller ofertado por la organización.

Prendió la computadora y buscó rápidamente la página, se fue a la pestaña de resultados de convocatorias. Hizo una lectura escaneada, no halló su nombre. Fue con más detenimiento, de uno en uno, sin encontrarse en la lista. Con desánimo realizó una última revisión. No estaba entre las tres finalistas.

Sintió varios nudos en la garganta. Se quedó algunos minutos frente al monitor, intentando hallar en su mente alguna respuesta a sus interrogantes, ¿por qué no había quedado? Su proyecto estaba completo, reunía los requisitos y le habían revisado el documento algunos colegas dándole buen augurio.

No aguantó y se soltó a llorar de impotencia y tristeza, hasta que sintió que ya no le quedaba una lágrima más. Sintió alivió, como un peso menos de encima. Apagó la computadora. Se recostó sobre su cama, abrazó un cojín y cerró los ojos. No tardó en quedarse dormida.

Despertó al sentir el aire frío que se colaba por la ventana del cuarto, ya comenzaba a caer la tarde. Se levantó, por un instante había olvidado la convocatoria. Se asomó a la ventana, vio el paisaje, empezaban a prenderse una a una las luces de las casas. Como todavía eran pocas se distrajo contándolas, llegó hasta 53, en un instante se prendieron más y más.  Sintió que eran como destellos de luz para fortalecer su ánimo. Revisó su reloj, eran las 7 de la noche.

La realidad estaba ahí nuevamente. Respiró profundo y se le vino a la mente una frase que su tío Rube, le dijo alguna ocasión en su infancia, cuando jugaban a la lotería:

—Rebe, aprende a perder para ganar, solo es un juego, no te enojes.

Ella solía perder en los juegos de lotería, eso la entristecía mucho. En ese momento no entendió el sentido de la frase, ahora sí. No había quedado entre las finalistas, eso le dolía, entristecía y desanimaba. Sin embargo, había ganado muchas cosas en el tiempo de preparación, que serían útiles para otros proyectos y para su vida personal.

Alguien tocó a la puerta de su cuarto.

—Rebeee, ¿estás ahí? Hoy es día de tamales y arroz con leche con doña Trini. ¿Vamos?

Era Flor, su hermana mayor.

—¡Voyyy, dame unos minutos!

Rebeca se puso frente al espejo, limpió su rostro, vio sus ojos un tanto hinchados. Se acomodó el cabello en una coleta, se pintó los labios con su color favorito. Aprender a perder para ganar, musitó. Al tiempo que pensaba, las penas con pan son menos, intentando dibujar una sonrisa.

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