Todo cambia

La tarde soleada motivó a Aurelia para salir a la calle, había prometido a sus hijos que, en la semana, cocinarían galletas de nueces y pasitas. A la hora de revisar la alacena se percató que no tenía la mitad de ingredientes, antes que le ganara la flojera aprovechó esa luz motivadora.

Mientras se dirigía a la tienda pasó por las calles a las que ella había bautizado como Calle de la esperanza, esquina con No me olvides, esos nombres le surgieron como resultado del significado que tenía para ella un lugar que justo se ubicaba en la esquina mencionada, al que tenía tiempo no solía visitar.

Atentamente observó que la casa, a la que guardaba especial afecto, estaba en restauración. Se detuvo unos minutos frente a ella, en espera que algún trabajador saliera y pudiera preguntar qué había pasado con el centro de meditación. Mientras tanto empezó a hacer memoria de cada uno de los rincones que conocía de ese lugar, su pasillo de entrada, las áreas destinadas para las actividades de canto, meditación, hasta llegar a su espacio favorito, el jardín. Ahí había plantas de lavanda, ruda, romero, sábila, tulipanes, pata de elefante, entre muchas más. Todas generaban un espacio de armonía a la casa. Entre los regalos más bellos que había recibido de él, además de los diversos aromas de las plantas,  estaba la presencia de colibríes que solían llegar de vez en vez a degustar el néctar de las flores.

El sonido del celular la trajo de vuelta al ahora; revisó, era un mensaje de Enrique, uno de sus niños, le preguntaba si tardaría mucho en llegar para que pudieran preparar las galletas. Aurelia le dijo que estaba en eso, que no demoraba. Respiró profundo, como una especie de honrar la memoria de lo que agradecía a ese lugar.

Siguió su camino a la tienda, le faltaba poco para llegar. Comenzó a tararear la canción que compusiera el chileno Julio Numhauser Navarro, Todo cambia, Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo…cambia, todo cambia.

Justamente habría cambios en esa casa, no podía evitar la nostalgia, pero afloraba también la alegría y el agradecimiento por lo aprendido, lo compartido, la gente que había conocido y las prácticas que eran, ahora, parte de su día a día.

–Me parece que además de nueces y pasitas, también compraré ralladura de coco y grageitas, así tendremos más sabores para las galletas –, dijo para sí, apresurando el paso de su andar y silbando la canción.

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