El canto del gallo

Manglares del Sistema Lagunar «La Joya-Buenavista», Tonalá, Chiapas. © Daniel Pineda Vera, 2020.

Aurora despertó en la madrugada con el canto del gallo, por un momento pensó que ya era hora de levantarse. Revisó el reloj, aún faltaban cuatro horas. Vaya que era madrugador, pensó. Mientras conciliaba el sueño escuchó de nueva cuenta el canto del gallo, le pareció que tenía un toque particular,  algo ronco y no tan prolongado como los que había escuchado  de otros gallos.

Por más que intentó apaciguar la mente para volver a dormir, vinieron los paisajes sonoros del canto de gallos, jamás había puesto atención en ellos. Ahora que lo pensaba eran distintos, uno a uno fueron pasando por su mente los gallos que había escuchado cantar. Se detuvo en el gallito blanco, que era de una raza peluda. Ese gallo parecía de seda, su plumaje era blanco, brillante, con su cresta roja,  le daba un aire de elegancia que contrastaba con su tamaño mediano, distinto al de cualquier gallo que ella conocía.

La primera vez que Aurora lo vio le pareció que era una gallina, hasta que le indicaron lo contrario y lo escuchó cantar.  Recordó que aparte de su pelaje, a Aurora le llamó la atención el porte que adquiría cuando inflaba el pecho y alzaba el cuello para cantar; el canto era potente y con su toque particular. El gallo blanco se transformaba al emitirlo. Aurora percibía que en cada canto había una dosis de entusiasmo y fuerza. Para ella era muy alegre escucharlo.

Algo había leído del significado del canto de los gallos, que era para atraer a las hembras y espantar a otros machos. Sin embargo, para Aurora en esa reflexión de madrugada, el canto de los gallos era un ejemplo de que las cosas se pueden hacer mejor cuando hay entusiasmo, fuerza y se infla el pecho para respirar profundo y luego dejar fluir las cosas.

Aurora dejó de escuchar el canto del gallo, mientras iba dejándose arrullar por el canto de los grillos que aún permanecían en coro antes del amanecer.

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