El Cruz Azul debe ganar

Por el bien del país, el Cruz Azul debe quedar campeón. En otras ocasiones hemos hablado mucho de la “cosa azul”, esa característica extraña y pendenciera desde el punto de vista emocional, que asola no únicamente a un equipo ni a su afición, sino a la liga mexicana de futbol, pero también a una parte explicita del sentimiento de la nación. De ese calibre. Voy y me explico.

 

El Cruz Azul, como todo el mundo sabe, no gana nunca. O sea, es un equipo ganador, pero al parecer se niega a consolidar su idiosincrasia de equipo grande en el futbol mexicano, eufemismo poroso para decir que, al serlo, debe de ganar todo el tiempo. Pero es verdad, si no ¿para qué tantas contrataciones millonarias? ¿Cuál sería el motivo de invertir tanto dinero en una empresa otrora de la clase trabajadora, pero ahora sinónimo de una organización que despilfarra todo, hasta su propia dignidad? Por lo menos, siendo “grande” debe ganar. Algo, por lo mínimo que sea. Pero también, como es de conocimiento popular, no lo hace: llega a las finales y pierde sin compasión, jugando a nada, desperdiciando el capital simbólico que su afición le ha dado con creces; como temiendo a ganar, ambientados en la weba de un equipo sin alma. Como jugando a perder.

 

Ese sentimiento ha sido objeto de burla popular, a lo largo de los años. “Cruzazulear” es cagarla en todo sentido. Escarnio de la derrota, pero potenciada a la mala, porque se pierde sin coraje y sin pudor. Quizá algo que los mexicanos conocemos muy bien a través de nuestra historia como nación.

 

Octavio Paz, en el Laberinto de la soledad (1950), observa ese sentimiento, mezcla entre coraje y burla de nosotros mismos. Ganamos batallas gloriosas, pero perdimos las guerras. Nación conquistada, nos sentimos pequeños ante las adversidades históricas. Vecinos de la nación más poderosa, imperial y engreída del mundo, glorificamos todo lo que emana de esta, pero también la odiamos con toda regla. La ponemos de ejemplo y nos burlamos del porqué no nos parecemos a estos yanquis desabridos, pero cuando se trata de criticarlos, nos sale el “masiosare” más profundo que hay. Siempre a la moda de allende las fronteras, queriendo ir a Disney World, pero comemos tamales a discreción.

Cuando alguien pierde, nos regodeamos hasta el cansancio de esa condición. Ponemos apodos, ahora son memes; si nos burlamos de la muerte, qué más da de cualquier individuo que la riega sin quererlo, o queriendo hacerlo, es peor. Pero, a fin de cuentas, somos nosotros mismos, los que sabemos que siempre estamos en crisis, sin dinero, sin la seguridad de un futuro sin broncas. ¿A quién no le ha pasado que cuando las cosas nos salen bien, siempre queda la duda de que algo saldrá mal? Que viene ese “algo” (la autoridad, la institución, la sociedad) que nos dirá que no podemos sonreír todo el tiempo, que hay cosas negativas con las que siempre debemos convivir. Que la situación puede “cruzazulear”, pues. Nos queda, entonces, relajarnos en el descalabro. Salud y a otra cosa. Pero ¿y si las cosas fuesen diferentes?

 

El equipo de Cruz azul bien que retrata eso, y es una mancha oscura en la psique nacional. Lo obvio: cuando el seleccionado nacional se pone de frente a la portería en el penalti crucial, el resto del país sabe, puede saberlo o debería saberlo, que fallará. Le pasó a Hugo Sánchez en el 86, en pleno auge de ídolo nacional.

 

No le voy al Azul pero debo decir que me duele sea sinónimo de ese sentimiento cada vez más chafa porque nos doblega como colectivo ante situaciones adversas (al mismo tiempo, somos tan solidarios, los mejores del mundo, cuando de tragedias naturales se trata). Si vivimos en épocas cruciales para el mundo entero, pospandemia y cambios decisivos en el comportamiento humano -a niveles sociales, culturales e institucionales-, la posibilidad siquiera de exorcizar tal cosa con el Cruz Azul causa un morbo al revés. Todos nosotros sabemos que está latente que pueda perder, pero también sabemos que podemos ser testigos de una resurrección tipo Ave Fénix y tirar por la borda eso que le achacamos al equipo cementero, pero es muy nuestro como parte de un país acostumbrado a los infortunios. Pensar en los cambios, debe serlo desde los cimientos. Pero en serio. Ya es hora de que un equipo deje de ser parte de las desgracias nacionales en la derrota. Tiempo de cambios de una vez por todas.

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