Florecer

Niña con flores amarillas / Diego Rivera

Mientras realizaba sus compras en la plaza del pueblo Rosalía encontró a un vendedor de flores, ella no llevaba en su lista la compra de alguna flor. Sin embargo, el señor insistió hasta convencerla, se decidió por un pequeño rosal. El vendedor aseguró que el color de las rosas era rojo, que ya lo vería cuando florecieran.

Rosalía llegó a casa y comenzó a indagar cómo plantar rosales y el cuidado que debía darles. Adaptó el espacio en su patio, ocupó como macetera una cubeta de tamaño mediano. Estaba al pendiente de cuándo florecerían, cuando observó que tenía botones se alegró. Llegó el día que pudo ver las rosas en su pequeño jardín. Para su sorpresa no eran color rojo sino amarillo. Lejos de incomodarla le gustó mucho observar el colorido brillante de los pétalos.

Fueron pasando los meses sin que dejara de estar al pendiente de su rosal, fue acostumbrándose a verlo florecer varias veces en el año. Sin embargo, en alguna de esas etapas observó que ya había pasado el tiempo esperado y el rosal no tenía botones nuevos. Revisó la tierra, la removió, le agregó abono y la regó como solía hacerlo, tanteadito para que no la fuera a ahogar. Recordaba muy bien los comentarios que el exceso de agua a veces no ayuda mucho a las flores.

En una ocasión don José, su papá, la sorprendió en plática con el rosal.

—¿Qué haces hija? ¿Estás hablando con la rosa?

–- Sí, a ver si se anima a dar más flores, ya ves que sienten el cariño y cuidado que uno les brinda. Ya no sé qué más quiere esta rosita.

–-El día que menos lo esperes la verás floreciendo de nuevo. Dale tiempo, sin dejar de cuidarla.

—¡Ojalá tengas boca de profeta!

Rosalía no perdía la esperanza de contemplar de nuevo el amarillo de las flores. Un día se percató que tenía botones nuevos y eso la emocionó. Y tal como lo dijo don José, una mañana con toque invernal Rosalía se acercó para regar el rosal y observó que de los 8 botones que tenía 5 habían reventado y tres estaban por hacerlo. Su corazón se alegró. Agradeció al rosal el bello regalo.

Mientras percibía el aroma de las rosas se le vino a la mente don José, vaya que tenía razón. La espera había valido la pena. Se quedó pensando que tal como había pasado con las rosas, florecer en la vida es un proceso que lleva tiempo, cada persona lo vive y lo asume de forma distinta, solo hay que saber esperar.

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