Volar, volar

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El reloj de la sala hizo sonar sus campanadas, Bianca volteó a ver la hora, justo eran cuarto para las seis de la tarde. Ese día debía ir por el saco que había llevado a la tintorería hace más de una semana.

—Uy apenas y me alcanza el tiempo para ir, cierran a las 6,30 — dijo para sí, en tono apresurado.

Rápidamente escribió una nota que dejó sobre la mesa del comedor, para que la leyeran en su familia, quien llegara primero a casa:  “Regreso en un rato, fui a la tintorería y después a comprar pan. No llevo celular. Besos, B.”

Jaló un chaleco, sus llaves de la casa y reviso llevar en su bolso dinero y la nota de la prenda. Su paso fue algo rápido, llegó a la esquina y giro a la derecha, comenzó a caminar con menos prisa. Se topó con reparación en un par de calles. Mientras iba caminando alzó la vista, el atardecer se asomaba, los tonos rojizos combinados con el celeste del cielo y las pequeñas nubes blancas como trozos alargados de algodón decoraban el cielo.

Bianca se alegró de haber salido a esa hora, de no haber sido por el mandado se habría perdido esa puesta de sol. Intentó adivinar qué hora era, no solía usar reloj y el celular lo había dejado en casa. No tardó en tener su pregunta respondida, una parvada de pájaros pequeños comenzó a realizar su vuelo a una cuadra de distancia de donde ella estaba. Tenía rato que no observaba ese hermosa paisaje, la danza de los pájaros, así lo consideraba, el vuelo sincronizado de las aves que, cada tarde, en punto de las seis se daba cita en esa avenida. Bianca había pensado que debía llamarse Avenida El vuelo de los pájaros, esquina con Date una pausa y disfruta el paisaje.

Se detuvo unos instantes, atenta, observando las vueltas que daban todos los pájaros, dibujando especie de círculos que atravesaban la calle, sin perder su ritmo.  Siguió su paso, sintiendo una emoción en su interior, agradeciendo el regalo de la naturaleza. Se puso a pensar cómo sería ella si fuera uno de esos pájaros, le dieron ganas de volar, volar y disfrutar con esa parvada que le había alegrado la tarde. Vino a su mente una de sus canciones favoritas, Volar, de El Kanka,

Volar, lo que se dice volar, volar, volar, volar, no vuelo…pero desde que cambié el palacio por el callejón. Desde que rompí todas las hojas del guión, si quieres buscarme, mira para el cielo… solté todo lo que tenía y fui feliz. Solté las riendas y dejé pasar, no me ata nada aquí, no hay nada que guardar, así que cojo impulso y a volar.

Entre el tarareo de la canción se dio cuenta que estaba a unos pasos de la tintorería, estaba abierta, sonrió y sintió un gran alivio, al tiempo que seguía resonando volar, volar, lo que se dice volar.

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