Política y deporte. A propósito del Mundial de fútbol en Qatar

Qatar 2022. Imagen tomaa de rtve.es

Es bastante común escuchar y leer la frase que afirma que no se debe relacionar política y deporte. La afirmación es tan desatinada como repetida, y representa un desconocimiento absoluto de lo que ha significado y es el deporte en el mundo contemporáneo. Lo mismo podría decirse con respecto a la política desde que Aristóteles habló del ser humano como animal o animal cívico –zoon politikón-. A partir de esa aserción es imposible no pensar que nuestra vinculación con la sociedad que nos entorna y de la que formamos parte implica, siempre, un posicionamiento. En este sentido, todas las acciones humanas pueden ser entendidas como políticas porque portan intenciones de alguna naturaleza.

Si lo anterior no fuera suficiente para rebatir la frase inicial de este artículo, y sin entrar en el origen de las disciplinas deportivas, no hay que olvidar que desde que empezaron a consolidarse dichas disciplinas se construyeron instituciones internacionales para coordinar las justas deportivas entre Estados, que no naciones o pueblos de la humanidad. Esa realidad reflejada en el movimiento olímpico es claramente visible, también, en competiciones internacionales o mundiales de todo tipo, aunque los de fútbol son, con seguridad, los que más público y atención tienen en el orbe.

Justas internacionales que fueron, y lo siguen siendo, un magnífico anclaje para la construcción o consolidación de los discursos nacionalistas, esos que alguno de los históricos especialistas en la materia dijo que precedían siempre a la nación (véase Ernest Gellner). Solo hay que ver el comportamiento de los Estados, y de buena parte de su ciudadanía sino de la totalidad, ante la participación de sus selecciones de fútbol.

Así, es constante la vinculación y utilización del deporte por parte de distintos regímenes políticos desde el pasado hasta el presente. Recuerden los juegos olímpicos de Berlín durante el Tercer Reich, los boicots políticos de las olimpiadas de Moscú y Los Ángeles o el Mundial celebrado en Argentina durante la dictadura militar. En fin, la lista de esas situaciones, o del uso del deporte sería demasiado extensa para enumerarse.

Igualmente, las reglamentaciones y transformaciones deportivas, las formas de publicitar el deporte o de transmitirlo en los medios de difusión lo sitúan como un avanzado ejemplo de la competencia inherente al sistema económico y, por qué no decirlo, también de la concepción, que se extiende cada vez más, de la política y de la sociedad. ¿O acaso la exaltación social del éxito, del triunfo, no es resultado de una competencia, aunque ésta sea desigual desde un principio?

De forma resumida, todos esos factores hacen comprensible que el Mundial de Qatar esté dando mucho juego respecto a varios aspectos de indudable carácter político, y que se convierten en modelo de lo que sucede en el planeta o de lo que no quisiéramos que ocurriera. La misma concesión de esa competencia de fútbol mostró las corruptelas del poder tan conocidas como representadas a la perfección por los dirigentes del deporte de élite, y que hoy se pueden conocer con precisión a través de libros y documentales. Una realidad que no opaca las críticas sobre la falta de derechos humanos en Qatar, derechos encabezados por la discriminación a las mujeres en ámbitos privados y públicos. O lo mismo ha sucedido con las deplorables condiciones laborales de la mano de obra migrante que participó o ha perdido la vida en la construcción de los estadios de fútbol. Esas situaciones hablan de que los discursos sobre la defensa de los derechos humanos y la democracia se convierten en eso, discursos, cuando la realidad del mercado y la economía ocupan y representan la verdadera cara del poder. Un escenario del que el deporte forma parte y es referente mundial fundamental.

En definitiva, decir que no se debe relacionar política y deporte es un sinsentido. Aún más cuando el espectáculo deportivo arrastra tras de sí a colectivos humanos o representa a Estados o naciones. Instituciones o pueblos que no se sostienen e identifican únicamente a través de aspectos materiales, sino que necesitan signos y símbolos colectivos. Mismos que, a través del deporte, se comparten para identificarse o confrontarse gracias a un lenguaje puesto en común a nivel mundial.

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