Conexiones en el tiempo

Ilustración: HCM

Esa tarde Tamara decidió consentirse un rato arreglando su jardín, tenía varias semanas que deseaba hacerlo pero por una u otra cosa no había podido. Armando, uno de sus primos, había prometido llegar a ayudarle para compartirle abono para sus maceteras. Sin embargo, ella decidió avanzar porque ya conocía lo poco puntual que podría ser su primo, a ella también le pasaba así en algunas ocasiones.

Fue por los guantes para comenzar su labor, pero antes de colocárselos le dieron ganas de tocar la tierra y sentir la textura de las raíces y pétalos de las flores. Así que prefirió trabajar sin guantes. El canto de  los cotorros que pasaban en parvadas era parte del paisaje sonoro, sumándose a éste el saludo de los zanates que se posaban en la barda de su casa, para luego pasarse a la parte alta del árbol de guayaba que había en el jardín.

Mientras Tamara cortaba las hojas secas de las flores, sembraba nuevos retoños y removía la tierra de las maceteras se puso a reflexionar sobre los diversos regalos que la naturaleza le había brindado en la vida. Uno a uno fueron viniendo a su mente distintos momentos en los que su vida se había conectado con la naturaleza, en la infancia, la juventud y ahora la edad adulta. Recordó sus primeros acercamientos con las flores, los árboles frutales en casa de sus tías, sus abuelitas y abuelitos y, por supuesto, los árboles de limón y naranja que había en casa de sus padres.

Casi sintió de nuevo la sensación del primer piquete de abejas que tuvo, cuando era niña, por no fijarse que en el jardín de la tía Claudia las abejas se deleitaban con el néctar de las flores y ella llegó a interrumpir su labor. O las veces que observó a Tina, la tortuga que tenía su prima Trini,  le encantaba cuando Tina se quedaba percibiendo el aire, levantaba su cabeza y comenzaba a caminar con gran seguridad y a paso rápido.

Después se le vinieron, una a una, las imágenes de sus entrañables amigos caninos, mininos y aves, que habían trascendido a lo largo de los años y con quienes había pasado diversidad de aventuras. Como en una especie de memoria fotográfica Tamara los recordaba, de cada uno había aprendido y agradecía su presencia en la vida y en la de su familia.

Mientras observaba lo alegre que se veía su jardín, se quedó pensando que con el paso de los años se van teniendo conexiones en el tiempo, las que se tienen con la naturaleza son de las más bellas y fructíferas.

Se agradeció por el regalo que había dado a su jardín y por la sensación de sentir la vida a través de apapachar a sus flores. Había sido una linda decisión trabajar esa tarde sin los guantes. El rostro de Tamara estaba relajado y contento, sacudió sus manos para soltar los últimos residuos de tierra, mientras pensaba que si Armando llevaba el abono, lo usaría para sembrar nuevas flores.

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