Los regalos de la lluvia

Foto: Chiapas Paralelo

El paisaje del cielo dibujó un azul claro intenso ese domingo, era señal de que el día estaría muy cálido. Victoria despertó temprano, la intensidad de la luz que se coló a través de su ventana la hizo pensar que ya eran las 9 de la mañana. En realidad apenas iba a dar las 7, no pudo conciliar el sueño nuevamente, así que decidió levantarse. Nadie más se había levantado en la familia.

—¡Vaya, vaya, el señor sol me ha hecho madrugar! ¿Quién lo diría, yo madrugando en domingo? —dijo para sí Victoria.

Se dirigió al baño, se lavó la cara para refrescarse y despabilarse un poco.

Luego fue a la cocina a preparar el café, en casa acostumbraban tomar café con pan antes de desayunar, era un hábito en la familia. El aroma de la bebida se esparció hasta la sala. Victoria llenó su taza con café, buscó la panadera y eligió una rosquilla con ajonjolí.  Abrió la puerta que daba al patio en la casa, percibió el calor que ya inundaba la mañana, sacó un banquito y se quedó contemplando los árboles de mango, guayaba, limón, mientras sopeaba su rosquilla y terminaba su café. Ahí permaneció un gran rato hasta que escuchó ruido en la cocina.

Se levantó para ver quién más habría madrugado, era Alfredo su hermano menor, quien apetecía tomar su café con pan. Poco a poco se sumaron Martha, su mamá; Marisol, su hermana mayor y Genaro, su papá. Era curioso que antes de las 9 toda la familia estuviera despierta. El café alcanzó exacto, Victoria era hábil para preparar la cantidad necesaria.

La familia se dividió las tareas en la casa, en preparar el menú para el desayuno y comida, así como en el patio para regar las macetas y árboles, a esta última tarea se sumaron Victoria y Alfredo. La faena estuvo intensa para toda la familia.

Luego de comer Victoria decidió darse un baño y dormir una pequeña siesta. Prendió el ventilador en su cuarto, colocó una colchoneta delgada sobre el piso, en ese momento deseó tener un petate para que fuera más fresco. Antes de acostarse echó un vistazo al cielo, observó que estaba nublado por partes.

—¡Ojalá cayera un fuerte aguacero! La tierra necesita refrescarse y traernos regalos, ansío escuchar el canto de las ranas —dijo en voz alta.

Cayó en un sueño profundo. El olor a tierra mojada la hizo despertar, se asomó a la ventana, sintió esa sensación de frescura que deja la lluvia. Intentó prender el foco pero no pudo, no había luz. Buscó en sus cosas una pequeña lámpara y fue a buscar a su familia.

En el patio la luz de la tarde aún alumbraba. Halló ahí a Martha y Genaro platicando amenamente mientras tomaban el fresco. Se quedó un ratito con ellos. Marisol y Alfredo estaban durmiendo siesta. Victoria estaba contenta, su deseo se había cumplido. El olor a tierra mojada se sentía con más fuerza en el patio. Se acercó a los árboles, les percibía agradecidos como ella con esa lluvia. Puso atención a la escucha, ahí estaban las ranas, como a manera de coro, emitiendo con fuerza ese canto que tanto añoraba, percibió también el canto de los grillos que empezaban a acompañar el paisaje sonoro. La noche no tardaba en llegar y los regalos de la lluvia se habían hechos presentes.

Victoria regresó a casa sintiendo alegría en su corazón al tiempo que las ranas seguían croando.  Al fondo alcanzó a escuchar,

—¿Dónde están, no hay luz? —eran Alfredo y Marisol que habían despertado.

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