Las cosas cotidianas también son maravillosas

Montañas de Chiapas. Foto: Ángeles Mariscal

La temporada vacacional había iniciado, Gertrudis y su familia recibieron la invitación de la tía Sofi para que la fueran a visitar al rancho. Tenía más de dos años que no se veían luego de la pandemia por la Covid 19. Manuela y Elías, mamá y papá de Gertrudis aceptaron y agradecieron. Decidieron que la primera en irse sería Gertrudis que ya no tenía clases, la tía Sofi, prima de Manuela iría por ella. Elías y Mnauela la alcanzarían el fin de semana.

Gertrudis empacó su maleta, se sentía algo triste porque su teléfono celular se había descompuesto. La tableta y computadora portátil se quedarían en casa, era la indicación dada por Manuela. A Gertrudis se le vinieron a la mente una serie de pensamientos sobre su estancia en el rancho, ¿qué haría sin su celular? ¿Tía Sofi tendría tableta o computadora? ¿Se la prestaría? Comenzó a sentir una sensación de angustia que se le olvidó cuando escuchó la voz de su papá:

—¿Gertrudis estás lista? ¡Ya está aquí tu tía Sofi!

—¡Ya voy papá! —respondió en tono apresurado, sabía que a su papá le disgustaba la demora y a la tía Sofía no le gustaba manejar muy tarde en carretera.

Después de los respectivos saludos y abrazos, Sofía y Gertrudis se despidieron de Elías y Manuela.

En el trayecto rumbo al rancho tía y sobrina se pusieron al tanto de lo acontecido con la familia en los dos años que no se habían visto. La mente de Gertrudis se olvidó por un rato del celular y el viaje se le hizo corto. Estuvo tan entretenida que ni siquiera recordó preguntar a la tía Sofi por la tableta o computadora.

Llegaron al rancho justo a tiempo, antes de la lluvia, el atardecer no se apreciaba porque el cielo estaba completamente nublado y los truenos le acompañaban.

Sofía indicó a Gertrudis donde sería su dormitorio y la ayudó a desempacar su maleta. Posteriormente, le pidió que la acompañara a verificar que puertas y ventanas estuvieran bien cerradas, la lluvia no demoraba en caer.

Una de las ventanas de la casa permitía ver el patio de la casa. Gertrudis se quedó contemplando cómo cada una de las gallinas que había calculaban el momento exacto para subirse a los árboles y acomodarse en las delgadas ramas.

—¡Qué barbaridad, cuánto equilibrio! —dijo  para sí, sin dejar de observar la escena.

La lluvia comenzó, de menor a mayor intensidad, las aves permanecieron bien sostenidas en las ramas ante el asombro de Gertrudis. Bajó la vista y observó que una bandada de patitos disfrutaban del aguacero, contoneándose de un lado a otro, sin preocupación por guarecerse de la lluvia.

Sofía se acercó hasta donde estaba Gertrudis quien no se  percató de su llegada.

—¿Pasa algo hija? ¿Ha entrado agua?—preguntó al verla tan atenta.

Gertrudis la volteó a ver con el rostro sonriente.

—Todo está bien tía Sofi, solo me quedé observando a tus gallinas y patitos en esta tarde lluviosa.

Sofía se sumó a contemplar el paisaje y le dijo:

—No cabe duda que las cosas cotidianas también son maravillosas.

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