El Darién fue alguna vez un tapón

Selva del Darién. Foto: Irineo Mujica

Hace unos días la querida Becky Álvarez del Toro me hizo llegar, vía WatsApp, unas impresionantes imágenes de la columna de migrantes atravesando el Darién, esa zona selvática que separa los actuales países de Colombia y Panamá. Imágenes coincidentes con el cierre del puente fronterizo de las Américas que une a Ciudad Juárez (Chihuahua) con El Paso (Texas). En concreto fue el día 18 de septiembre que Estados Unidos decidió tomar esa medida unilateral y que se ha justificado por el alud de personas que, desde México, quieren llegar a territorio estadounidense.

Miles de migrantes cruzan México para llegar a la frontera norte, y otros tantos están en las localidades limítrofes con Guatemala en espera de poder emprender ese recorrido que los lleve al sueño americano. Situación que no se modifica, sino que, por el contrario, tiende a aumentar como está sucediendo en estos días por todo tipo de medios, y donde las vías férreas son un ejemplo como informa de manera constante la sociedad anónima Ferrocarril Mexicano (FERROMEX).

Este incremento del tránsito migratorio también lleva tiempo comentándose en los medios de comunicación centroamericanos, en especial los panameños, por ser la selva o jungla del Darién, dependiendo quien lo escriba, parte de su territorio. Tal situación es contabilizada por las autoridades migratorias panameñas, mismas que cifran en alrededor del cuarto de millón las personas que han cruzado el Darién hasta finales del mes de julio de este año. Migrantes que desde hace tiempo ya no son hombres o mujeres solitarios, sino que conforman grupos numerosos, como lo han sido las caravanas de migrantes, y compuestos por familias con muchas niñas y niños entre ellos.

Chiapas es uno de los estados en México por donde transcurre la carretera Panamericana, la que une el continente americano desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Unión continental por carretera que se interrumpe en el también conocido como el Tapón del Darién. Lugar selvático, pantanosa y con varios ríos que lo convierten en un territorio difícil de recorrer, incluso a pie. De hecho, es la comarca indígena Emberá-Wounaan, del lado panameño, la que marca la frontera humana. Poblaciones originalmente selváticas, aunque cada vez sea más difícil llevar una vida acorde a tal hábitat.

Lo sucedido en los últimos años destruye la mitología del Tapón del Darién, de ese lugar inhóspito y que se ha tomado la vida de muchos seres humanos, un hecho que se repite en la actualidad, aunque no siempre se conocen las cifras de los fallecidos que lo atraviesan. A pesar de ello, es evidente que el Darién ha dejado de ser el lugar que debía circundarse, aquel a evitar a toda costa.

No cabe duda que los mitos, como el del Tapón del Darién, no son eternos y así lo demuestran los miles de migrantes que lo transitan a diario. Realidad migratoria que debería replantear, de manera reflexiva, el papel de las fronteras de los Estados y las profundas disparidades económicas visibles en el continente americano. Tal vez sea pedir demasiado, pero resulta evidente que las llamadas crisis migratorias no dejarán de producirse sin poner por encima de todo la dignidad humana y realizar cambios sustanciales en la forma de considerar la ciudadanía.

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