El loco
El triunfo de Javier Milei en Argentina, hizo ver lo que desde hace algún tiempo se ha dicho del sistema democrático de los partidos políticos. La obsolescencia de sus prácticas, como la pretensión de ser todavía el único sistema institucional para hacer política, ha quedado desnudado y en una evidencia tal que, el ahora presidente del país sudamericano, representa literalmente todo lo opuesto a lo que se entendía como el campo de la política.
Lo que se ha llamado el “anarco-capitalismo” de Milei, en el mejor de los términos, es una apuesta de choque, contundente, que trata de preservar el status quo de un sistema que niega modificar sus parámetros mínimos de propuesta social en clave de explotación y preservación de los niveles pobreza. Propone borrar de tajo, por decreto autoritario, todo indicio histórico de cualquier otra apuesta política que busque la igualdad social.
Si ya se veía venir con Donald Trump, con Milei no se guarda ninguna forma de lo que antes se consideraba lo “político”. O más bien, inaugura “otras maneras”, otros performances, que están haciendo trizas cualquier modelo conocido de antaño. Lo que vemos es una crisis total del modelo de la Modernidad en el campo de la política, donde las instituciones que lo avalan, los propios partidos y los actores que lo conforman, ya dieron de sí ante un contexto singular que acapara mucho de los escenarios internacionales.
En muchos de los casos, a nivel internacional, los hartazgos de esas viejas fórmulas han repercutido en la búsqueda de una buena parte de la población, prácticamente sin mediar razón política alguna, de un lenguaje que no sea el mismo de antes. El dirigente ucraniano, Volodímir Zelenski, actor, comediante y productor televisivo antes de participar como candidato a la presidencia; Donald Trump, empresario y delirante magnate millonario; Viktor Orban, Primer Ministro de Hungría, ultranacionalista de extrema derecha, casi nazi confeso; y ahora, Milei, apodado “el loco” desde su juventud quien, ha dicho, habla con un perro suyo fallecido. Todos ellos son la antítesis de los políticos convencionales, quienes fueron votados por un importante sector que requería de algo más que las viejas recetas discursivas de los partidos políticos.
Aventureros semánticos, apuestan no a propuestas reales de la participación pública, sino a la confrontación belicosa, visceral e ignorante, referenciada hacia un estado de cosas que se supone ya habíamos superado como el racismo, la inclusión, la diversidad cultural y sexual, entre otras muchas. Estruendosos, han logrado hasta ahora la atención, no por sus ideas, sino por el exterminio de otras, con el aval de un histrionismo vulgar y predecible.
En mucho, la responsabilidad la tiene el sistema político convencional que no ha ofrecido ningún cambio y tampoco la actualización de sus proclamas. Porque en gran parte las críticas hacia los partidos políticos, pero más que nada, a lo que representan, tiene que ver con los lenguajes que, en ese escaparate de los discursos convencionales no interpela a casi nadie, mucho menos a los nuevos votantes, las juventudes. Un dato relevante ante la ahora ya vieja escuela de hacer política.
Las juventudes tienen sus gustos y fidelidades en otros lados; las instituciones educativas, las que se encargan de formarlos social e institucionalmente, ha sido rebasadas desde hace bastante tiempo por una generación que tiene más interés en las redes sociales; en los nuevos códigos de las tecnologías de información, en la aceptación de una realidad inmediata, cambiante y disruptiva, maleable como sus propias expectativas.
Ante eso, estas generaciones juveniles, ávidas de encontrar cambios que modifiquen y cualifiquen sus vidas no en términos únicamente de la escala social vía la educación, ni la formación profesional que nos les permite tener empleo digno, optan por los discursos estridentes que llaman al cambio radical de las estructuras e instituciones, sean cuales sean éstas.
En el caso de México sucedió algo similar. Debido al hartazgo del sistema político pasado, se votó masivamente por un candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, quien también prometió cambios y una refundación total de la vida social del país. Pero López Obrador ¿realmente llega a estas juventudes? ¿Un político de la vieja guardia, con hablar cansino y pausado, septuagenario, vestido de guayabera, hablando de “conservadores” y de “fifís”? Evidentemente, le habla al sector duro que votará por su partido, pero el otro, el voto joven, el que tiene acceso total al mundo de la tecnología y está politizado a su manera, en otro código, en el de las tecnologías de información (actualmente el universo paralelo de la pos-verdad), parece que no.
El cambio de los discursos políticos ya tocó tierra. Entre otras cosas, si el voto joven es representativo a la hora de elegir a los dirigentes, los actores políticos deben cambiar la lógica de su lenguaje. No basta decir “combatir a la pobreza”, “honestidad”, “progreso”, “desarrollo”, términos que ahora a las juventudes no les diga mucho, si no se le otorga otro sentido y una percepción distinta de que cuando se mencionan no es demagogia, sino respuestas urgentes y rotundas a un estilo de vida -la de estos jóvenes- que ya optó por otros universos que no son los que codificamos como el mundo “normalizado”.
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