El vómito de Zeus

Casa de citas/ 678

El vómito de Zeus

Héctor Cortés Mandujano

 

Releo la Biblia y me asombra, en “Génesis”, tanto sexo entre familiares. Botones de muestra: Lot embaraza a sus dos hijas, que lo emborrachan para que él “olvide” el detallito; los hijos de Adán y Eva (aparte del asesino y su víctima) tuvieron que tener sexo para que el mundo comenzara a poblarse, etcétera; también hay mucha violencia y un exceso de crímenes y criminales.

Pero hablaré del segundo libro, “Éxodo”, que también, en exceso, tiene sexo, violencia, muertes y pestes. Cito algunos batacazos. Dice el rey de Egipto (1:16): “Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva”.

Jehová jugando al mago. Le da una vara a Moisés y le dice (4:3): “Échala. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra”; le pide meter una mano en su seno y la saca leprosa, le pide que de nuevo la meta (4:7) “y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne”.

Para Jehová era, creo, más fácil matar a un hombre que a los miles de seres vivos que murieron por hacer el show de las plagas: de sangre, de ranas, de piojos, de moscas, en el ganado, de úlceras, de granizo, de langostas, de tinieblas… Se murieron tantas y tantos que, por una cuestión básica de costos y beneficios, era más fácil matar al faraón, que pedir su permiso para que Moisés se llevara a su pueblo, pues todas las plagas eran para que el faraón accediera. Y él decía que no. Se le puso enfrente a Jehová y parece que le dijo: Hazle como quieras, no se van.

Pese a las plagas y los muertos, cuando ya se fueron Moi y sus huestes, los persigue, aunque muera ahogado su ejército. Moisés divide el mar y pasa con su gente (14:28): “Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército del Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno”. Creo, de veras, que hay problemas de guion en este episodio de Jehová contra el faraón, porque nunca se ve el poderío del primero ante el segundo. Sin embargo, presume (15:3): “Jehová es varón de guerra”.

Hay un montón de iglesias a las que se accede con gradas, aunque él, Jehová, las prohibió (20:26): “No subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra junto a él”.

No le gusta la desnudez de los humanos.

Y así nos hizo, se supone.

Las varias leyes son también tremendas (21:  23, 24, 25): “Si hubiera muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, golpe por golpe”. ¿Y el perdón?

¿Y esto? (21: 28): “Si un buey acorneare a hombre o a mujer, y a causa de ello muriere, el buey será apedreado”. Y más (22: 20): “El que ofreciere sacrificio a dioses excepto solamente a Jehová, será muerto”. O sea, o me quieres o te mueres.

Jehová le dice a Moisés, protagonista del éxodo, que va a matar a un montón de gente que no lo tiene como Dios y le advierte (23:24): “No te inclinarás a sus dioses, ni los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y quebrarás totalmente sus estatuas”. O míos o de nadie.

Moisés le tomó mucha confianza a Jehová e incluso le hace cambiar de opinión (32: 14) sobre varias muertes que pensaba hacer en su pueblo; además, aunque (32:16) “las tablas era obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada sobre las tablas” (se refiere a los diez mandamientos), cuando Moisés baja del monte Sinaí y ve la pachanga que hace su pueblo (32: 18) “ardió la ira de Moisés y arrojó las tablas de sus manos, las quebró al pie del monte”. ¿Neta, Moisés, así tratas las cosas que te dio directamente Jehová? ¿Esa es la importancia que le das? ¿No las pudiste dejar con cuidado por ahí y luego aventarle piedras o regañar duramente a tu pueblo? Muy mal, Moi.

Jehová es bastante condescendiente con Moisés y le hace una copia de las tablas (34:1,2), pero le dicta los diez mandamientos (34:28) “durante cuarenta días y cuarenta noches”. Era lento para escribir este copista. Pero no le dio ni refrigerio: “No comió pan, ni bebió agua”. Para que aprenda.

 

Ilustración: Héctor Ventura

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En el inagotable libro Las bodas de Cadmo y Harmonía (Anagrama, 1990), de Roberto Calasso, nos cuenta sobre los retorcidos orígenes de los dioses: el coito interminable de Urano, un malvado con sus hijos, y Gea; Cronos le corta los testículos a Urano, su padre, y luego viola a Gea, su madre; nace Zeus, quien corta los testículos a su padre (Cronos devoraba a sus hijos) y los arroja al mar para que de la espuma nazca Venus…

Zeus supo desde niño (p. 185) “que se convertiría en el quinto soberano de los dioses. Pero Zeus no sabía quiénes habían sido los otros cuatro. Sabía únicamente que, en medio de la luz, le esperaba su padre, dispuesto a devorarle”.

Noche ayuda a Zeus para vencer a Cronos. Le prepara una cena, lo emborracha; Zeus lo ata. El plan era que Zeus atara con una cadena de oro y devorara (p. 186) “todo lo que vagaba por el mundo, […] los cielos, los mares, la tierra y los seres divinos”. Lo hace y también devora a Fanes, la deidad primigenia nacida del huevo cósmico, el origen de cuanto existe.

Y aquí viene el punto, la larga cita (p. 186): “Después, poco a poco, todo lo que se había aposentado en el vientre de Zeus fue vomitado a la luz. Volvían los árboles y los ríos, los astros y el fuego subterráneo, los seres divinos y los animales. Todo parecía igual que antes, pero todo era diferente. Desde la partícula de polvo hasta los inmensos cuerpos giratorios de los cielos, todo estaba unido por una cadena invisible. Todo aparecía esmaltado de luz, como si naciera por primera vez. Pero Zeus sabía que no era así: con él, por el contrario, todo nacía por última vez”.

Nuestro mundo, nuestra vida, pues, tiene como origen, según los griegos, un vómito, el vómito de Zeus. Y dejamos de ser eternos, para volvernos perecederos.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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