
En todas partes y en ninguna
Beckett: “La caída de una hoja y la caída de Satán son la misma cosa”.
Beckett: “La caída de una hoja y la caída de Satán son la misma cosa”.
“Ifigenia en Tauris” cuando pide a sus compañeras de templo que la ayuden, dice: “Mujeres somos todas. Un género que se ayuda mutuamente, con un amor común”.
“Medea”, esta hechicera terrible, que incluso mata a sus hijos por celos y para enseñarle a Jasón a cumplir con su palabra, tiene un discurso claro, inteligente, adelantado a su tiempo. Dice Murray: “En la agitación de las Sufragistas Militantes se han recitado versos de la Medea” y en su tiempo los jueces griegos, claro, le dieron a esta tragedia el último lugar: ¿cómo premiar a una cabrona?
Quentin Bell: “Desde un principio, la vida de Virginia estuvo amenazada por la locura, la muerte y el desastre”
Cazals sabe de cómo los mexicanos postergan el último trago: “Es la parada decisiva para el antepenúltimo trago, seguido de cerca por el penúltimo, que precede rigorosamente al último de los últimos, antes de tomarse el de adeveras”
Qué maravillosos y dúctiles son los escritores muertos. Se les puede leer y excluir, sin que se molesten, salvo que algún deudo enfadoso ande cuidando su memoria.
Pitol: “Martínez escondió la cola entre las piernas; era un astuto, un zorro, pero también una gallina; peor, una rata”.
Rilke: “La vida es sólo una parte… ¿De qué?/ La vida es sólo un sonido… ¿En dónde?”
Paul Auster: “Si la vida es un sueño, ¿qué pasa cuando despierto?”