
Tres de mis caídas
Hace mucho publiqué una columna que llamé ¿Onde rayo yo quién raya? (un verso de una canción recopilada por Rulfo y que forma parte del repertorio de la Caponera en El gallo de oro [Editorial Era, 1980: 52-53]).
Hace mucho publiqué una columna que llamé ¿Onde rayo yo quién raya? (un verso de una canción recopilada por Rulfo y que forma parte del repertorio de la Caponera en El gallo de oro [Editorial Era, 1980: 52-53]).
Duermo poco desde niño. A veces la madrugada me llega mientras leo o me despierto de madrugada y el día me halla frente a unas páginas. Estos libros me acompañaron en un viaje al mismo tiempo físico y emocional, como suelen ser los viajes, de Madrid a tres ciudades de Italia y luego al DF; ahora reposan en mi biblioteca de Berriozábal.
Sueño. Mi hija maneja una camioneta que ya no tenemos. Por alta velocidad, nos detiene una agente de tránsito. Mi hija, después, le baja un poco, pero acelera nuevamente. Hay estacionado un coche rojo que no podemos evitar. Fuerte impacto. Lo arrastramos. Oigo un grito de hombre y luego quejas sin fuerza. Mi hija se detiene. Sé que el hombre está muerto. Silencio. Pasa por mi mente la imagen de mi hija en la cárcel.
Venecia parece hecha para tarjetas postales. Es preciosa hasta en los detalles, hasta en lo no turístico, hasta en las flores de las ventanas, los jardines y las áreas verdes que hay en todos lados.
Ya he contado, creo, en alguna Casa de citas anterior, que hubo un tiempo que hacía libros con recortes de periódicos, dibujos, fotografías, mails y demás. Era un modo de no perder algo que quería conservar. Pegaba en hojas blancas todo aquello que no tenía tiempo de leer con tranquilidad y me llamaba la atención; cuando el volumen ya tenía dimensiones no tan breves, no tan monstruosas, lo empastaba.
Hay un claro desfase entre lo que publico y lo que vivo, es decir, a veces lo que aparentemente me está pasando en lo que escribo me pasó hace mucho en la realidad (esta es la columna 176 y ya tengo escritas hasta la 185). Por ejemplo, lo que escribiré a continuación tuvo lugar entre el 9 y el 11 de mayo de 2014, pero en esta narración de vivencias lo que ocurre me está ocurriendo.
Aunque ahora se ha vuelto muy popular, con libros suyos que se venden hasta en los supermercados, mi conocimiento del proteico talento de Alejandro Jodorowsky (actor, mimo, director de teatro y de cine, novelista, dramaturgo, dibujante, músico, lector del tarot, etcétera) viene de antes.
Mi mujer y mi hija ya tenían planeadas sus botanas y sus chelas para ver el partido México-Brasil en nuestra tele. No se podrá. Los ladrones no hicieron caso a la generosa invitación (con cargo al erario, claro) del gobierno del estado para ver los partidos en los parques centrales de las poblaciones y decidieron, más seguro y mejor, llevarse nuestra galana pantalla.
“Tú sabes por qué Jesucristo no nació en México, ¿verdad? “Consejero: No. ¿Por qué? “Westray: Porque no hubo forma de encontrar una virgen. Ni a tres hombres justos que hicieran de reyes magos.”