Estado en descomposición

La desaparición –y posible muerte- de 43 normalistas de Ayotzinapa es un indicador de la descomposición del Estado mexicano.

Enrique Peña Nieto, quien hasta el año pasado se había vendido como el gran transformador de México y figuraba entre las personas más poderosas del mundo, hoy es retratado en su dimensión más cercana a la realidad. Por lo pronto ha caído 23 lugares en esa lista exquisita de poderosos elaborada por Forbes, al pasar del lugar 37 al 60, y solo es el comienzo, porque el desencanto, el coraje y el malestar comienzan apenas a manifestarse.

Así como en los países árabes la chispa que prendió las protestas fue el suicidio de un joven vendedor que se inmoló con gasolina, aquí parece que la primavera mexicana ha arrancado con los 43 normalistas desaparecidos.

El hecho ha indignado porque los culpables son delincuentes disfrazados de políticos. Antes veíamos a policías y funcionarios al servicio del crimen organizado, pero ahora vemos que unos y otros son lo mismo.

Para impedir su desaparición. Foto: AFP

Para impedir su desaparición. Foto: AFP

Nadie queda indemne ante semejante atropello: el PRD por apostarle a cualquiera sin saber de dónde vienen ni quiénes son, y los demás partidos, porque se han visto envueltos en escándalos y derroches permanentes

El sistema de partidos de México queda seriamente cuestionado y más el presidente Enrique Peña Nieto porque en un afán de administrar los hechos ha desencadenado la mayor protesta de que se tenga memoria en nuestro país desde los sesenta.

Las transformaciones en una nación, como ha quedado claro en la primavera árabe, no se deben necesariamente a cuestiones políticas, sino a hechos que hieren la sensibilidad humana porque en estos acontecimientos aparece la fragilidad del hombre ante el poderoso aparato del Estado.

En contra de estos atropellos se unen personas de todas las corrientes políticas porque uno se identifica en ese remolino: pudimos ser nosotros, nuestros hijos, nuestros alumnos.

Nuestras diferencias políticas nos separan, pero el dolor nos une, un dolor que ahora tiene el rostro de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.

 

 

 

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