Más Andersen

Casa de citas/ 233

Más Andersen

Héctor Cortés Mandujano

Ilustración: Mónica Alejandra Robles Corzo

Ilustración: Mónica Alejandra Robles Corzo

Sigo con las citas a las Obras selectas de Hans Christian Andersen, que inicié la semana pasada. “La hija del rey de la Ciénega” es una larga y maravillosa historia, no apta para niños. Se cuenta, por ejemplo, que en el palacio del vikingo (p. 302) “se encendió el fuego y se degollaron caballos. El entusiasmo se desbordaba por todas partes. El sacerdote que realizó el sacrificio vertió la sangre caliente de los caballos sobre los esclavos, según el rito iniciático”.

A los animales, en el mismo cuento, también gusta el sacrificio (p. 305): “La cigüeñas jóvenes marchaban silenciosamente por entre los juncos, observaban de reojo a las demás, hacían amistades y engullían ranas a cada tres pasos, o bien circulaban con una víbora pendiente del pico, porque creían que eso era elegante, además de bueno”.

Helga, quien quiere degollar a un hombre (p. 311): “Afiló  su cuchillo, y cuando uno de los grandes perros feroces, de los que había una jauría en la mansión, saltó a sus pies, le hundió el cuchillo en un costado”.

El avestruz, cuentan en este mismo cuento, hubo un tiempo que tenía grandes alas, pero nunca decía, cuando quería ir de un lado a otro, “Si Dios quiere”; por eso, una vez que volaba (p. 325), “el ángel vengador descorrió el velo que cubre al astro en llamas y, en un instante, las alas del avestruz quedaron calcinadas y cayó pesadamente al suelo. […] A nosotros, los hombres, nos recuerda que en cada uno de nuestros actos hemos de decir siempre: ‘¡Si Dios quiere!’ ”

En “Bajo el sauce” un vendedor cuenta a dos niños una historia sobre dos panes que tenían formas humanas; la mujer era un pan de especias y el hombre tenía una almendra amarga en el corazón. La mujer de pan esperaba que el hombre le confesara su amor, pero (p. 356) “él, como todos los hombres, tenía en su mente un pensamiento más voraz. Soñó que era un golfillo de la calle, de carne y hueso; que poseía cuatro skinllings y que compraba a la dama y se la comía”.

De “Pedro, el afortunado” es esta idea (p. 434): “Haz todo lo posible por tener esto presente: todo lo que ocurre en el mundo sucede porque es lo mejor para nosotros”.

A “La sirenita”, cuya historia es muy distinta a la versión de Disney en cine, le explican (p. 505): “Nosotros podemos vivir trescientos años, pero cuando dejamos de existir, nos transformamos en espuma bajo el agua. No tenemos alma inmortal, no tenemos otra vida. […] Los mortales, en cambio, tienen un alma que vive eternamente una vez que el cuerpo se ha transformado en polvo. Asciende por el aire hasta las brillantes estrellas”.

Leer a Andersen es una delicia.

 

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Con esta columna llegó a las cien publicadas en Chiapas Paralelo. Por aniversario (y por mucho trabajo) decidí en lo sucesivo reducirlas a una cuartilla. Te será más leve, lector, lectora. Gracias por leerme. Un abrazo.

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