El inocente y el ladrón/ séptima de diez partes

Los abusos y la impunidad

Por Alfredo Palacios Espinosa

De manera subrepticia me llegaban noticias del exterior. Voces disidentes en las redes sociales denunciaban los saqueos en las dependencias estatales por parte de funcionarios y los actos licenciosos del gobernador que ante la proximidad del fin del sexenio, el jefe del ejecutivo y subalternos burdamente hacían efectivo el dicho oprobioso de que: siendo el año de Hidalgo, chingue su madre el que deje algo. Los denunciantes en las redes sociales se protegían en anonimatos y seudónimos para evitar represalias. Los que fueron descubiertos por los agentes especializados que Sabines tenía contratados, fueron víctimas de la represión. Hasta hoy día, este mal gobernante mantiene a un grupo de troles que agreden a los que se atreven a criticarlo por ese medio.

En lo personal, a cada inconformidad escolar, estudiantil o magisterial se recrudecía el hostigamiento hacia mi persona a pesar de la incomunicación y vigilancia extrema a que estaba sometido. Para la mente enfermiza de Juan José y para la incapacidad de sus corifeos, me seguían considerando como un instigador resentido. Para éste y su pandilla aduladora, los estudiantes y los maestros no eran capaces de pensar y actuar de motu proprio.

La administración y funcionamiento en los penales está por los suelos. Durante los primeros tres meses de mi estancia en El Amate, pasaron tres directores destituidos o trasladados a otros penales por “carecer de la suficiente capacidad para hacernos sentir nuestra triste suerte”, pero faltaba lo peor. Cuando se hizo el anuncio del traslado del exgobernador Salazar de Huixtla a este penal en cumplimiento a un amparo concedido para regresarlo de aquella ciudad. Dos días antes, trasladaron a este penal a un tal César Amín, quien de guardaespaldas de Sabines había sido habilitado como director del penal de Huixtla, sin experiencia ni formación, pero con la suficiente confianza de su jefe y la maldad y perversidad necesarias para fastidiar y espiar al detenido, haciéndose acompañar de cómplices de la misma ralea. Con ese mismo cargo y encargo especial llegó al Amate para extender su perversidad a los que estábamos ahí. Al llegar a este reclusorio aprovechó el apoyo incondicional del gobernador para cometer todo tipo de abusos y delitos, secundado por sus acompañantes delincuentes, traídos de Huixtla con la promesa de emplearlos. De entrada destituyó y cambió arbitrariamente al personal, con el pretexto de cumplirle a su jefe y de paso llevar a cabo sus proyectos de enriquecimiento. Reubicó a los internos que estaban incomunicados por su peligrosidad a espacios de mayor comodidad a cambio de recursos suficientes para proporcionarles los equipos y servicios necesarios. A los tres días de su presencia, los internos empezamos a ser víctimas de la perversidad y las malas intenciones que traía: primero fastidió a los que estábamos prisioneros por la voluntad de Sabines Guerrero, sobre todo al exgobernador Salazar que, por orden federal y en contra de la voluntad del gobernante, lo regresaban a este penal. César Amín llegó dos días antes para preparar el recibimiento y las condiciones de fastidio para el exgobernador perseguido. Este director, como ya dije, me subió nuevamente al área de Apolo en compañía de Roberto, para tener a los presos especiales concentrados en una sola área, pero incomunicados entre si y a la vista de cámaras y micrófonos, exigiéndole a mi compañero de celda un informe puntual de todas las irregularidades que oyera y viera de mí, amenazado que si no cumplía sería traslado al interior con los presos peligrosos.

Formal-prisi-contra-exsecretario-1362371

Este César Amín, conocido en el bajo mundo como El Coyote, impuso como jefes de seguridad a José Luis Soto Huitzil en el interior de los módulos masculinos y, un extraviado mental de nombre Cristian Darinel, alias El Tiburón en los módulos de la población femenina y en el que estábamos los presos del gobernador. Este último tipo, durante las tres semanas aciagas que duró este cuerpo directivo, se paseaba por el módulo de los reos peligrosos y por el área femenina del penal atropellando a unos, acosando a otras y favoreciendo a los internos de su misma ralea que pudieran pagar los favores. Como segundo de abordo llevó a un tipo de apellido Miranda, autonombrado como jefe de custodios que se ensañaba con el personal. De Soto Huitzil, el otro jefe de seguridad decían que también hacía gala de crueldad y violencia, vendiendo favores a los internos que podían pagarlos, aunque a decir verdad, este último, nunca se metió con nosotros en el área de Apolo, quien al momento de escribir este testimonio me enteré que lleva dos años en El Amate en calidad de interno enfrentando un proceso por homicidio y abuso de autoridad y quién sabe cómo la esté pasando con los internos que fastidió. El Tiburón si se ensañó con nosotros, como psicótico y adicto, envanecido por el poder, la agarró particularmente conmigo. Quiso maltratarme verbal y físicamente, obligándome a quejarme, hasta conseguir que los representantes de la CNDH intervinieran en respuesta a la queja presentada. No solo fastidiaba a “los presos de Sabines” sino a todos los custodios y custodias del reclusorio para que renunciaran. El Tiburón los castigaba con arrestos y tableadas que cumplía el tal Miranda (de 20 a 50 golpes en las sentaderas con una tabla de madera rustica según la gravedad de la falta) porque necesitaba las renuncias para darle de alta a la gente traída de Huixtla, con la disposición de delinquir a cambio de la promesa de una plaza y que, sin estar dados de alta realizaban funciones de seguridad por la voluntad del Coyote. Como el Tiburón no podía pedirnos dinero a los que estábamos en el área de Apolo, por el riesgo de ser denunciado, se dedicó a hostigarnos, a unos más que a otros. A nuestros familiares hizo sufrir humillaciones y largas esperas durante los días de visita. La comida que llevaban los familiares exigía que se la pasaran “para revisarla” antes de entregarlas en las celdas con el propósito de escupirlas y de escurrirle tinta de sello. Por suerte, como los custodios estaban molestos por el mal trato recibido, no faltó quién nos alertara de esta ignominia para no comerla y hacer la denuncia correspondiente. Conmigo, en lo personal, desde el principio, no sé si por consigna o de su propio motivo me fastidió. No permitió la introducción de una tabla autorizada por el médico del penal para que me sirviera de cama. En la bodega hay más de cien camas metálicas nuevas para reemplazar a las que ya no sirven. A pesar que el médico del penal solicitó una para mí, no la concedió. La tabla estuvo expuesta 4 días en el exterior del penal. Nuevamente, mi familia recurrió ante la representación de los derechos humanos para que la dejaran pasar. Como represalia me canceló la caminata diaria de media hora y extremó el aislamiento y prohibió a la tienda del penal que me vendieran algo. En fin, se dedicó a fastidiar a mis visitas en la aduana poniendo a custodias lesbianas abusivas durante la revisión de las visitas femeninas y, a los hombres no los dejaba pasar sino rentaban pantalones y camisas con la gente que tenía exprofeso para este negocio. Con cualquier pretexto negaba el ingreso a mis visitas. El propósito era fastidiarlas para que desistieran de llegar. En contraposición, hizo negocios con reos de la delincuencia organizada, cambiándolos de celdas de seguridad a otras de mayor comodidad, autorizándoles: pantallas planas, estéreos, minibares, hornillas eléctricas, películas, alcohol y drogas y todo aquello que pudieran comprar con estos delincuentes investidos como autoridad del penal. Al área de Apolo subieron a dos reos conocidos como el Coco y el Conejo de alta peligrosidad relacionada con la delincuencia organizada. Por las noches oíamos el ruido de zapatillas y nos llegaba el intenso olor de perfumes de mujeres que entraban por la noche. Algunas jóvenes internas las obligaban a prestar este tipo de servicio a cambio de una comisión o de favores que las internas necesitaban. Estas compañías femeninas las retiraban muy temprano, antes del cambio de guardia. Con naturalidad se decía que la droga entraba a los módulos del interior, en bolsas de plástico dentro de los tambos de comida. En la camioneta asignada al director, a decir de algunos custodios, metían las cajas de licor para los que pudieran pagarlas. Asimismo, estableció tarifas para que los internos con recursos, pasaran la noche con sus mujeres en las celdas de la población varonil. Otras internas fueron acosadas por estos mismos tipos para que tuvieran relaciones con ellos y a otras obligaban a prostituirse dentro del mismo penal a cambio de una cuota. En las tres semanas de permanencia del Coyote y su pandilla, podía comprarse o venderse cualquier favor, contando con la anuencia de estos directivos a cambio de buenas ganancias.

La única llamada telefónica nocturna a la que teníamos derecho para comunicarnos con la familia nos fue restringida. Cuando logramos el restablecimiento de esta pequeña concesión, el Tiburón cortó los alambres para incomunicarnos, a diferencia de los otros módulos donde era “un secreto a voces” que cual más tenía celular adquirido con este mismo sujeto. Cuando presentamos nuestra protesta, al siguiente día, interrumpieron la señal no sólo del teléfono público de Apolo sino también las casetas de los módulos de la población interna en general, dejando correr la versión que esta irregularidad era por culpa nuestra. Tenían el propósito de provocar molestia para que los familiares de los internos protestaran ante los medios de comunicación pidiendo nuestro traslado a otros penales. Cuando presentamos la protesta ante la representación de los derechos humanos por la incomunicación, logramos nuevamente el restablecimiento de la línea para hacer las llamadas, pero la interferían burdamente para grabar la conversación o para cruzarla con la línea hot-line, en el momento en que hablábamos con familiares, responsabilizando de esta falla a Telmex. Para hacer uso de este derecho obligadamente debíamos anotar el número del teléfono y el nombre de la persona con la que hablábamos y la relación de parentesco que teníamos, en una libreta que ellos manejaban, datos que servían al Tiburón y al tal Miranda (autollamado teniente) para fastidiar a nuestras familias con llamadas obscenas o para proponerles un mejor trato para nosotros a cambio de “caerse con una lana”.

Entre los custodios del penal había de todo: unos honrados y respetuosos de su oficio, estos fueron los que padecieron el maltrato de la administración del Coyote y de los abusos del Tiburón, al resistirse a participar en las irregularidades que ordenaban. Como estos delincuentes venían investidos de autoridad por quien saqueaba al estado, no les importó la buena marcha ni la seguridad del penal, sino la de cumplirle al gobernador fastidiando a sus presos especiales a cambio de realizar libremente sus trapacerías. La mayoría de los custodios es gente improvisada de origen campesino de los ejidos de Cintalapa, Jiquipilas y de Arriaga, vecinos del penal con sueldos de miseria. Para completar sus ingresos cultivan la tierra en los días que descansan, otros hacen piñatas con sus familiares o venden comida o tejidos de los internos en los días de visita a cambio de pequeñas propinas. Los muy dañados por su adicción a las drogas se vuelven sirvientes de los reclusos pudientes, relacionados con el tráfico de drogas, a cambio de algunas monedas o de la dosis necesaria para satisfacer esta dependencia. Para los que por convicción se resistieron a realizar tareas ilícitas recibieron castigos que iban desde tableadas en las nalgas hasta los arrestos de 72 horas junto a reclusos peligrosos. En fin, que en las tres semanas que duró esta administración se incrementó la corrupción en el interior del penal en dónde todo fue vendible y comprable. Si allá afuera, la corrupción encabezada por el gobernador era obvia, adentro, en este espacio restringido fue evidente. Durante los cinco meses que permanecí en este penal sucedieron dos motines: uno del llamado interior de los módulos de sentenciados, donde hubieron muertos y heridos por el control del poder entre los internos; y, el otro en el área de las maras, entre dos grupos que protestaban por el maltrato recibido. Ambos sucesos fueron minimizados en los medios por instrucciones recibidas. Del segundo motín, el tal César Amín lo manejó como una inconformidad por el traslado del exgobernador de Huixtla al Amate, que nada tenía que ver, pero mediáticamente quería tener un pretexto para trasladarlo a otro penal. Debo reconocer que si hay un lugar donde la información del exterior y del propio interior circula con prontitud y veracidad, es en los penales: ¿cómo se enteran?, ¿cómo circula la información? Quién sabe, pero sucede. Vives al día de los acontecimientos en cada módulo del interior como de los acontecimientos del exterior.

Otro de los negocios que reditúo buenas ganancias a estos bandidos, investidos de autoridad, en la brevedad de su estancia en el penal, fue el que hicieron con huizacheros y abogados venales, que tenían prohibido el acceso por estar identificados como estafadores de los esperanzados internos. A cambio de una buena cantidad volvieron a permitirles el reingreso para ofrecer sus servicios a los reos con procesos pendientes. Cobraron una cantidad como adelanto y no volvieron a verlos más. Mención aparte merecen los defensores de oficio para los reos sin recursos. Éstos son seleccionados entre recién egresados de escuelas particulares de derecho que ofertan cursos lights de tres años, con asistencias cada día domingo para recibir nociones elementales del derecho, pero sin ninguna experiencia como litigante ni mayores lecturas. Estos abogados improvisados se aburren pronto y renuncian para seguir litigando en el mismo penal por propia cuenta, dejando los procesos en manos de otros que duran lo mismo, en tanto pasan los tiempos legales y los reos, por estas defensas mal llevadas, son sentenciados a varios años por no tener la oportunidad de demostrar su inocencia. Todo es dinero dentro del penal. Las “mordidas” en los juzgados es práctica común. La ética está ausente. Con frecuencia se oyen las maldiciones de los reos en contra de abogados estafadores, por ser los culpables de purgar condenas inmerecidas, por no haber contado con una defensa adecuada o por no llegarle al precio establecido por el juez.

Del exterior, mi familia evitaba llevarme malas noticias, pero algunas no podían ocultármelas como las llamadas obscenas o proposiciones que hacían pidiéndoles dinero a cambio de un mejor trato o la invasión inducida de un terreno de mi propiedad en San Cristóbal, aprovechándose de mi situación, mismo que hasta el momento de escribir este informe nada hace la autoridad actual a pesar de estar demostrado el despojo y existir una orden de aprehensión, pero como son personas al servicio de este grupo político que sigue apoderado de Chiapas están seguros de que nada podrá hacérseles por el manto de la impunidad que tienen.

En tanto la dolencia de mi columna iba en aumento. A pesar de la recomendación emitida por el único médico del penal que hacía lo que podía y la de los especialistas que llevaron mis familiares no eran atendidas por la voluntad del Tiburón. Orgulloso del poder se vanagloriaba diciendo que venía lo mejor para él porque sería el próximo director de la policía especializada, tan luego se fuera el actual procurador y llegara el nuevo gobierno, sin importar los antecedentes delincuenciales de todos conocidos. A internos y custodios amenazaba con meterlos al cubículo si no obedecían sus instrucciones. Este espacio de castigo, a decir de quiénes lo conocían, es un lugar en donde los castigados únicamente caben de pie, sin espacio para acurrucarse en cuya posición hacen sus necesidades fisiológicas. Un hecho inhumano y atentatorio a la dignidad humana.

Para la atención de la población reclusa de más de tres mil internos hay un solo médico con cuatro custodias habilitadas como enfermeras que se turnan de dos en dos, cada 24 horas, sin medicamentos ni el equipo necesario para atender emergencias como sucedió el día que los reos se amotinaron dejando el saldo de varios muertos y heridos graves, aunque los medios únicamente reportaron el fallecimiento de dos internos y seis lesionados. Esa noche el Coyote ordenó que sacaran a los reos enfermos que tenían en las celdas de enfermería y los regresaran a las celdas comunes. Los heridos fueron tendidos y mal atendidos en el piso y pasillos sin asepsia alguna.

El único médico poco podía hacer sin medicamentos ante la excesiva demanda de atención, sin los mínimos recursos para desempeñar su encargo. Físicamente hacía lo que podía. Se daba tiempo para atender a los adictos en crisis por la falta de droga ya sea porque escaseaba en el mercado interno o porque no tenían recursos para adquirirla. Cuando terminaba el alcohol, a estos adictos en crisis les inyectaba agua liofilizada, cuando tenía, haciéndoles creer que era un tranquilizante. La tragedia con estos enfermos se da cuando además de escasear el alcohol también se termina el agua y no hay ningún otro líquido que permita sugestionarlos de que es un fármaco que les ayudará a superar la crisis.

Esa misma noche, después de controlar el primer motín, vinieron por los que estábamos recluidos en el Conyugal Femenil para subirnos a la sección Apolo. Los efectos de los gases lacrimógenos que soltaron los custodios sobre los rijosos nos llegaban hasta donde nos encontrábamos. Al doctor William que estaba recluido en una de las celdas de enfermería para controlarle la hipertensión y las arritmias que padecía y que servía de gran ayuda con sus conocimientos al médico, también lo concentraron en una celda de la misma área de Apolo. La reubicación obedeció a tres razones: primera la emergencia exigía la disposición de todos los espacios posibles en el área médica; la segunda, no querían que ninguno de nosotros fuera testigo de los hechos de sangre que estaban sucediendo en el interior y, la tercera por el inminente traslado del exgobernador Salazar del penal de Huixtla a la celda 3 de Conyugal Femenil que reforzaron con nuevas y sendas cámaras de video y micrófonos hasta en los pasillos. No querían que tuviéramos ninguna relación con él ni de vista siquiera. Además, el Coyote ordenó trasladar a la celda 5 contigua, a dos internos de alta peligrosidad con la consigna de ganarse su confianza, para que reportaran cada noche lo que vieran, oyeran o les platicara, a cambio de ayudarlos con algunas migajas.

Los otros compañeros de persecución también estaban recluidos en otras celdas de la misma planta alta, pero sin posibilidad de comunicarnos. Sometidos al aislamiento por la insania del gobernador y por las propias ocurrencias del Coyote y del Tiburón, quienes en el breve tiempo de estancia como autoridad pusieron de cabeza al penal por el desorden y los abusos cometidos. Ignoro de qué manera ni quiénes fueron los que hicieron del conocimiento a la superioridad de lo que sucedía en el interior de este penal a punto de estallar en un motín generalizado o que cosa tan grave cometieron, pero antes de cumplirse el mes, este grupo fue destituido, quedándose en el aire a los que trajeron de la costa, principalmente mujeres que, con la promesa de darles trabajo, las obligaron a tener relaciones con ellos y a prostituirse. El Coyote, El Tiburón, Huitzil y el tal teniente Miranda y otros miembros de esa pandilla, a pesar de las averiguaciones previas en su contra por los sucesos en el mismo penal y de otros abusos y delitos cometidos anteriormente en lugares donde prestaron su servicios, la procuraduría los protege para que sigan en funciones dentro de la corporación, quizás como pago por el cumplimiento de las instrucciones recibidas para fastidiar a los que estuvimos privados de nuestra libertad. Para estos delincuentes investidos de autoridad no cuenta el supuesto filtro de control de confianza que con tanta publicidad promueven. Esta es la triste realidad de los penales de Chiapas en donde la ignominia y la violación de los derechos humanos son prácticas comunes y en donde los defensores y organizaciones ocupadas en denunciar o defender los derechos no se acercan para constatar las injusticias que en esos centros se cometen.

El mismo día que removieron a esta camarilla, dos horas antes, alrededor de las 10 de la mañana, por primera vez desde que llegó el Coyote a hacerse cargo del penal, el teniente Miranda llegó a sacarme de la celda para llevarme al pequeño patio, luego de tres semanas de quitarme la media hora de caminata que necesitaba por razones de salud. El patio estaba lleno de internos que participaban en un torneo de futbol rápido y el grupo de enfermos crónicos unos y dializados otros, que los sacaban a tomar un rato de sol. En ese momento, se enfrentaba un equipo del dormitorio de las Maras con el equipo de la sección de Servidores Públicos donde recluían principalmente a policías estatales y municipales acusados de algún delito en el desempeño de sus funciones. Las maras que no jugaban, al percatarse de mi presencia, inmediatamente me rodearon para pedirme la moneda para la galleta y el refresco, felizmente, entre ellos estaba El Berrio, uno de sus líderes a quien conocí en mis primeros días en el área llamada irónicamente de las setenta y dos horas y que, como líder, le permitían salir a los pasillos a ofrecer los tejidos de sus compañeros y levantar los pedidos de algún otro trabajo manual. La oportuna intervención de este joven evitó que no me pasara nada por no tener las suficientes monedas que me pedían, porque el teniente Miranda, tan luego pisamos el patio recibió una llamada que le hizo salir apresuradamente. Terminó el torneo como a las dos de la tarde y los grupos participantes fueron retirados por los policías encargados de custodiarlos durante el evento, porque ya era la hora de la comida. A partir de ese momento me quedé solo en el patio, a pleno sol, sin más cuidado que la que podía darme el guardia que dormitaba en una de las torres de vigilancia. Irónicamente me decía que quizás me estaban reponiendo las medias horas que por tantos días me quitaron, sin embargo, la soledad en aquel patio me hizo temer cualquier peligro para mi seguridad. Alrededor de las 6 de la tarde me acerqué al portón para tocar, con el deseo de regresar a la celda para sentirme más protegido, pero no encontré respuesta. Fue hasta una media hora después cuando llegó otro custodio a buscarme porque al pasar la lista de la tarde se percataron de mi ausencia y fue mi compañero de celda quien les dijo que me habían sacado a la activación física desde la mañana. Por este custodio me enteré que la pandilla jefaturada por el Coyote y el Tiburón, entre ellos el teniente Miranda, había partido apresuradamente para no regresar más. Quedó como director José Miguel Alarcón, que fungía como subdirector y que la pandilla trató de destituirlo, sin éxito alguno. Durante la presencia del Coyote y sus secuaces este funcionario lo nulificaron.

Este nuevo director ordenó pequeñas medidas de distención en la planta de Apolo en la que nos encontrábamos incomunicados los perseguidos políticos. Permitió que las puertas de las celdas se mantuvieran abiertas unas horas por la mañana y que nuestras visitas pudieran entrar juntas si eran familiares directos. La revisión de alimentos y visitantes se hizo conforme a las normas establecidas, prohibiendo comestibles que por su naturaleza pudiesen ser susceptibles de fermentarse para la elaboración de chicha, una bebida alcohólica casera que hacen algunos internos. Regresaron a sus celdas originales los reclusos de alta peligrosidad tales como el Coco y el Conejo favorecidos con privilegios por la dirección de César Amín. En el lugar de estos personajes metieron a un invidente que llevaba 6 años purgando una condena de 20 años por violación Lo acompañaba su esposa, quien, desde el principio renunció voluntariamente a su libertad para mantenerse a su lado. No pude ocultar mi alegría, principalmente por su esposa, al enterarme de la libertad del compañero invidente, unos meses después de nuestra salida. Comprobó su inocencia, pero le quitaron 6 años de su vida.

Consciente de que el ministerio público y el juez estaban de acuerdo para no dejarnos salir en libertad, haciendo uso de todos los recursos legales a su alcance y aún de aquellos extralegales que pudiera retrasar cualquier resolución favorable del Juzgado Federal, siguieron obstaculizando a mi abogado defensor, haciendo a un lado las normas exigidas para la aplicación del debido proceso. La consigna a cumplir fue que ninguno de los que estábamos detenidos, acusados de los mismos delitos y bajo un solo expediente, saliéramos libres. Convencido que este atropello no cejaría hasta en tanto no concluyera el sexenio del enloquecido gobernante, me concentré en la lectura y en ayudar, dentro de mis escasas posibilidades, a quiénes las circunstancias me lo permitieran para no llenarme de odio ni rencor ni permitir que la melancolía se posesionara de mí. Aprendí que, ante la actitud amenazadora de los que atropellaban mis derechos debía oponer la serenidad que no la sumisión. Esta actitud desconcertó a mis agresores, aunque, cuando fue necesario y se pasaban de los límites, con la razón y el derecho, me opuse abiertamente a los abusos, a pesar de las amenazas del Tiburón de enviarme al cubículo. Nunca lo hicieron. Aprendí también que, aún entre los seres envilecidos o rechazados por la sociedad como es el caso de las maras y malandros en general, tienen la necesidad de comprensión y muestran buenos sentimientos ante quiénes los tratan con respeto. Todo ser humano privado de su libertad sufre momentos depresivos y no sobran las palabras de aliento, por eso algunos reos que conocían bien los mensajes de la Biblia obtuvieron permiso para predicar en los módulos y en los precarios talleres de trabajo.

Muy temprano, hasta la celda en que me encontraba, escuchaba los cantos de himnos religiosos de una y otra iglesia, pero todas alabando a Dios, sumándose voces irreverentes que con canciones rancheras de amor y desamor trataban de callarlos. Además, en este concierto tan diverso y confuso no dejaba de escucharse los cantos y las consignas de los grupos adictos, que a grito abierto, realizaban ejercicios terapéuticos de recuperación en el patio donde se ejercitaban después del pase de lista. Ante este conjunto de voces vivas que expresaban deseos y plegarias, de vez en cuando surgía el grito discordante de la “mentada de madre” de algún desesperado ante la falta de droga o con la esperanza perdida.

Hasta mi celda de reclusión llegó la noticia de la mala intención del gobernante para adelantarse a la carta que un grupo de artistas e intelectuales nacionales, encabezados por el poeta nacional Javier Sicilia, recolectaba firmas para enviársela, pidiendo el cese de la persecución en contra del poeta Oscar Oliva, por ser inocente y encontrarse gravemente enfermo y que enfrentaba la irracional orden de aprehensión con la misma acusación por la que varios de nosotros padecíamos reclusión. Seguramente que alguien filtró la noticia distorsionada al gobernador o éste con ese delirio de persecución que lo acompaña entendió mal. La petición estaba respaldada por connotados creadores convencidos del irreductible comportamiento ético del poeta Oliva (Premio Chiapas e integrante en 1994 de la Comisión de Intermediación para la Paz entre el Ejército Zapatista y el Ejercito Nacional Mexicano). Este mandatario, con la paranoia con que se caracteriza se imaginó exhibido en los medios nacionales, porque inmediatamente movilizó a su responsable de medios para que, con los recursos que fueran necesarios, neutralizara la publicación de esa carta, al mismo tiempo que ordenaba a la directiva del Congreso del Estado para que al poeta le otorgaran, ipso facto, la Medalla Rosario Castellanos de ese año 2012. A su vez presionó a los familiares para que obligaran al poeta a aceptar el reconocimiento y garantizaran su asistencia en la ceremonia para que el propio perseguidor le impusiera la medalla, como una burla y un mensaje a su enemigo personal. Felizmente, Oscar no se prestó a este show para no ser cómplice de la jugada perversa de este gobernante ni exponerse a ser aprehendido a pesar del desistimiento por escrito que la procuraduría le entregó a la familia del poeta como condición previa para aceptar el reconocimiento. Lo único lamentable es que la sensibilidad del bardo quedó lastimada al poner su nombre junto a los que anteriormente fueron distinguidos, sin merecerlo, como el de Salinas Pliego o el de doña Beatriz Paredes, tal vez merecedores de otro tipo de medallas, pero en los ámbitos en que se desenvuelven. Por la familia de Oscar Oliva me dio mucho gusto enterarme que el Gobierno y la Universidad de Zacatecas, un año después le fue entregado el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde, por la magnitud de su obra.

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.