La isla incómoda

Cuba y Estados Unidos. Foto: Agencias

Desde que triunfó en ella una revolución socialista, los intentos de prácticamente todos los presidentes norteamericanos por condenarla, aislarla y asfixiarla, no han cesado: invasión paramilitar (Bahía de Cochinos), el  establecimiento de base militar USA en su territorio (Guantánamo), desestabilización social y política (derecha anticastrista), y, por supuesto, un inhumano bloqueo económico de más de medio siglo con efectos directos a las necesidades básicas y urgentes de la población (apagones,  austeridad, comestibles). Si a este instrumento de “guerra económica”, cuya estrategia ha sido la de hacer presión para que la población se inconforme contra su gobierno, exigir un cambio de todo el sistema cubano, pedir la engañosa “ayuda humanitaria” o, aún más, la invasión militar, la pandemia cabe como anillo al dedo para “fundaciones”, medios de comunicación, intelectuales, escritores, académicos, artistas, comentaristas y todo el espectro de la derecha latinoamericana, quienes han visto y ven a la isla de Cuba como el momento esperado de continuar estigmatizándola como “la dictadura”, y aprovechar todo a su alcance para, una vez más, empujar todas las voces de la derecha anticubana, quienes igualmente lo hacen contra, of course, Venezuela, Bolivia, antes Ecuador, el Brasil de Lulla y Rousseff, Nicaragua, y presentarla como un no ejemplo a seguir desde el punto de vista de la “democracia”, “libertad” “derechos humanos”.

Desde la ley de embargo comercial de 1962 -hecha durante la presidencia demócrata de John F. Kennedy, y como en la actualidad lo hace el presidente Biden del mismo partido-, Cuba se convirtió en un objetivo de la política exterior de la potencia, en la cual los partidos demócrata y republicano muestran consenso y pocas diferencias. Lo mismo ocurre con Venezuela: durante su Informe a la Nación, el expresidente Trump, condenó al régimen de Venezuela, todos los diputados allí presentes aplaudieron de pie, entre ellos, la líder demócrata y enemiga política de aquél, Nancy Pelosi. Aplausos que duraron ciertos minutos. No eran tiempos de la guerra fría, pero pareciera que ésta nunca desapareció del anticomunismo de la élite norteamericana, porque hasta hoy la palabra “socialismo” sigue produciendo algo así como “paranoia”.

Hay que recordar que las sanciones económicas impuestas por parte de Estados Unidos y sus aliados también han sido a Rusia, Irán, Venezuela, China, con una parecida estrategia de afectar las necesidades de la población, porque un embargo comercial prohíbe, restringe o impone impuestos de mercancías básicas. Hacen mella en la población principalmente joven y, con un despliegue masivo de virus electrónicos en las redes del internet, su efecto infecta rápidamente en una población muy necesitada, golpeada y carente, precisamente derivadas de las prohibiciones comerciales.

En la reciente votación sobre el caso cubano en la ONU, resulta no ser sorpresivo que la casi totalidad del mundo votara en favor de poner fin ya al embargo. (Estados Unidos, Israel en contra; Colombia, Brasil y Ucrania se abstuvieron.) pero esta añeja arma de “guerra económica”, de limitar las leyes de la navegación e intercambio y comercial contra una nación, que vuelve a ser un foco de polarización social y política, y de resarcir los medios, los métodos, y la estrategia de una aún no letal “guerra psicológica” sólo comparada con un “estado de sitio real y virtual”. Desde que los “barbudos” caminaron por las calles de la Habana liberada, pasando por la caída de la URSS, hasta la pandemia, no ha cesado de ser una “amenaza” (recuérdese los intentos por vincular a Cuba con el movimiento del 68) para la política exterior estadounidense; sólo que en la actualidad el centro de dislocar el sistema cubano se encuentra en la tecnología.

En una entrevista dada a un medio televisivo, el expresidente ecuatoriano Eduardo Correa respondió al comentarista, cuando quiso sacarla una opinión negativa del régimen de Venezuela, así: “México no aguataría ni tres días de bloqueo”, dijo. ¿Cuánto aguantará Cuba?

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