Moviendo olas

Foto: El Debate

Por Miguel Ángel Zebadúa Carboney

Sea cual sea la estrategia de Donald Trump (DT) hacia México, lo cierto es que, en los hechos, existe ya una política en la frontera sur norteamericana usada para distraer a muchos de sus problemas con la justicia y de la aún insistente presión de la facción demócrata en el Congreso. Hasta el momento, la frontera es una parte de la agenda electoral que descansa en la migración como “amenaza”, miedo, del otro “invasor”. Para ello su gobierno ha procedido a asegurar la larga e histórica frontera con México. Si no es una política nueva, sí representa un matiz debido a lo agresivo del discurso trumpista, proclive a mover olas donde desea acomodar la atención.

Además de intentar militarizar la frontera sur norteamericana, con la guardia nacional, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza y los 2900 militares, ahora se suma el envío de agentes e investigadores, a la frontera guatemalteca, la otra frontera, la cual con el tiempo se vuelve o la asume como su frontera, abarcando, extendiendo más los vínculos de seguridad geográfica hacia Centroamérica, espacio terrestre, naval y aéreo del Comando Sur. Lo expresó el encargado de la seguridad interna norteamericana Kevin McAleen ¿El propósito? Adivinaron: contener a los migrantes, la “nueva” y oportuna amenaza estratégica:

“Los gobiernos de Estados Unidos y Guatemala están formalizando una serie de iniciativas para mejorar las vidas y la seguridad de nuestros respectivos ciudadanos al combatir el tráfico de personas y el contrabando de bienes ilegales, ayudando a limitar los factores que fomentan la migración irregular peligrosa a los Estados Unidos, perpetuando la ´Crisis en curso o en la frontera´”, dijo. (La Jornada, 31 de mayo de 2019.)

Extraña la tardanza de esta decisión porque existe ya en el Petén Guatemalteco una base militar norteamericana, la cual pudo haber servido para contener la migración “espontánea” centroamericana hacia la frontera mexicana, si se toma en cuenta que ya habían antecedentes de una constante seguridad fronteriza.

En la Conferencia de Seguridad de Centroamérica (Centsec 2017) -realizada por primera vez en México- el general Manuel Pérez Ramírez, jefe del Estado Mayor de la Defensa de Guatemala, no dejó dudas acerca de la participación de los Comandos Sur y norte de Estados Unidos allí: ‘‘se ha venido trabajando desde hace más de cinco años’’, y “una de las bases operativas estará enclavada en el Petén, área estratégica que colinda con el río Usumacinta.” Se trata de múltiples acciones: patrullajes aéreos, terrestres y de reconocimiento en la frontera, intercambio de información e inteligencia, estandarización de protocolos y procedimientos para realizar operaciones de interdicción con el apoyo de tecnología e inteligencia del Comando Sur. Si bien es cierto que el objetivo, al menos en teoría, ha sido la de contener el tráfico de drogas o personas, también el “problema migratorio” lo es: ‘‘Dentro del proceso de intercambio de información hay una ruta de inmigrantes indocumentados que pasa por el norte del Petén; tenemos reuniones periódicas tácticas y estrategias con los mandos militares (Ejército y Armada de México)…”,   dijo el general. Si DT considera ya una “invasión” a su territorio por los migrantes, si ya retiró la ayuda económica a Centroamérica, si impone aranceles al acero mexicano, si está desviando hacia algunos asuntos de política exterior –Irán, Venezuela, China, Rusia, India, México- para ganarle tiempo al problema interno –posible proceso de destitución (impeachment)-, entonces muchas cartas están sobre la mesa, incluso la bélica, porque como lo expresó el escritor Randolph Bourne, en vísperas de la primera guerra mundial, “la guerra es la salud del Estado”. Y es que muchos presidentes norteamericanos han hecho esto como una parte de la su política exterior y de reposicionamiento político. ¿Habrá ahora una excepción?

 

 

 

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