El crimen y la nada
Francisco Hernández: “Un pezón, a la distancia, es una isla. Después de acariciarlo es un volcán”.
Francisco Hernández: “Un pezón, a la distancia, es una isla. Después de acariciarlo es un volcán”.
Umberto Eco: “El Papa y el Dalai Lama pueden pasarse años discutiendo si es cierto que Jesucristo es el hijo de Dios, pero (si están bien informados sobre literatura y cómics) ambos tienen que admitir que Clark Kent es Supermán, y viceversa”.
Édgar Chías: “Jimi, nosotros trabajamos para la gente. La gente, trabaja para nosotros, tal vez es más justo. Pagan sus chingados impuestos, la mitad se tira a la basura en campañas, de acuerdo, pero la otra es para que el aparato funcione, Jimi, y nosotros somos el aparato. Nosotros”.
Margaret Atwood: «Nacimos con el gancho de la muerte dentro, y año tras año nos arrastra hacia donde vamos: el abismo.»
Vargas Llosa: «La materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de la carroña”
Por razones que desconozco, en un par de días tuve un sueño y dos conversaciones sobre el mismo tema. Decidí escribirlos. Sucedieron en abril, tal vez en mayo; la terrible realidad actualiza el asunto con la muerte, en estos aciagos días de junio, de mi querida amiga Berenice Moreno. La sorpresa me hace recordar, como apunta el título de esta columna, que yo también moriré, que todos moriremos.
Tarkovsky: «Deben volver a donde estuvieron. Al punto donde tomaron el desvío erróneo. Debemos volver a los principales fundamentos de la vida, sin ensuciar el agua. ¿Qué clase de mundo es este si un loco les dice que deberían estar avergonzados?”
Hemingway: “Escribir no tiene trucos. Sólo te sientas frente a la máquina y sangras”.
Si ya no quedara ningún ejemplar vivo, podría yo dar sus señas precisas, dibujarlas con la tinta de la memoria que recuerda sus voluminosos cuerpos dando vueltas, enlazándose, nadando sin cesar en las aguas transparentes del ojo de agua que nace en mitad del Jardín Botánico. Un aciago día, sin embargo, los adolescentes de aquella época, que pasábamos horas felices allí, recibimos la noticia con pasmo, con dolorosa sorpresa: uno de ellos, un gordo manatí había muerto.