Sin mujeres

Algunas avenidas concurridas de la capital chiapaneca se encontraban desoladas en plena hora pico .
Foto: Roberto Ortiz

En efecto, son la mitad de todo. Calles desiertas, menos gente en la ciudad y la universidad literalmente paralizada. Hubo una especie de silencio, donde solo las miradas entre hombres y nuestros susurros (no sé por qué, pero pareció que muchos de nosotros hablábamos en voz baja) parecían percibir que estábamos solos. El día del Paro de Mujeres resultó ser todo un acontecimiento, no por sus logros inmediatos, de por sí impactantes, sino por la agenda que seguirá, como en muchas opiniones se ha expuesto a nivel nacional. Lo que sí es real, es la aparición definitiva de un nuevo sujeto: las mujeres.

No son ya guerrilleras, ni jóvenes, ni siquiera ciudadanas, tampoco globalifóbicas, negras, blancas, estudiantes, indígenas, sino solo mujeres. Si el feminismo ha sido uno de los movimientos sociales más importantes del siglo XX, en estos momentos de la historia se convierte en un hito, y en México cobra más sentido al incorporar esta lucha vinculando la idea de nunca construir otro país sin ellas.

Como todo movimiento social, no hay muchas novedades en cómo se desarrolla. Los que en algunas ocasiones hemos participado en muchos tipos de protesta vemos similitudes en las formas:  antes tampoco había homogeneidad en los discursos, solamente en el enfoque de la movilización; por tanto, ahora vemos muchos feminismos y profusa diversidad en la forma de concebirse y, por supuesto, en las estrategias de lucha. Gente infiltrada, generalmente violenta, para desacreditar y dividir, sobre todo en las opiniones de la gente y opinión pública, para lo cual se abre la disyuntiva de abrir o no el movimiento; si se suman personas “no militantes” o “ajenas” a la causa o se cierra y se camina en solitario. Esto se observa en los distintos enfoques radicalizados y tendría que ver con los alcances de los objetivos: qué se quiere, qué se pretende al estar movilizado, donde comienza y hasta qué punto terminaría, si fuese el caso.

También enfrentará (o ya lo hace) los siempre presentes protagonismos. En general, todo movimiento urbano es de clase media, ilustrada en la mayoría de los casos, donde en principio “el pueblo” está ausente. La aparición de un movimiento siempre enfrenta supuestos líderes o lideresas “morales” que intentarán llevar agua para su molino, sin importar la causa en sí, sino para otros fines bien personales; surgen partidos políticos y asociaciones varias de indistinta adscripción queriendo cooptar por la vía fácil. Y esto quiere decir, desde afiliaciones por default, a comprar, con dineros, a cualquiera que se considere influyente dentro de los movimientos.

Desde luego, todo lo anterior se calcula desde movilizaciones sociales de corte convencional, por lo que los feminismos actuales deberán de trabajar mucho para deslindarse de aquello que no ha funcionado; formar parte de un paisaje de insurrección social donde la imaginación y los discursos sean nuevos y dejen de lado el lenguaje anquilosado que, ahora mismo, quizá no interpele ya a mucha gente. De ahí, lo que real y profundamente cobra significado es el “día siguiente”, la agenda social de la protesta femenina que ya es inexorable y cambió para siempre el estado de cosas de una balanza (social, política, cultural, económica, etc.) que invariablemente se inclinaba para un lado.

 

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