Onán y don Juan

Casa de citas/ 504

Onán y don Juan

Héctor Cortés Mandujano

 

Los años se publicó originalmente en 1937. La termino de leer en el último día del 2019, en una edición (Lumen/ Mondadori) de 2009. Esta novela de Virginia Woolf tiene una estructura que usa justamente los años como título de sus capítulos. Comienza con 1880, salta a 1891, a 1908 y sigue en los años venideros en lapsos que llegan a 1918 y al capítulo final que se llama “Los días presentes”. Aunque los protagonismos en los libros de la Woolf son elusivos, digamos que aquí se detiene más en la vida de Leonor y sus hermanos, su familia, que aparecen en los inicios muy jóvenes; la vejez los ha tomado en el final.

La estructura es muy clara: cada capítulo abre con una descripción poética de los días (llueve, nieva, hace frío), de la realidad externa, y concluye, en muchos casos, con una muerte; la línea final de “1910”, por ejemplo, es una frase admirativa (p. 216): “¡El rey ha muerto!”.

“1908” inicia con palabras que buscan una explicación certera (p. 166): “Corría el mes de marzo y soplaba viento. Pero el viento no ‘soplaba’. Rascaba, azotaba. Tan cruel era”.

Eleonor, como varias de las heroínas de la Woolf, se hace muchas preguntas (p. 176): “Qué poco sabía de todo. Por ejemplo, esta taza. Eleonor la sostuvo ante sus ojos. ¿De qué estaba hecha? ¿De átomos? ¿Y qué eran los átomos, y cómo se mantenían unidos? La suave y dura superficie de la porcelana, con sus flores rojas, le pareció durante unos segundos un maravilloso misterio”.

Otro arranque poético en “1913” (p. 242): “Era enero. Nevaba; había nevado durante todo el día. El cielo se extendía como el ala gris de un ganso de la que caían plumas sobre toda Inglaterra. El cielo no era más que un revoloteo de copos cayendo”.

North, uno de los hermanos de Leonor, ve de nuevo en el último capítulo a Sara, a quien conoció de joven. “No has cambiado”, le dice, y reflexiona la autora (p. 353): “Una cara anodina no cambia; mientras que las caras bonitas se marchitan”. Sara ve a North con dudas, sin ubicarlo por completo: “Ese conocer a la gente a medias, ese ser conocido a medias, esa sensación del ojo recorriendo la carne, como una mosca arrastrándose, qué incómoda es”.

Fotografía: HCM

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Leo en uno de mis lectores electrónicos (¡tengo dos!, ambos regalos de mi amigo Sarelly Martínez) El ogro filantrópico, de Octavio Paz, una colección de ensayos y artículos de variada temática (la URSS, el PRI, las equivocaciones de Sartre…) y distinta fecha, de los cincuenta a los setenta, publicados en muchos lados, pero especialmente en Plural y en Vuelta, las revistas que fundó y dirigió Paz.

En “Vuelta a El laberinto de la soledad (conversación con Claude Fell)”, opina Paz (p. 34): “Los zapatistas llevaban estandartes e insignias de la Virgen de Guadalupe; eran religiosos, pero no clericales. Tampoco eran nacionalistas: la realidad que conocían y defendían era el pueblo, la pequeña comunidad de agricultores y artesanos, no las abstracciones crueles que son la Nación y el Estado. Si hubiera podido, Zapata habría quemado la silla presidencial”.

Un poco más adelante, dice (p. 37): “Por cierto, en México el poder es más codiciado que la riqueza. Si usted es millonario, le será muy difícil –casi imposible– pasar de los negocios a la política. En cambio, puede usted pasar de la política a los negocios. El enorme prestigio del poder frente al dinero es un rasgo antimoderno de México”.

Termina esta charla, con una cita de Marx (p. 44) “que Luis Buñuel pensó en utilizar como subtítulo de su película La edad de oro. Usted sabe que el tema de esa película es la suerte del amor en el mundo moderno. La frase de Marx es, en español, un alejandrino perfecto: En las aguas heladas del cálculo egoísta. Eso es la sociedad. Por eso el amor y la poesía son marginales”.

En “Las ilusiones y las convicciones” escribe sobre Daniel Cosío Villegas (p. 89): “Muy pronto se dio cuenta de que el destino de los escritores, tanto en México como en el resto del mundo, es la marginalidad y él aceptó con decisión ser un hombre marginal. Por eso, por no haber tenido miedo a quedarse solo, es ahora una figura central”.

“El ogro filantrópico”, ensayo publicado en 1978, habla sobre el poder, el Estado, y es un gran título por el contraste de miras, el oxímoron: un gigante torpe y antropófago que se supone ama a los hombres. El mal, dice Paz, implicaba la ausencia del ser (p. 91): “No había mal sino malos: excepciones, casos particulares. El Estado del siglo XX invierte la proposición: el mal conquista la universalidad y se presenta con la máscara del ser. Sólo que a medida que crece el mal, se empequeñecen los malvados. Ya no son seres de excepción, sino espejos de la normalidad. Un Hitler o un Stalin, un Himler o un Yéjov, nos asombran no sólo por sus crímenes sino por su mediocridad”.

Lo que dice es tan actual, que da tristeza (p. 91): “La sociedad civil ha desaparecido casi enteramente: fuera del Estado no hay nada ni nadie”.

Esto lo ha hecho el Estado, no importa qué partido esté en el poder, quién sea el presidente (p. 98): “En el interior del Estado mexicano hay una contradicción enorme y que nadie ha podido o intentado siquiera resolver: el cuerpo de tecnócratas y administradores, la burocracia profesional, comparte los privilegios y los riesgos de la administración pública con los amigos, los familiares y los favoritos del Presidente en turno y con los amigos, los familiares y los favoritos de sus ministros”.

Este ensayo adivina el futuro de México: la división del PRI para crear un partido de izquierda y luego alcanzar el poder para ser el mismo ogro filantrópico. Tal vez algunos asesores de los políticos (los políticos no leen) leyeron a Paz y pusieron el plan en marcha. En eso estamos.

En “Burocracias celestes y terrestres”, una carta de 1972 a Adolfo Gilly, que estaba en Lecumberri, en alusión a que estaban encarcelados muchos intelectuales de primer orden, dice Paz que irá a visitarlo a la prisión (p. 129), “esa prisión que empieza a convertirse, según Womack, en nuestro Instituto de Ciencias Políticas”.

Dice en “Aterrados doctores terroristas” algo que él padeció en varios momentos (p. 169): “La impopularidad es uno de los riesgos –y asimismo: uno de los placeres– del ejercicio de la crítica”.

En “¿Por qué Fourier”, cita una de sus ideas (p. 216): “El avance social coincide siempre con la marcha de la mujer hacia la libertad y el retroceso de los pueblos resulta de la disminución de las libertades femeninas… La extensión de los privilegios de las mujeres es la causa fundamental de todo progreso social”.

En “La mesa y el lecho” analiza la sensualidad ligada a la cocina. “La cocina yanqui” está “impregnada de puritanismo, está hecha de exclusiones”; (p. 220): “En esta tradición culinaria resultaría escandaloso nuestro culto por los guisos sombríos y pasionales como los moles –espesas y suntuosas salsas rojas, verdes y amarillas”. Paz no ve cambios en la historia de la sexualidad (p. 228): “No sé si hay más encuentros eróticos; estoy seguro que no hay maneras distintas de copular. Quizá la gente hace más el amor (¿cómo saberlo?) pero la capacidad de gozar y sufrir no aumenta ni disminuye. El cuerpo y sus pasiones no son categorías históricas”.

Y a propósito de sexo, dice más adelante uno de los “Apócrifos” de Machado (no tomé el número de página): “A veces sabe Onán/ mucho que ignora don Juan”.

Contacto: hectorcortesm@gmail.com

 

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