
La esfera olvidada
Giró su mirada hacia el tejado donde estaba el gato blanco, pero su vista se posó sobre una esfera navideña que colgaba de uno de los lazos. La decoración dorada de la esfera se conservaba.
Giró su mirada hacia el tejado donde estaba el gato blanco, pero su vista se posó sobre una esfera navideña que colgaba de uno de los lazos. La decoración dorada de la esfera se conservaba.
Empezó a observar el espacio de espera, era un lugar pequeño con tres sillones en colores en tono pastel y textura aterciopelada. Había dos cuadros que decoraban las paredes, con motivos de cultura japonesa. Le pareció identificar en uno de ellos unas flores del cerezo.
La luz del sol que entraba por la ventana de la sala llegaba hasta el comedor e iluminaba perfectamente a la silla.
Permaneció con los ojos cerrados. En un tercer plano escuchó el canto de un zanate, tenía la fortuna de tener cerca una ventana en el cuarto del baño, eso le recalcó que eran como las seis de la mañana.
¡Flores de lechita, lleve sus flores de lechita, de flor de coyol, de musá! ¡Lleve su juncia!
La mesa ya estaba bellamente decorada, el mantel de fiesta, los tapetes rojos y un ramillete de margaritas amarillas al centro de la mesa.
Se acomodó el gorro de su sudadera, esa mañana el viento soplaba y llevaba consigo un aire frío, como indicando la cercanía del mes de noviembre.
Ruth se levantó temprano ese sábado para avanzar en acomodar la nueva mercancía que le había llegado. Tenía una tienda de abarrotes, era de las más antiguas en la colonia.
Las ideas en su diversidad se conjuntaban en la mente, acechando, como una especie de enmarañamiento que se resiste a fluir.