
Diablos en el corazón
Indudablemente G. K. Chesterton (1874-1936) era inteligente y erudito, y hay en muchas de sus páginas la muestra de que escribir es un arte. Pero en veces sus historias son bobas, poco dignas de alguien que daba para mucho más
Indudablemente G. K. Chesterton (1874-1936) era inteligente y erudito, y hay en muchas de sus páginas la muestra de que escribir es un arte. Pero en veces sus historias son bobas, poco dignas de alguien que daba para mucho más
No hay gobernador chiapaneco alguno que pueda jactarse de haber logrado la paz, la concordia, la unidad, la armonía, ni siquiera una tranquilidad política y social duradera. Cada quien carga sus muertos, sus actos represivos, sus enfrentamientos comunitarios o religiosos, sus violentos diferendos electorales, sus encarcelados…
Las nuevas generaciones que clamaron por una palabra más, un añadido, una acotación claridosa que les despejara que, en medio del oscurantismo político de Peña Nieto, no todo es podredumbre porque aún queda la lucha que resiste y cambia la realidad. Escucharon que las palabras dichas o escritas son trincheras, fusiles, esperanza y certidumbre cuando se soporta y valida con disparos de acciones congruentes.
“La violencia se resuelve asesinando a los políticos corruptos”, proponía un joven iracundo en redes sociales. Todo parecería indicar que estamos atrapados en medio de un falso binomio: o la sumisión ante el caos o la venganza ante la injusticia. Está claro que ninguna de las dos posturas nos podrá sacar de este complejo escenario que ha desgastado a México durante ya demasiados años.
Enrique Peña Nieto, el titular del Ejecutivo responsable de garantizar la legalidad en el país y la seguridad de los mexicanos, reaccionó con sospechosa demora 12 días después de ocurrida la matanza diciéndonos el consabido discurso de que se encontrarán a los responsables “tope donde tope”, de que el crimen no quedará impune y de que hechos como esos son inaceptables para la sociedad. Ya transcurrieron 20 días de la masacre y no hay resultados.
¿Qué otras credenciales y atributos podrían ser superados por éstos, para no afirmar que nuestras cantinas son centros psicopedagógicos de primera, e incluso salas de promoción y reinvención de la cultura? Digo, para no expresar en voz alta que en algunos casos, podrían superar a las mismísimas municipales casas de cultura.
A mi papá siempre llamó su atención el nombre de una de las más excelsas cantantes de todos los tiempos: María Callas. Él decía que si alguien españolizaba su apellido se convertía en la más hermosa paradoja del mundo. Luego jugaba, imaginaba el momento en que el maestro pasaba lista y decía: “Callas María” y ella, en lugar de decir presente, respondía: “No me callo” y cantaba apenas el inicio de La Traviata.
Iremos al fondo del asunto. A fondo, tope lo que tope. Vamos a castigar a los culpables, hasta las últimas consecuencias. No habrá impunidad. El único imperio en México es el imperio de la ley. ¿Cuantas veces no oímos a la clase política de antaño repetir y repetir estas palabras hasta el cansancio?.
Primero fue “Obras son amores y no buenas razones” (frase mal atribuida a Teresa de Calcuta), que todavía ni el mismo Gómez Arana siguen sin saber qué se quiso decir; ahora Manuel Velasco insiste con nueva cantaleta mediática plagada de contradicciones: el gobierno de la gente, mismo concepto utilizado por el oportunista Sami David.