El de Hoy es un día de memoria. La Constituyente Ciudadana y Popular

El obispo Raúl Vera López estuvo como orador principal del evento. Foto: Cortesía

El obispo Raúl Vera López estuvo como orador principal del evento. Foto: Cortesía

 

Por Fernando Limón Aguirre[1]

 

El día 6 de diciembre de 2015, en la afamada ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, en la plaza de la Paz, a un costado de la catedral en la que se encuentra la tumba del recordado y hoy mismo vitoreado tatik obispo, Samuel Ruíz García, nos dimos cita miles y miles de personas provenientes de muy diversas regiones y municipios chiapanecos. Nos convocó la Proclamación de la Constituyente Ciudadana y Popular. Llegamos, desde luego, a respaldarla, o más claramente y mucho mejor dicho, a hacer saber que es nuestra.

La Constituyente Ciudadana y Popular es más que una iniciativa, más también que una convocatoria. Es más fácil describirle como una necesidad. Pero tampoco honra mucho expresarle así. Es un giro y un desplazamiento en la forma de ver nuestra vida como sociedad. El giro consiste en dejar de ir hacia donde se nos está llevando (pues como decimos coloquialmente: nos está llevando la fregada). Con este acto y esta proclamación dejamos en claro que no estamos yendo más hacia allá, que no cuentan más con nosotros para ir en ese rumbo, sino hacia otro, que soñado colectivamente es un lugar de convivencia justa, fraterna y respetuosa de la vida y de nuestra madre naturaleza. Y es un desplazamiento porque nos movemos del lugar desde el que se hacen peticiones, o incluso más envalentonados: se exige, hacia un lugar en que se toman las determinaciones, propias de gente con pensamiento, con dignidad, con proyecto; gente que se asume como pueblo, es decir: personas soberanas.

Los miles y miles de rostros-corazones presentes una vez más en las calles y la plaza de la ciudad que lleva el nombre del obispo de Las Casas, el insigne defensor de los pueblos autóctonos, nativos, conquistados y claramente de forma inhumana sometidos, eran precisamente esos mismos rostros-corazones que tocaron el alma de fray Bartolomé, pero ya no agachados, ya con hastío de ser sombríos y de estar con lamentos, muchos de esos rostros ya mestizados y desde luego y acorde a nuestro tiempo histórico de vida, con presencias también que evidencian la riqueza y la belleza de la diversidad de sangres y genes conviviendo y compartiendo la misma esperanza.

El día de HOY es un día de memoria sin duda, porque toda esperanza está fundada en la memoria. Sabemos que tenemos sueño de soberanía porque nuestra historia nos lo enseña y reclama. En épocas recientes hemos vivido el Congreso Indígena de 1974, el levantamiento zapatista de 1994 con su convocatoria casi inmediata a la Convención Nacional Democrática (a los Aguascalientes) y los Acuerdos de San Andrés. Todos estos episodios no están ajenos a nuestro acto de hoy; no están en nuestro lugar mental del olvido. A todas estas experiencias les estamos dando sentido y a la vez todas ellas nos señalan el sentido: dignidad, justicia y convivencia armoniosa.

Hoy es un día memorable porque nos reunimos sin importar “marcas” de adscripción o filiación religiosa, política, de identidad genérica, de identidad étnica o cosa por el estilo. Hoy es un día memorable porque han alentado nuestro anhelo los recuerdos de tantas y tantos afectados por esta infame y bestial alianza entre las estructuras del Estado con los grupos de poder que mandan y comandan, que todo lo comercializan y que pretenden seguir sacando tajada, beneficio y riqueza hasta de la muerte.

Cuánta gente asesinada como en Acteal, cuánta gente desaparecida como nuestros 43 compañeros de Ayotzinapa. Cuánta gente mancillada o vendida como las miles y miles de personas migrantes y de personas sometidas a la trata. Cuánta gente despedida injustamente de su trabajo. Cuánta gente despojada de lo que les corresponde. Cuántos pueblos despojados de sus tierras y territorios. Cuánta gente extorsionada. Cuántos desplazamientos obligados. Cuánta gente mal pagada. Cuánta gente abusada. Cuánta gente amenazada y perseguida. Cuánta gente sin trabajo, cuánta sin techo, cuánta sin tierra. Cuántos jóvenes sin estudio y sin trabajo. Cuántas familias separadas. Cuánta gente despojada de sus derechos. Cuántos ancianos sin su pensión. Cuántas mujeres hostigadas. Cuántas personas por su “diferencia” que son humilladas, discriminadas, maltratadas, señaladas, excluidas. Cuánta tierra vendida. Cuánta agua contaminada. Cuánto cielo ennegrecido. Cuánta niñez en la calle. Cuántas personas ancianas explotadas. Cuántas personas sin servicios médicos. Cuánta gente frustrada. ¡Cuánta gente con hambre y con dolor! ¡Cuánta!

En todas y cada una de estas situaciones de horror y de dolor están presentes corresponsablemente las estructuras del Estado. De todos y cada uno de estos horrores y dolores son corresponsables personas concretas que han dejado su humanidad de lado y operan en favor y sostenimiento de las estructuras de poder a las que favorece el Estado. En todos y cada uno de estos hechos, siempre, hay algunas personas, muy específicas, muy concretas, que sacan beneficio. ¡Así mismo es! ¡Todo este andamiaje de muerte trae beneficio para algunas personas! Y lo peor es que con tal de obtener alguna ganancia hay muchas personas que se hacen cómplices; gente que si tuviera la información y la formación mínima necesaria y requerida para entender lo que hace y a lo que se mete: ¡no lo haría! ¡Y claro que no, porque es nauseante! Pero como dice el dicho: “tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”. Y en ello, precisamente por tratarse del Estado (del que es copartícipe el pueblo) y por el andamiaje de sus estructuras y las del gobierno, terminamos implicadas muchísimas personas, que en ocasiones hasta se antoja decir: todos y todas. Urge desmantelar esto.

Una de las formas como se defienden los diversos personeros del Estados, de los gobiernos en turno, sea federal, estatal o municipal, sea del ámbito judicial o del ejecutivo o de las instancias legislativas, es remitiéndose a las leyes. ¿Será que las leyes protegen y respaldan a quienes son responsables de tanta barbarie? Pues desconociendo o conociendo, sea poco o mucho, ahora podemos decir muy lamentablemente que sí. ¿A poco tanta “concesión” de tierras, de playas, de agua, de petróleo, de servicios de atención médica, de áreas de esparcimiento, de zonas arqueológicas, de venta de medicamentos, de la responsabilidad sobre la banca, sobre la telefonía, sobre las telecomunicaciones, etcétera, etcétera no tiene respaldo legal? Sí que lo tiene.

¿Será entonces que con sólo “defender” y “ejercer” la democracia representativa se va a cambiar esto? No. No lo ha hecho; lo ha profundizado. ¿Será que para modificar esto le tenemos que “exigir” a esas estructuras de muerte que cambien? ¿Será que cambiarían sólo porque les pedimos o exigimos que cambien?, si tales estructuras se han ido configurando de la manera como ahora están precisamente para que funcionen como están funcionando. La respuesta es un rotundo: no. No obstante, el cambio es un imperativo urgente; imperativo de todo tipo: ético, religioso, moral, ecológico, social. Y pues resulta del todo ingenuo pensar que las cosas van a cambiar a causa de una transformación repentina en los intereses y en el deshumanizado corazón de quienes detentan el poder, de quienes encabezan las grandes corporaciones trasnacionales y las empresas privilegiadas que han tomado el control de los gobiernos y a quienes sirven las estructuras del Estado.

De verdad que este mundo no aguanta más y esta humanidad que somos no tendríamos porqué aguantar más. Quienes sufren más fuerte en carne propia cada una de las injusticias y dolores no lo soportan, pues cada situación de dolor cuando es acompañada de injusticia es simple y sencillamente: insoportable. Y esto no es una cuestión de rojillos o revoltosos, o de adoloridos e inconformes no beneficiados. ¡Porque, además, no beneficiados de esta situación es toda la madre naturaleza y más del 90% de la población mundial! No. Es de todas y todos por humanidad y por ser integrantes de la misma sociedad.

Así que, el Constituyente Ciudadano y Popular es precisamente esto: asumir el imperativo de cambiar las cosas. Tomarse para sí, la responsabilidad, la tarea y la posibilidad de cambiar las cosas a través de nuestra participación y de la conformación de un nuevo Constituyente. Es primeramente la conciencia de lo que ocurre. Es el animarnos a nombrar las cosas por su nombre, a decir las cosas como son. Es dar el giro y desplazarse para tomar el rumbo correcto y tomar la responsabilidad de cambiar las situaciones que vivimos. Es intercambiar ideas. Es soñar juntos y hacer realidad dichos sueños con nuestra actitud y organización. Hoy es un día memorable porque este proceso está en marcha. Hoy es un día memorable porque cada cual somos ya parte de esta Constituyente Ciudadana y Popular; porque usted, porque ella, porque vos, porque él, porque tú, porque yo, porque muchas y muchos somos ya parte, porque nos sumamos, porque creemos.

[1] Sociólogo. Coordinador del Departamento de Sociedad y cultura. El Colegio de la Frontera Sur.

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