
Cien días
Llevamos cien días de encierro y estamos agotados física, mental y emocionalmente. Han sido largos los días, largas las noches y pesada la incertidumbre
Llevamos cien días de encierro y estamos agotados física, mental y emocionalmente. Han sido largos los días, largas las noches y pesada la incertidumbre
A dos meses y medio de confinamiento por el virus del COVID, las etapas emocionales pasan silenciosamente y, casi al acecho, saltan a la vista en el momento menos oportuno y sin que deje de sorprendernos. Llama la atención las maneras en que esto sucede.
A las ciencias sociales no le interesa tanto la veracidad de ciertos acontecimientos sino en lo que a la gente le hace creer. Es un lugar común, quizá, pero es uno de los propósitos que hace de este campo de conocimiento, uno apegado a la gente; lo que necesita desear y promover y cómo construye su propia cotidianidad con base a sus creencias y necesidades.
A lo largo de nuestra existencia una de las variantes con que acomodamos nuestro desarrollo como personas tiene que ver con la épica, entendida aquí como esa forma de dar sentido a nuestros momentos, a veces imaginarios, a veces fantásticos, pero que irremediablemente nos convoca a pensar el eterno dilema vital: ¿Para qué estamos aquí?
En nombre de la ciencia, Hugo López-Gatell nos dice con sobrada ecuanimidad lo que pasará en México con el Coronavirus
En las plagas de la antigüedad, a quien acudían los grupos de personas en busca de ayuda y de consuelo eran los expertos de la mística y de la espiritualidad. En ellos veían el lazo comunicante entre lo terrenal y lo sagrado.
En efecto, son la mitad de todo. Calles desiertas, menos gente en la ciudad y la universidad literalmente paralizada. Hubo una especie de silencio, donde solo las miradas entre hombres y nuestros susurros (no sé por qué, pero pareció que muchos de nosotros hablábamos en voz baja) parecía comprender que estábamos solos.
Hace año y medio voté por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y ahora lo volvería a hacer. No soy un arrepentido ni nada que se le parezca. En este espacio escribíamos en el día del triunfo que, por supuesto, no iba a ser fácil, ni siquiera en seis años pudieran cambiar radicalmente las cosas.
En la película 1917 hay una carrera contra el tiempo que en realidad es escape, pero nadie sabe a qué se huye o a dónde se debe llegar y tener la seguridad de sentirse a salvo. No hay salida. Y no la hay porque es la guerra, y en ésta nada de nuestra lógica responde sino con el sello de la locura.