Escribimos nuestros nombres bajo el suyo y descendimos; montamos; cabalgamos por un terreno pedregoso y desolado; cruzamos un río y vimos ante nosotros una hilera de colinas, y más allá una cadena de montañas. Llegamos entonces a una meseta yerma y pedregosa, y después de cabalgar durante cuatro horas y media, divisamos el camino, que avanzaba a través de una árida montaña a nuestra derecha, y, temerosos de haber equivocado nuestra ruta, nos detuvimos bajo un pequeño y frondoso árbol para esperar a nuestros hombres. Soltamos a las mulas y, tras aguardar durante un rato, enviamos a Santiago de regreso […]
Comparte esta nota con tus conocidos:
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...